A fin de contribuir al proceso eclesial de discernimiento sobre el DEC (cf. DEC, n. 109), ofrezco mis respuestas personales a las tres preguntas indicadas en el n. 106 de ese documento. En adelante, para referirme al DEC, citaré sólo los numerales o las páginas correspondientes.
“Después de leer el DEC y haber estado en oración, ¿qué tensiones o divergencias sustanciales surgen como particularmente importantes desde la perspectiva del continente? En consecuencia, ¿cuáles son las cuestiones e interrogantes que deberían abordarse y considerarse en las próximas fases del proceso?” (n. 106, pregunta 2).
Respuesta. Considero que en las próximas fases del proceso sinodal debería abordarse la gran cuestión de la profunda crisis actual de la Iglesia Católica, considerándola ante todo como una crisis de fe, una de cuyas causas principales es la secularización de la Iglesia promovida por agentes externos e internos.
Los Papas San Pablo VI, San Juan Pablo II y Benedicto XVI expresaron más de una vez de un modo muy claro ese preciso diagnóstico de la actual crisis eclesial. Para no alargar demasiado mi respuesta, no incluiré citas de esos tres Papas para probar este punto, pero cualquiera puede encontrarlas fácilmente. Sí incluiré, por ser menos conocida, una cita del actual Arzobispo de Montevideo que manifiesta esa misma visión: “La fe se va enfriando cada vez más en la vida de nuestra gente. Como una nueva ola glacial secularizadora que ya no vemos solo de fuera sino que ha ido penetrando en la misma Iglesia, es decir, en nosotros. Este es el punto clave.” (Cardenal Daniel Sturla, carta pastoral ¡Devuélveme la alegría de tu salvación!, p. 8; cf. pp. 15, 24, 28, 37, 39).
Sí, ése es el punto clave de nuestra actual realidad eclesial; ¡pero el DEC no muestra ningún signo de que el actual proceso sinodal lo considere así! Si no se aborda ese problema en serio, como es debido, todas las discusiones sinodales se parecerán a una orquesta que toca alegremente su repertorio musical en la cubierta de un barco que se está hundiendo. Un ejemplo de esto es el caso de los dos Sínodos de la Familia de 2014 y 2015, que no reflexionaron en serio sobre la gravísima caída del número de los matrimonios sacramentales en gran parte del mundo. ¿Qué clase de renovación de la pastoral familiar puede dar frutos si ignora el hundimiento práctico del matrimonio, base de la familia? En el mejor de los casos ese proceso sinodal fue una gran pérdida de tiempo y de recursos.
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