El latrocinio de Éfeso (Vladimir Soloviev)
Desde el siglo IV, la parte helenizada de la Iglesia sufría con la rivalidad y lucha continuas entre dos centros jerárquicos: el antiguo patriarcado de Alejandría y el nuevo de Constantinopla. Las fases exteriores de esta lucha dependían principalmente de la posición que adoptaba la corte bizantina. Y si queremos saber cómo era determinada esta posición del poder secular respecto de los dos centros eclesiásticos de Oriente, comprobamos un hecho notable. Podría creerse a priori que el Imperio bizantino tenía que escoger, desde el punto de vista político, entre tres líneas de conducta: o sostener al nuevo patriarcado de Constantinopla como criatura suya puesta siempre en sus manos y que no podía llegar a obtener nunca independencia durable, o bien el cesarismo bizantino (para no tener que reprimir en sus dominios las tendencias clericales y para libertarse de un vínculo demasiado estrecho e importuno) prefería tener el centro del gobierno eclesiástico algo más distante, pero siempre dentro de la esfera de su poder, y con este objeto sostenía al patriarcado de Alejandría, que llenaba ambas condiciones y tenía de su parte, además, para apoyar su primado relativo (sobre Oriente) la razón tradicional y canónica, o bien, por último, el gobierno imperial escogía el sistema del equilibrio, protegiendo ora a una, ora a otra de las sedes rivales según las circunstancias políticas. Pero vemos que, en realidad, no ocurría nada de eso.