(35) Cardenal Pie, obispo de Poitiers –III el naturalismo anti-cristo
–Perdone, pero tengo información cierta de que el personal se va cansando del tema del Cardenal Pie.
–¿Y qué le vamos a hacer?… Le cuento. En Burgos, en la Facultad de Teología, hace años, me encargaron seleccionar en los grandes fondos de la Biblioteca general los libros que debían reunirse en un Seminario de Espiritualidad, poniéndolos más a mano. Y revisando todos esos fondos, acumulados desde el siglo XVI, pude comprobar, p. ej., que había muy pocos ejemplares de las Obras de San Juan de la Cruz, y que por el contrario se hallaban numerosas ediciones de obras como Alfalfa espiritual para las ovejas de Cristo, o bien Reloj ascético para despertar conciencias dormidas, y otros libros semejantes. Se veía claramente que éstos fueron en su tiempo los libros más leídos por el personal, y que pocos leían a San Juan de la Cruz. ¿Y qué le vamos a hacer?… «Yo he venido al mundo para dar testimonio de la verdad» (Jn 18,37). Y el Cardenal Pie dice la verdad. Y yo la digo.
Cristo es Rey, y la Iglesia ora y labora para que reine sobre los hombres y sobre las naciones. Como ya confesamos en posts anteriores (20-21), Cristo es el Rey del mundo: a Él le ha sido dado «todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18); ya en el presente histórico «vive y reina por los siglos de los siglos», y sabemos además con absoluta certeza de fe que finalmente «todas las naciones vendrán a postrarse en su presencia» (Ap 15,4), y que «su reino no tendrá fin» (Lc 1,33). Esta verdad grandiosa es uno de los temas centrales de la sagrada Escritura, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.
Mons. Pie, recordando las tres primeras peticiones del Padrenuestro –santificado sea tu Nombre, venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo–, escribe: «Jesucristo, al enseñar la oración dominical, dispuso que ninguno de los suyos pudiese cumplir el primer acto de la religión, que es la oración, sin ponerse en relación con todo lo que pueda hacer progresar o retardar, favorecer o impedir el reino de Dios sobre la tierra. Y evidentemente, como las obras del hombre deben estar coordinadas con su oración, un cristiano no es digno de tal nombre si no se emplea activamente, de acuerdo a la medida de sus fuerzas, en procurar este reino temporal de Dios, y en despejar lo que lo obstaculiza» (III,500).
«No queremos que él reine sobre nosotros» (Lc 19,14). La fe en Cristo Rey y en la conveniencia de que ya en la historia reine en el mundo, una fe siempre viva en la Europa cristiana, comienza a ser negada abiertamente desde los comienzos del siglo XVIII por los filósofos, de los que parte la masonería, la Ilustración, el liberalismo. El espíritu diábólico infunde así en los hombres la convicción de que sólamente lograrán ser del todo libres, del todo hombres, cuando se sacudan el «yugo suave y la carga ligera» de Cristo (Mt 11,30), y afirmen con plena decisión, personal y colectivamente. Es el mismo espíritu que le hace decir al Israel rebelde a Yavé: «no te serviré (non serviam)… Somos libres, no te seguiremos» (Jer 2,20.31).
Esta rebelión de las naciones contra Cristo, iniciada en Occidente y difundida a todos los pueblos que le siguen, es ya la forma cultural y política predominante en nuestra época. Hombres de la cultura, y concretamente los políticos, han sustraído, han robado el mundo a Cristo, su Señor natural. Y llevan siglos destrozando la antigua Cristiandad occidental día a día, más y más, la cultura, las costumbres, la educación, las leyes, la vida política, los medios de comunicación, el pensamiento, el arte, todo. Y aunque no llegan a derribar las Catedrales, ciertamente procuran siempre borrar hasta el menor vestigio secular del antiguo mundo cristiano.
El Obispo de Poitiers combate el naturalismo y procura que Cristo reine. Como ya comprobaremos más adelante, no pocos católicos de su tiempo, también obispos, sacerdotes y teólogos, como también sucede hoy, asumen el convencimiento de que, efectivamente, Cristo debe reinar en los corazones de los hombres, pero no en la sociedad humana. Estiman que toda forma de colaboración entre Iglesia y Estado, aunque sea perfectamente armoniosa, que «dé al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» (Mt 22,21), es una forma de adulterio de la Iglesia, esposa de Cristo, con el mundo secular. Consiguientemente piensan y dicen que la historia de la Iglesia se torció gravemente ya desde los tiempos de Constantino. El Syllabus de Pío IX (19-55) contradice frontalmente estos planteamientos. Dice Mons. Pie:
«Es una proposición explícitamente condenada por la Iglesia aquella que afirma que la cristianización del poder y de las instituciones políticas por parte de Constantino y sus sucesores fue en sí misma una cosa negativa. Nada que pertenezca a la necesidad del orden y a las exigencias de la verdad puede ser negativo. La transformación cristiana del régimen social era una consecuencia que debía seguirse lógicamente a la de los miembros individuales de la sociedad. La expansión del Evangelio había de traer con el tiempo la conversión de los Césares en cuanto Césares, y no solamente como particulares. Eternizar el muro de separación entre el hombre privado y el hombre público hubiese implicado instaurar en el mundo el sistema del dualismo maniqueo, error principal contra el cual se dirigieron los primeros documentos de la polémica cristiana» (IX,168).
Contra el naturalismo y otros errores modernos. En la Troisième instruction synodal de Mgr. l’évêque de Poitiers à son clergé diocésain (julliet 1862 et août 1863) sur les principales erreurs du temps présent, Mons. Pie denuncia con gran fuerza la posición de los que se llaman «católicos independientes», que excluyen «prudentemente» a Cristo de la vida social: éstos son realmente los adúlteros, que se concilian con el mundo secular, y que se alían con aquellos que rechazan el reinado social de Cristo. Combate contra los «emancipadores» o «secularizadores»; y más aún contra los «deístas racionalistas», que, acompañados por panteístas, materialistas y ateos, rechazan lo sobrenatural como algo falso e imposible:
«En este sistema, la naturaleza se convierte en una suerte de recinto fortificado, donde la criatura se encierra como en su dominio propio y del todo inalienable. Allí se instala como si fuese completamente dueña de sí misma, munida de imprescriptibles derechos, teniendo que pedir cuentas, sin nunca tener que darlas. Desde allí considera las vías de Dios, sus proposiciones y decisiones, o al menos lo que se le presenta como tal, y juzga de todo con absoluta independencia. En suma, la naturaleza se basta, y poseyendo en sí su principio, su ley y su fin, se construye su propio mundo, y se convierte poco a poco en su dios…. Allí está el fundamento de la doctrina de la soberanía del hombre, encarnada [políticamente] en la soberanía del pueblo» (VII,191-192). A eso hoy se le llama a veces «inmanentismo», «secularismo», «laicismo» radical.
El naturalismo rechaza, pues, absolutamente la Revelación y la gracia sobre-natural de Cristo. Y «se puede decir que así como el cristianismo es la afirmación de toda verdad y de todo bien, el naturalismo es el reino absoluto de la mentira y del mal» (VII,193). El Obispo de Poitiers expresa abiertamente lo que los naturalistas piensan, sienten y quieren:
«Si bien es cierto que me avergüenzo de todo lo que me degrada por debajo de mi naturaleza, tampoco siento atractivo alguno hacia lo que tiene a elevarme por encima [la fe, la gracia, la esperanza de una gloria eterna, la deificación cristiana]. Ni tan bajo, ni tan alto. No quiero ser ni bestia, ni ángel; quiero ser solamente hombre… Quedo, pues, agradecido a Dios por sus generosas intenciones, pero no aceptaré ese beneficio, que sería para mí una carga. Pertenece a la esencia de todo privilegio el que pueda ser rehusado. Y ya que todo ese orden sobrenatural, toda esa revelación, es un don de Dios, gratuitamente sobreagregado por su liberalidad a las leyes de mi naturaleza, yo me atendré a mi condición primera: viviré según las leyes de mi conciencia, según las reglas de la razón y la religión natural. Y Dios no me negará, después de una vida honesta y virtuosa, la única felicidad eterna a que aspiro, el premio natural de las virtudes naturales» (II,382-383).
El que se ensalza será humillado. En el fondo, el naturalista piensa que la gracia no sana, libera y eleva la naturaleza, sino que la oprime, la esclaviza y la destroza. El cautivo no quiere ser liberado, pues piensa que sus cadenas son collares y pulseras. No quiere el ciego que Dios abra sus ojos para que puedan ver la realidad. No quiere el hambriento ser saciado, ni el enfermo ser sanado. El naturalismo, en realidad de verdad, no es, en modo alguno, exaltación de la condición humana, sino miseria, autolimitación y pusilanimidad.
«Desgraciado mendigo del camino, el Rey te había invitado a las bodas de su Hijo, al banquete eterno de la gloria», y has desechado la invitación. «Sustancia ingrata, te has rehusado a esta afinidad gloriosa, y serás relegada entre los desechos y las deyecciones del mundo de la gloria; porción resistente del metal puesto en el criso, serás arrojado entre las escorias y los residuos impuros» (II,385).
Jamás la gracia de Cristo y de la Iglesia ha deprimido la naturaleza del hombre, sino que la ha sanado y ensalzado hasta unas alturas de perfección sobrehumana, personal y social, nunca conocidas en la historia. La misma razón, teóricamente ensalzada por el naturalismo, ha venido a ser negada y atrofiada por el racionalismo naturalista, y bien puede decirse hoy que la filosofía ha muerto. Por eso «si aún queréis encontrar algún hombre que haya verdaderamente conservado la fe en la razón humana, buscadlo en las filas de quienes han guardado la fe cristiana en sus corazones» (II,412).
El naturalismo es el Anticristo. «El naturalismo es lo más opuesto que hay al cristianismo. En su esencial el cristianismo es completamente sobrenatural, o mejor, es lo sobrenatural mismo en sustancia y en acto. Dios es sobrehumanamente revelado y conocido, sobrenaturalmente amado y servido, sobrenaturalmente dado, poseído y gustado. Así es todo el dogma, toda la moral, todo el culto y todo el orden sacramental cristianos. Se supone ciertamente la naturaleza, y de manera indispensable, en la base de todo; pero esa naturaleza resulta por todas partes superada. El cristianismo es la elevación, el éxtasis, la deificación de la naturaleza creada» (VII,193).
«El naturalismo, hijo de la herejía, es mucho más que una herejía: es el puro anticristianismo. La herejía niega uno o varios dogmas, y que pueda haberlos. La herejía altera más o menos las revelaciones divinas, pero el naturalismo niega que Dios sea revelador. La herejía expulsa a Dios de tal o cual parte de su reino, pero el naturalismo lo elimina del mundo y de la creación» (ib.).
«A este Cristo, nuestro único Señor y Salvador, a este Cristo que es dos veces nuestro dueño, dueño porque hizo todo, dueño porque rescató todo, se lo intenta excluir del pensamiento y del alma de los hombres, proscribirlo de la vida pública y de las costumbres de los pueblos, para sustituir su reino por lo que llaman el puro reino de la razón o de la naturaleza… Tal es el signo de nuestra época, su nota característica, su error, su crimen y su mal» (VII,194).
El diablo es el padre del naturalismo. El Obispo de Poitiers denuncia con toda claridad que el inspirador principal del naturalismo es el diablo. Él fue el primero que se rebeló contra Dios, y es opinión frecuente entre los Padres que Lucifer no aceptó el misterio de la Encarnación del Verbo, y decidió negar su adoración a un hombre, Jesucristo, por divino que fuera, arrastrando en su rebelión a todos los demonios.
«Juzgándose herido en la dignidad de su condición nativa, se atrincheró en el derecho y en la exigencia del orden natural. No quiso adorar en un hombre la majestad divina, ni recibir en sí mismo un complemento de esplendor y de felicidad derivado de esa humanidad deificada. Al misterio de la encarnación, objetó la creación; al acto libre de Dios opuso su derecho personal; en fin, contra el estandarte de la gracia, levantó la bandera de la naturaleza. “No se mantuvo en la verdad” (Jn 8,44), en la verdad del Dios hecho carne, en la verdad de la gracia y la gloria que emanan de Cristo. Y “fue homicida desde el principio» (ib.), porque juró la muerte del Hombre-Dios desde que el Hombre-Dios le fue mostrado» (V,43). Por eso, cuando Cristo reprochó a los judíos que estaban maquinando su muerte, les dijo: «vosotros tenéis por padre al diablo, y queréis poner en ejecución los deseos de vuestro padre, que es homicida desde el principio» (Jn 8,44).
El naturalismo, pues, es obra del demonio, bajo cuyo influjo están todos los que lo propugnan: son hombres diabólicos; son, en palabras de Cristo, «hijos del diablo». En efecto, la antigua Serpiente, el Dragón infernal, arrojado del cielo con los ángeles que le siguen en su rebelión, según nos refiere el Apocalipsis, intentó hacer abortar a la Mujer de la había de nacer Cristo (Ap 12,4), y no habiendo conseguido matarlo en la cuna (Mt 2,13), ni vencerlo en la cruz, dejándolo para siempre en el sepulcro, al ver que se eleva glorioso hacia el trono celeste (Ap 12,5), «se enfureció el Dragón contra la Mujer [María, la Iglesia], y se fue a hacer la guerra contra el resto de su descendencia, contra los que guardan los preceptos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús» (12,17). El diablo pretende que toda la humanidad se una a su rebelión contra Cristo. Ésta es la substancia del naturalismo, aunque hemos de precisar más adelante, con el favor de Dios, que se da en formas muy diversas, más mitigadas o radicales. Pero ésa es siempre en el fondo su substancia:
«Todo el trabajo del infierno se traduce fatalmente en el odio a Cristo, en la negación del entero orden de la gracia y de la gloria. La herejía de los últimos tiempos es el naturalismo, y ha debido llamarse así porque el naturalismo es anticristiano por excelencia» (V,45). Reúne en sí todas las herejías posibles. Es anticristiano y diabólico.
José María Iraburu, sacerdote
Índice de Reforma o apostasía
5 comentarios
+Efectivamente, no hay modo de evitar que el Chinchoso se ponga al principio del post incordiando, con reticencias y rabiando por todo. El otro día me acusaba de plagio... Es una cruz. Pero no sé cómo quitármelo de encima, y ya me voy haciendo a la idea de que va a durar tanto como el blog.
+Tiene razón, Alicia, a la inmensa mayoría de los católicos de hoy no les han vacunado suficientemente diciéndoles la verdad sobre naturalismo, liberalismo, etc., y por eso no entienden bien lo que sucede en la sociedad, ni el origen diabólico de los horrores que están presenciando. Y como no saben diagnosticar los males que estamos padeciendo, no saben cuáles son los medios eficaces para combatirlos y vencerlos. Posts como éstos sobre el Card. Pie son MUY necesarios. Gracias por aguantarlos por amor a Cristo y a la Iglesia. Y a la gente.
Sin embargo ¡cuánta oscuridad reina por todas partes! Hace falta Luz: "Ego sum lux, via, veritas et vita" (Ioh.8:12)
Buscando acercarme a esa Luz he iniciado el curso de lógica de Sapientis:
http://www.societyofscholastics.org/sapientis/
Gracias por sus textos, padre. Son un auténtico bálsamo para el alma, herida por tantas ofensas a Dios, tantos destrozos en la Iglesia y tanta desorientación en las almas de los que nos rodean.
Sus textos son preciosísimos "cupones" que sirven para obtener el carburante que necesitamos para lograr el máximo rendimiento de nuestro motor espiritual en este mundo que, absurdamente, pretende ser sólo material.
ADVENIAT REGNVM TVVM
Gracias.
JMI.- Al comienzo de mi post (33) se da la referencia bibliográfica exacta del libro del P. Sáez, S.J. No sé la dirección postal de la Edit. Gladius, pero sé su e-mail: [email protected] , y la dirección de su director: Dn. Rafael L. Breide Obeid, c/ Las Heras 2297, 6º - 1127 Buenos Aires, Argentina.
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