Philip Trower, La Iglesia docta y la rebelión de los eruditos -5C

(Véanse en este blog los cuatro capítulos anteriores y las dos primeras partes del Capítulo V).

¿POR QUÉ NO HAY UN CONTRAATAQUE ORTODOXO?

El modernismo nunca podría haberse extendido y haber tenido éxito como lo ha hecho si el resto de la Iglesia docta hubiera montado una lucha más fuerte. ¿Por qué no lo ha hecho? (En verdad, la mayor parte de sus miembros, con mucho, no han opuesto resistencia alguna, sino que han vacilado y transigido).

Creo que puede haber sólo dos respuestas: (a) ya no pueden ver rápida y claramente qué es herejía o tiende a serlo y qué no; o (b) la herejía no les parece particularmente terrible o grave. Probablemente ambas respuestas sean aplicables.

Siendo esto así, la razón será en primer lugar espiritual, del tipo que consideré al principio de estos artículos. Con respecto a la mayoría de la Iglesia docta tenemos que hacer, creo, las mismas distinciones que hice en otro lugar en relación con los obispos entre los “malos” —aquellos que, por medio del pecado, han perdido la fe; y los “tristes” —aquellos que no la han perdido absolutamente pero, también por medio del pecado, están, en lo que respecta a la fe, afligidos por una especie de ocaso de la mente y de apatía de la voluntad. Estos últimos, como sus contrapartes en el episcopado, por falta de vitalidad espiritual, yacen lánguidamente como comandantes heridos desangrándose hasta la muerte (oficiales de inteligencia en lugar de generales esta vez) mientras las tropas sin líderes son masacradas. Es necesario referirse al pecado a este respecto; de lo contrario, es probable que la pérdida de la fe sea atribuida a un accidente o, peor aún, a Dios. No me extenderé más sobre este aspecto del tema.

Existen sin embargo algunos factores puramente naturales que creo que puede ser útil considerar.

El primero es de un tipo bastante especializado pero con todo muy importante. Tiene que ver con la naturaleza de la fe y de la mente humana, y la diferencia entre la forma en que los católicos ven la fe y la forma en que lo hacen los eruditos y los teólogos.

La fe, como bien sabemos, es luminosamente clara y simple, tanto que un niño puede comprenderla; sin embargo nos revela misterios y, por lo tanto, cuando se examina en detalle, está llena de cosas difíciles de entender. El cuerpo humano y la naturaleza, como un todo, son similares en este sentido: simples en su conformación general y propósito, que se perciben rápidamente, pero extremadamente complejos en los detalles de su funcionamiento interno. Ahora bien, un estudio minucioso de los detalles de cualquier tema tiene el mismo efecto que mirar a través de un microscopio. El significado del todo cuyas partes se está estudiando tiende a caer al segundo plano de la mente; los cambios de color más grandes se vuelven difíciles de detectar: ​​los contornos principales y las distinciones importantes desaparecen. Es más bien como si un hombre estuviera estudiando el Juicio Final de Miguel Ángel a través de una lupa desde una distancia de dos pulgadas. Absorto en los detalles, se olvida del cuadro en sí, y después de un año, podemos suponer, se vuelve tan miope que al dar un paso atrás ya no puede verlo correctamente ni saber si alguien ha estado haciendo modificaciones.

Este tipo de miopía académica es, creo, una razón adicional por la que los intelectuales católicos, incluso cuando han mantenido la fe, con frecuencia parecen incapaces de decir dónde las ideas aceptables se degradan convirtiéndose en inaceptables. Casi todo lo escrito desde el Concilio por los sabios muestra signos de este defecto académico. Creo que también explica por qué una parte de los fieles y los clérigos comunes han conservado la fe con más fuerza que la mayoría de los eruditos. No han estado mirando el cuadro de la fe desde una distancia de unos pocos centímetros, por lo que han mantenido su visión normal. Siendo aún capaces de ver el cuadro completo con claridad, ellos notan rápidamente los cambios —aunque ignoran la naturaleza de las pinceladas del artista, el tipo de pigmentos usados o la forma de tratar las grietas en el yeso.

Según el Cardenal Newman, fue por algunas de estas razones que, en los primeros siglos de la Iglesia, el pueblo católico común a menudo dio un testimonio más claro de lo que la Iglesia creía sobre ciertos puntos que los teólogos o incluso algunos de los Padres (véase On Consulting The Faithful In Matters Of Doctrine [Sobre la consulta a los fieles en materias de doctrina]). Ellos simplemente declararon lo que les habían enseñado: sus mentes no se habían quedado perplejas por cuestiones complicadas y sutilezas, y así su testimonio no estaba teñido por opiniones privadas, propias o ajenas. Nos enfrentamos aquí con una dificultad para los académicos católicos que podría llamarse un riesgo profesional.

SIN FUEGO VIVO

Debilidades más comunes también han contribuido a nublar la visión y debilitar la resistencia; cosas como el miedo, la amistad y el profesionalismo.

Como cabía esperar, muchos miembros de la Iglesia docta eran amigos, incluso cercanos. Nunca es fácil decir a un amigo que está haciendo algo que está muy mal y, donde el amor de Dios y el verdadero bien del amigo no tienen el primer lugar, un hombre rehuirá romper una amistad que le importa incluso cuando sabe que debería hacerlo. Para muchos intelectuales católicos de hoy, una postura valiente podría significar la pérdida de todos sus antiguos amigos, así como insultos y el fin del éxito y la aprobación. Por todas estas razones, aunque no debería ser así, es probable que la herejía en un amigo parezca menos incorrecta, menos horrible y menos lo que es verdaderamente, o que haya una tendencia a minimizar su atrocidad. También debido al estado mental nublado de los “tristes” y sus incertidumbres acerca de la fe, en muchos puntos donde no deberían hacerlo, simpatizan a medias o más que a medias con los “malos” —sospechando que los “malos” podrían tener razón, que la mayor parte o mucho de lo que la Iglesia ha enseñado siempre es probablemente “doctrina reformable", y que un día la Iglesia abandonará, digamos, su enseñanza sobre el pecado original o la indisolubilidad del matrimonio, incluso a pesar de que, por el bien de la disciplina de la Iglesia, o para “salvar las apariencias", tengamos que seguir defendiendo estas enseñanzas por el momento.

El profesionalismo contribuye principalmente a la tibieza y la indiferencia.

Así como los médicos no se alteran cuando oyen las palabras cáncer o muerte, así ocurre con el religioso académico profesional con respecto a la herejía y la falsedad. La fe ya no es un fuego vivo que arde en sus venas y en su vientre; se ha convertido en “el tema en el que él está calificado” y con el que se gana la vida. El error doctrinal es parte del trabajo diario —trabajo de oficina; no pierdes el sueño por él. Del mismo modo, como otros profesionales, defiendes a tus colegas, incluso a los malos; no se defrauda al equipo frente a la clientela. La vida eclesiástica, más que la fe, es ahora la sustancia de la religión. Mientras los engranajes de la vida eclesiástica permanezcan en su lugar y las ruedas aún sigan girando, lo que la máquina esté produciendo es una consideración insignificante.

La prueba de esto, diría yo, la proporciona el estado actual de la Universidad de Notre Dame y la Catholic Theological Society of America [Sociedad Teológica Católica de Norteamérica]. Lo que le asombra más a uno de esta última no es que un grupo de sus miembros sacerdotales pudiera componer una obra tan insuperablemente mala y malvada como Human Sexuality [La sexualidad humana] o que la mayoría diera al libro su respaldo (aunque esto sea terrible), sino que se permita que la sociedad continúe existiendo con el nombre de “católica” y que sus miembros todavía creyentes (que uno presume que existen) no hayan renunciado a un cuerpo que claramente se ha convertido en una asamblea de enemigos de Dios.

Sin embargo, creo que ha habido un factor más poderoso que cualquiera de los mencionados hasta ahora, cuya existencia explica principalmente la falta de resistencia de los teológicamente “tristes".

INCLINACIÓN A REFORMAR LA IGLESIA

Antes del Concilio, muchos clérigos, afectados o no por el modernismo, estaban persuadidos, no necesariamente sin razón, de que eran deseables reformas de algún tipo. Ellos también sintieron que la Iglesia de alguna manera se estaba quedando atrás y necesitaba “actualizarse". Los emprendimientos existentes —las iniciativas de Pío XII, por ejemplo, o nuevos movimientos para los laicos como el Opus Dei, la Legión de María o los Focolares— fueron considerados insuficientes. Ellos vieron (a menudo, uno se inclina a pensar, exclusivamente) todo lo que era estrecho y rutinario en la vida católica y creyeron que si tan sólo pudieran barrer lo que los irritaba, la vida florecería nuevamente. Desafortunadamente, un gran número parece haber sido afectado por la perspectiva naturalista que caracterizó a los obispos europeos de mentalidad reformista, que discutí en otra parte. Por demasiados, la reforma fue considerada principalmente como una cuestión de hacer que la Iglesia “pareciera moderna", más que de asegurarse de que los católicos se volvieran más santos. Cada uno, además, tendía a ver su propio remedio particular, cualquiera que fuera —mayor participación laical, cambio litúrgico, mejores relaciones con los cristianos separados— como la fórmula mágica que por sí sola podría arreglar las cosas.

Esta preocupación por la reforma —hablo aquí tanto de las reformas legítimas como de las ilícitas— creó un nuevo principio de unidad, un nuevo tipo de hermandad, y lo que para muchos equivalió casi a una religión sustituta; una “iglesia” dentro de la Iglesia, que reunió a los “malos", los “tristes” e incluso algunos de los “no tan tristes". En el clima de opinión que se generó, lo esencial ya no era creer lo que Dios ha revelado, sino “estar del lado de la reforma", vista ahora más o menos como un fin en sí misma y de mayor importancia que la Iglesia y la fe que estaba destinada a salvar. Un hombre que estaba interesado en la reforma sería visto como un aliado, incluso si dudaba de la Presencia Real; mientras que cualquiera juzgado frío hacia la reforma se deslizó de modo subconsciente a la categoría de oponente, incluso a pesar de que sostuviera todas las verdades de la fe. Y asegurarse de que nada detuviera la reforma se volvió prioritario sobre cualquier otra consideración —aun el hecho de que en muchos casos el abuso de las reformas por parte de los “malos” estaba provocando que un gran número de fieles abandonaran sus creencias. Los “tristes” prefirieron no advertirlo.

Para ver cómo funcionaba esto en la práctica, imaginemos a dos padres franceses: Père Gretry y Père Bourgeois. Ambos han dedicado su vida a la causa de una mayor participación de los laicos. Las ideas de Père Gretry se han mantenido, aunque a veces apenas, dentro de los límites de la ortodoxia; las de Père Bourgeois han vagado mucho más allá de ellos. Pero como la causa de la participación de los laicos se vería comprometida si las herejías de Père Bourgeois se conocieran, Père Gretry las encubre.

Hay muchos Pères Bourgeois y muchos Pères Gretry hoy, y es grande el encubrimiento que los Pères Gretry han hecho a fin de proteger la “causa de la reforma".

UNA DERIVA CONTINUA HACIA LA HEREJÍA

Creo que éstas son las razones principales por las que la mayor parte de lo que queda de la intelectualidad católica no modernista ha sido, durante los últimos 15 a 20 años, tan vergonzosamente débil; por qué, en el momento en que el modernismo resurgió, no acudieron instantáneamente en defensa de la fe y del pueblo católico, sino que en cambio se dieron media vuelta y protegieron a sus viejos amigos, justificando sus equívocos y ocultando sus infidelidades. Dado que la fe tiende a perderse donde no es defendida, entre los eruditos, como entre los obispos, ha habido una continua deriva de los “tristes” hacia el campo de los “malos".

Por supuesto, para el alto clero en su conjunto, el modernismo no “reapareció” en el sentido en que lo hizo para todos los demás, como el fantasma de alguien muerto. En su mundo, cualquiera que era alguien había sabido desde el principio que el modernismo todavía estaba en la casa y en un estado de salud razonable, incluso si tenía que vivir en un armario debajo de las escaleras y lo dejaban salir para hacer ejercicio en el medio de la noche. Lo que debió de sorprender al alto clero, ortodoxo y heterodoxo, fue la bienvenida que el modernismo recibió de muchos de los fieles comunes una vez que pudo salir del armario, subir las escaleras y hacer su aparición en los salones principales de la mansión.

PARA AGUANTAR EL DILUVIO

En el estudio precedente he tratado de mostrar las diversas causas, morales, psicológicas, espirituales e intelectuales, de la gran rebelión de los eruditos y teólogos “católicos” que está devastando la fe y paralizando en gran parte la reforma.

Al hacerlo, espero haber hecho más fácil entender no sólo por qué se ha producido la rebelión, sino también a qué tenemos que oponernos y la naturaleza de las dificultades que aún enfrentamos.

Las causas morales, psicológicas y espirituales son bastante sencillas; nos enfrentamos a esas cosas simples: la pérdida del don sobrenatural de la fe, la debilidad humana, la mala voluntad y el pecado. Tienen que ser combatidas principalmente por medios espirituales. Las causas intelectuales nos presentan un problema mayor. En las circunstancias especiales del presente, con la educación general y los medios de comunicación de masas que traen al instante las nociones y los hechos más abstrusos a la atención de los corazones católicos más simples —no se las puede tratar con tanta facilidad.

Si retrocedemos un momento y examinamos el siglo y medio durante el cual las ideas modernistas se han desarrollado, para la mente y el alma humanas este lapso de tiempo parece recordar a la Tierra en la época del Diluvio.

Una ola gigantesca de conocimiento natural, en gran parte de significado incierto, y que lleva consigo una gruesa capa de residuos flotantes de basura ideológica, se ha derramado sobre la humanidad. En ella, todos los hombres occidentalizados, y los católicos junto con ellos, están ahora pataleando, y el modernismo es sólo la muerte por ahogamiento del conocimiento revelado sobrenaturalmente en esta inundación sin precedentes de información puramente natural. Es este diluvio lo que llamamos pensamiento moderno. Sólo parece probable que sobrevivan los católicos que mantienen sus chalecos salvavidas bien inflados con fe, esperanza y caridad y un espíritu de docilidad a la voz de la Iglesia.

¿Disminuirá la inundación? ¿O pueden las aguas, buenas en sí mismas, ser domesticadas, purificadas de su basura y canalizadas a las cuencas y reservorios adonde pertenecen para que ya no sean espiritualmente destructivas?

En lo que respecta a la Iglesia, esto sólo puede ser obra de eruditos católicos fuertes en la fe y la bondad, así como adecuadamente calificados.

¿Existen tales hombres? ¿Queda algún miembro de la Iglesia docta que no pertenezca a la categoría de los “malos” ni a la de los “tristes"? ¿Hay alguno “bueno"? Sí. Pero en los disturbios recientes ellos se han convertido en voces aisladas, dispersas aquí y allá, y por lo tanto incapaces de tener mucho efecto.

OREMOS…

Sin embargo, los católicos estadounidenses y de habla inglesa en general quizás ahora puedan animarse.

En febrero de 1978 L’Osservatore Romano publicó un artículo sobre la formación, en Saint Louis, de una Comunidad de Académicos Católicos dedicados a poner sus habilidades “al servicio de la fe católica” tal como es “enseñada con autoridad por el Papa y los obispos en comunión con él.”

Oremos fervientemente por estos hombres y por todos los que son como ellos, dondequiera que se encuentren; estos “hermanos mayores” más dotados que tanto necesitamos. La fe de las generaciones futuras puede depender en buena medida de su éxito o fracaso.

Roguemos que, haciendo un análisis nuevo y mucho más cuidadoso del pensamiento moderno, ellos siempre sepan cómo separar el trigo de la paja, el oro de la escoria, el agua impoluta de los desechos ideológicos. Al hacerlo, que no se sorprendan al encontrar a la Palabra de Dios a menudo en conflicto con las opiniones de los hombres. Que siempre permanezcan indiferentes al respeto humano y no se sientan impresionados por las grandes reputaciones de este mundo. Que sean infaliblemente sumisos en todo lo que toca a la fe a la voz del Magisterium y, lo que hoy es igualmente importante, sean capaces de distinguir la voz auténtica de cualquier falsificación —la del verdadero pastor de la del mercenario mitrado. Pero, sobre todo, que la visión del mundo y de la historia humana provista por la Revelación tenga tal asidero en sus mentes, que estén tan convencidos de su absoluta certeza, realidad y preeminencia que ninguna otra “cosmovisión” la fracture o distorsione, y todos los reflejos que surjan de sus estudios puramente naturales se mantengan firmemente subordinados a ella y dentro del cono radiante emitido por esta fuente de luz altísima y beatísima.

Y que todos nosotros los fieles recordemos: “Con Dios nada es imposible".

(CONTINUARÁ).

Copyright © Estate of Philip Trower 1979, 2019.

Fuente: http://www.christendom-awake.org/pages/trower/church-learned/church-learned-chap-5.htm (versión del 02/04/2019).

Traducido al español por Daniel Iglesias Grèzes con autorización de Mark Alder, responsable del sitio Christendom Awake.


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