La descalificación del lenguaje católico tradicional
Hace años, en una conferencia en Montevideo, un sacerdote católico muy inteligente, profesor de filosofía y de teología, afirmó que a él el lenguaje cristiano tradicional “no le decía nada”. Recuerdo que me apenó mucho oír eso. Me preguntaba cómo podía ser que a un sacerdote tan culto “no le dijera nada” el lenguaje de la Biblia y la Tradición eclesial, de los Papas y los Concilios, de los Padres y los Doctores de la Iglesia, de los santos y los grandes maestros de espiritualidad… Naturalmente, la expresión “esto no me dice nada” puede tener varios sentidos diferentes. Se me ocurren dos sentidos principales: 1) no entiendo nada de esto; 2) lo entiendo pero me deja frío; no suscita en mí ninguna emoción, ningún sentimiento, ningún propósito. Aplicadas a nuestro caso, las dos alternativas son inquietantes. La primera alternativa vuelve imposible la labor del teólogo, dado que no le permite comprender (en ningún grado) lo que cree. La segunda alternativa vuelve imposible la labor del misionero, dado que excluye el necesario entusiasmo apostólico. Por supuesto, es posible que el sacerdote exagerara y que no hubiera que tomar su afirmación del todo en serio. De todos modos sus palabras serían criticables porque entrañan un serio riesgo de “escándalo”: es decir, de suscitar en otros cristianos un desapego o desafecto injustificados al venerable lenguaje tradicional que expresa los contenidos de nuestra fe.