El ecumenismo según el Concilio Vaticano II
Han transcurrido ya más de 40 años desde la clausura del Concilio Vaticano II, esa gran obra del Espíritu Santo para nuestra época. Los documentos conciliares, recibidos al principio con mucho entusiasmo, han ido cayendo paulatinamente en el olvido para la mayoría de los fieles católicos, incluyendo a muchos que tienen una mayor formación doctrinal. En el período post-conciliar, en los sectores eclesiales auto-denominados “progresistas” se ha apelado con frecuencia a un supuesto “espíritu del Concilio”, descuidándose la atención a la letra del Concilio, encarnación de su verdadero espíritu. Hoy son poco citados y poco conocidos algunos textos esenciales del Concilio que contradicen frontalmente a corrientes de pensamiento muy arraigadas en nuestra cultura, como por ejemplo el relativismo.
El propósito de este capítulo es recordar algunos de los textos semi-olvidados del último Concilio referidos al ecumenismo, un tema de importancia fundamental en el cual se pueden apreciar hoy no pocas desviaciones con respecto a la auténtica doctrina conciliar. Citaré pues algunos textos del Concilio, precedidos por un título y seguidos por un comentario, ambos de mi autoría.
1. La Iglesia de Cristo es la Iglesia católica
“Ésta es la única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos como una, santa, católica y apostólica, y que nuestro Salvador, después de su resurrección, encomendó a Pedro para que la apacentara (cf. Juan 21,17), confiándole a él y a los demás Apóstoles su difusión y gobierno (cf. Mateo 28,18ss), y erigió perpetuamente como “columna y fundamento de la verdad” (1 Timoteo 3,15). Esta Iglesia, establecida y organizada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él, si bien fuera de su estructura se encuentran muchos elementos de santidad y verdad que, como bienes propios de la Iglesia de Cristo, impelen hacia la unidad católica.” (Concilio Vaticano II, constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium, n. 8).