Philip Trower, La Iglesia docta y la rebelión de los eruditos -5B
(Véanse en este blog los cuatro capítulos anteriores y la primera parte del Capítulo V).
LA SEDUCTORA TEOLOGÍA PROTESTANTE
Desde la época del primer modernismo, los eruditos de la Iglesia miraban cada vez más hacia ciertos tipos de protestantismo con ojos comprensivos; sus atractivos radicaban, a medida que la fe fracasaba, en lo que este protestantismo rechazaba más que en las creencias positivas que había mantenido.
En el período de entreguerras (1918-1939), el interés por el protestantismo estuvo confinado a un grupo relativamente pequeño, aunque aún así muy influyente, del alto clero, y, dejando de lado el trabajo legítimo para la reunión [de los cristianos], se centró principalmente en las teorías de los críticos bíblicos protestantes más radicales y las ideas del pensador luterano danés Kierkegaard (fallecido en 1855), cuyos escritos son un libro de consulta para el existencialismo. La presión para que la Iglesia aceptara los principios de la crítica bíblica neo-protestante y racionalista fue tratada por Pío XII en su encíclica Divino Afflante Spiritu (1943). Las ideas de Kierkegaard fueron tomadas directamente de sus propios escritos o filtradas a través de la teología neo-luterana y neo-calvinista.
Pero después de la Segunda Guerra Mundial, que en Alemania, Holanda y otras partes del continente a menudo había juntado a católicos y protestantes en oposición al gobierno nazi, el interés por el protestantismo se intensificó y más tarde, a través de libros y revistas, se extendió mucho más allá a un amplio círculo de católicos, clérigos y laicos.
El resultado fue la introducción en las mentes sacerdotales católicas de dos corrientes de pensamiento distintas que reflejan la gran división que se ha producido dentro del mismo protestantismo, entre el protestantismo histórico y el modernismo protestante.
El protestantismo histórico proporcionó los bienes deseables: sin Papa, sin Santa Sede y, en consecuencia, ningún árbitro final en cuanto a lo que se debe creer; la Biblia interpretada en privado como la única fuente de la Revelación; la primacía de la conciencia individual; y la Eucaristía como una comida conmemorativa. (Una lectura de la [encíclica] Mediator Dei de Pío XII sugiere que hacia 1947 las ideas protestantes sobre la Eucaristía y sobre el sacerdote como el presidente de la comunidad ya estaban avanzando entre los clérigos católicos).
Estas ideas protestantes negativas, que datan del siglo XVI, representan un primer tramo de escalera descendente para los católicos cuando se apartan de la plenitud de la fe.
El modernismo protestante, para los mismos protestantes y los católicos que los siguen, representa un descenso adicional, que esta vez frecuentemente termina en el sótano de la incredulidad, donde finalmente se abandona cualquier apariencia de cristianismo (excepto como una etiqueta cortés).
ENTRELAZAMIENTO DE CREENCIAS
El modernismo en las iglesias protestantes surgió por las mismas razones que entre los católicos, pero comenzó mucho antes —Schleiermacher (muerto en 1834) fue un protagonista— y socavó la fe más rápidamente, porque en el protestantismo, como sabemos, no se reconoce ninguna autoridad que pueda determinar si una nueva idea puede o no ser reconciliada con lo que se cree que Dios ha revelado. Penetró más profundamente en aquellas iglesias con el clero más educado o con el respaldo de un gobierno o una clase gobernante. Lo que se llama protestantismo liberal es una especie de movimiento hermano que se desarrolló junto con el modernismo protestante doctrinal y finalmente se fusionó con él. Representaba el lado práctico y socialmente activo del protestantismo moderno y rápidamente cometió los mismos errores que hemos observado entre los católicos social y políticamente conscientes.
En su encuentro con el modernismo protestante, la intelectualidad católica, o más bien su contingente modernista, no encontró ninguna idea con la que no estuviera familiarizada. Tanto católicos como protestantes habían estado leyendo los mismos libros y estudiando los mismos temas; las mentes de ambos habían sido manipuladas por los mismos rayos de radar intelectuales. Pero los teólogos protestantes suizos, alemanes, estadounidenses e ingleses habían sido mucho más audaces al promover ideas modernistas y sacar sus consecuencias. Como resultado, los modernistas “católicos” encontraron que gran parte de su trabajo ya estaba hecho para ellos, y adoptaron enseguida el lenguaje y los conceptos del modernismo protestante.
Lo que ahora se predica ampliamente desde púlpitos católicos y se enseña más abiertamente en seminarios católicos es simplemente el modernismo desarrollado en las facultades de teología suizas, alemanas y estadounidenses durante las décadas de 1920 y 1930 por hombres como Barth, Bultmann, Brunner, Tillich y los hermanos Niebuhr. (Un escritor como Berdiáyev nos muestra que el modernismo tampoco había dejado intacta a la ortodoxia).
Llamar a todo esto teología protestante no es realmente justo para nuestros muchos hermanos protestantes que se resisten a las ideas modernistas, a menudo con más energía que los católicos. Ellos defienden grandes doctrinas como la caída, la redención, la necesidad de la gracia, o la realidad y la gravedad del pecado, cuya demolición ante sus ojos es observada pasivamente por muchos católicos. La lucha entre las creencias cristianas y las creencias modernistas es tan real dentro de las iglesias protestantes como dentro del cuerpo católico, aunque en el protestantismo la frontera entre los dos dominios espirituales está marcada con menos claridad y la contienda es más vaga. Como sugerí en otro lugar, el modernismo debería ser visto ahora como una nueva y poderosa “cuarta denominación", cuyos miembros están esparcidos entre los cuerpos cristianos ya existentes y están luchando para apoderarse de ellos.
ATACANDO A LA IGLESIA HOY
Llegamos ahora al hoy, a los últimos 20 años, el resultado final de los afloramientos heréticos del siglo y medio pasado.
A finales de los años ‘50 las tendencias heréticas y proto-heréticas que hemos estado siguiendo habían producido dentro de la Iglesia Católica un cuerpo mucho más grande de académicos y teólogos revolucionarios decididos a alterar la fe y la práctica que el que había existido alrededor de 1900.
Estas tendencias aún no representaban un cuerpo de creencias absolutamente consistente. Se habían materializado una a una o en grupos, como hemos visto, durante un período de 100 años, y habían sido adoptadas en diferentes grados por miembros individuales de la Iglesia Docta según los gustos [de cada uno]. Pero se inclinaban hacia la coherencia. El primero en hacer una síntesis de ellas fue el P. Lemius, quien redactó el borrador de la encíclica Pascendi para San Pío X.
Hasta ahora ha habido tres síntesis modernistas. La del Père Teilhard, que no es tanto una síntesis como la absorción de todo en su propio y peculiar sistema evolutivo; luego los diversos intentos marxistas —éstos tampoco son realmente síntesis, sino un marxismo más o menos puro con otras creencias modernistas como adornos; finalmente la de Bultmann, basada en la visión existencialista del hombre como un libre albedrío que se crea a sí mismo, y que conoce sólo la luz proporcionada por su “situación actual", con la Biblia reinterpretada simbólicamente para cada generación en términos de esa situación.
El sistema de Bultmann es por mucho el más cercano a ser una verdadera síntesis; reúne a casi todos los hilos modernistas existentes y le da a cada uno un lugar, y por esta razón creo que puede triunfar. Sus negaciones ordenadas se parecen superficialmente más a lo que la gente está acostumbrada que los extravagantes vuelos de fantasía y la bastante desnuda adoración de la tierra del Père Teilhard, o el ondear la bandera roja de los teólogos de la liberación. Apelan al clérigo sobrio y sensato sin fe.
El neomodernismo que todo esto representa, cuando finalmente salió del túnel, fue, como dije, una proposición más fuerte y más dura que la cosa bastante refinada y sentimental que desapareció en él en 1910. El nuevo modernismo ya no estaría avergonzado de parecer cuasi-ateo, cuasi-materialista o, en lo que respecta al sexo, totalmente amoral. (Éste es el camino que el mundo había estado recorriendo y la religión debe seguir al mundo). También estaba preparado para identificar la fe mucho más abiertamente con las metas seculares y la búsqueda del paraíso terrenal. En su centro, y manteniendo unido al sistema, todavía estaban esos principios interconectados que observamos al comienzo: 1) No hay una Revelación pública de Dios; ni la Biblia ni la Iglesia son dignas de confianza; 2) La ciencia y el pensamiento moderno son la fuente de conocimiento más alta y la única cierta; la religión debe adaptarse a ellos; 3) “Revelación” (en la medida en que existe) a través de la experiencia interior; 4) Las doctrinas de la Iglesia deben ser entendidas simbólicamente como la expresión evolutiva de las necesidades religiosas del hombre o (en la versión actualizada) de su propio autodescubrimiento. La transformación de la religión católica y cristiana en un humanismo secular cuasi-cristiano o una religión del progreso estaba casi completa.
Quienes aceptaron estos principios eran modernistas en el sentido más pleno, independientemente de sus opiniones personales sobre cuestiones menores —su preferencia por esta o aquella filosofía, esta o aquella escuela de psicología, o si eran de inclinación colectivista o individualista, o si estaban o no interesados en la historia o la sociología. Se habían convertido por completo a la nueva religión; la habían abrazado en su esencia.
Para otros la conversión fue todavía parcial. Podían inclinarse hacia su punto de vista, pero sin un asentimiento pleno a sus proposiciones básicas. (Quizás algo de la Biblia era verdad, quizás ocasionalmente la Iglesia tenía razón; aunque dónde y cuándo, ¿quién podía estar seguro?). Habían sido influenciados por las corrientes intelectuales que hemos estado revisando de una manera más laxa y general. Su pensamiento era menos consistente. Pero las ideas a las que habían abierto sus mentes, cuando el momento estuviera maduro, los arrastrarían cada vez más cerca de la posición modernista completa.
Durante casi 40 años dos Papas fuertes mantuvieron bajo control a estas fuerzas y a los hombres sometidos a ellas. Pero con la muerte del segundo, Pío XII, se les permitió irrumpir y azotar el árbol de la Iglesia con fuerza de vendaval, romper las ramas y lanzar y desgarrar las ramitas, hasta que cada hoja, flor y fruto que no estaba firmemente adherido y lleno de savia viva fue arrancado. O así pareció.
PLAN DE ASALTO
Parece que, cuando el Concilio fue anunciado, los principales revolucionarios teológicos se pusieron rápidamente en contacto y decidieron a qué metas inmediatas aspirar, siendo sus expectativas en esta etapa relativamente modestas. (Deben de haber imaginado que tendrían contra ellos a innumerables obispos y teólogos de ortodoxia granítica).
Con nuestro conocimiento actual sobre el Concilio, podemos ver bastante bien cuáles eran estas metas.
Pueden ser resumidas brevemente.
Primero, “libertad académica” —reconocimiento de su derecho a enseñar lo que les plazca; ya que ésta es una precondición necesaria para alterar la fe. Si la autoridad no la concede oficialmente, que la autoridad asienta a ella tácitamente por miedo. Para ello, ataca al Magisterium en su corazón, la Santa Sede, a través de su órgano más vulnerable, la Curia; (es vulnerable por ser impopular —los departamentos gubernamentales siempre lo son). Divide al Magisterium. Convence a los obispos enfatizando la colegialidad; esfuérzate para lograr que el colegio de los obispos se vuelva igual al Papa en autoridad, o mejor aún que sea puesto por encima de él. Respalda cualquier enseñanza sobre el laicado que permita reestructurar “democráticamente” a la Iglesia y trata de impedir una condena del comunismo. Trabaja a través de la reforma litúrgica y el movimiento para la reunión cristiana [el ecumenismo] para lograr que las ideas protestantes sobre la Eucaristía y el sacerdocio y la teología protestante modernista sean aceptadas. (Minimiza la reunión con los cristianos orientales cuyas creencias son en su mayoría indistinguibles de las de los católicos y que, por lo tanto, son indeseables.) Si es posible, obtén una declaración que implique que la Biblia es la única fuente de la Revelación, y que la Biblia, tal como es interpretada por los expertos en las Escrituras, es la autoridad suprema en materia de fe. Presiona a favor del abandono del pecado original y de la aceptación de la visión de Darwin de los orígenes humanos. Evita una condena de la anticoncepción, si no se obtiene su aprobación. Exige diáconos casados: entonces la puerta estará abierta para los sacerdotes casados más tarde. Haz todo lo posible para degradar a Santo Tomás y para exaltar al existencialismo. No pierdas la oportunidad de promover la opinión de que los católicos deberían dejar de pensar en salvar sus almas y deberían concentrarse en “transformar el mundo".
Por supuesto, en 1962 ningún sacerdote sensato habría pensado en proponer tales ideas excepto en un envoltorio de ambigüedades. Pero fue sobre éstas que se libraron las batallas entre bastidores durante el Concilio, y el intento, por un lado, de lograr que fueran aceptadas y, por otro lado, de rechazarlas, explica, creo, el tenor desconcertantemente desparejo de tantos pasajes de los documentos del Concilio. Es como si dos personas estuvieran tratando de conducir un automóvil al mismo tiempo, arrebatándose el volante el uno al otro alternativamente. (Como expliqué en otro artículo, nada de esto les resta autoridad. Sólo hace que algunas de sus enseñanzas sean menos inmediatamente claras y, lo que es más importante, que sean mucho más fáciles de tergiversar).
Sin embargo, no seguiré a nuestros revolucionarios dentro de la sala del Concilio. Les diremos adiós mientras, transformados en periti, esperan en el aeropuerto con sus valijas, portafolios y expectativas los aviones que los llevarán a Roma y a la primera sesión del Concilio. Su mayor victoria será la práctica. Con el grito de guerra “La libertad en peligro", azuzarán a la opinión pública fuera de la Iglesia a su favor, y eventualmente obtendrán por la fuerza de la autoridad eclesiástica asustada y más o menos reacia el permiso de facto que ahora poseen para atacar y socavar la fe católica desde adentro de la Iglesia mientras todavía actúan oficialmente como representantes de la Iglesia, creando así la impresión de que casi todos los artículos de fe (sin excluir la existencia de Dios) están siendo reconsiderados y algún día podrían ser desechados.
En cambio, me vuelvo hacia una cuestión que hasta ahora ha sido pospuesta, pero ahora debe ser enfrentada.
(CONTINUARÁ).
Copyright © Estate of Philip Trower 1979, 2019.
Fuente: http://www.christendom-awake.org/pages/trower/church-learned/church-learned-chap-5.htm (versión del 02/04/2019).
Traducido al español por Daniel Iglesias Grèzes con autorización de Mark Alder, responsable del sitio Christendom Awake.
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