Philip Trower, La Iglesia docta y la rebelión de los eruditos -1C
(Las primeras dos partes de este capítulo fueron publicadas como 1A y 1B).
SE NECESITA LA FE
Primero, para comprender hay que creer. Los historiadores no creyentes que estudian la Iglesia saben mucho más sobre su teología y su vida que la mayoría de los católicos, pero en un sentido profundo no comprenden lo que saben. Lo mismo comienza a ser cierto para los académicos católicos cuando surgen las dudas.
Sin embargo, la fe por sí sola no es suficiente: con la fe y el conocimiento debe haber bondad. Un erudito católico que se deja secar, ambicioso, cínico o egoísta, algo que les sucede muy fácilmente a los eruditos, sólo tendrá una comprensión superficial de su tema. Cuando los teólogos y académicos católicos van un paso más allá y piensan que el dominio de su tema depende de su habilidad intelectual más que de la gracia, comenzarán a volverse ciegos. Una opinión excesivamente elevada de sí mismo como erudito parece haber sido lo que sacó a Dollinger de la Iglesia y convirtió a Lord Acton en un miembro muy intranquilo dentro de ella. Históricamente, los cultos e inteligentes generalmente han sido los primeros en ser engañados por los nuevos errores. A principios de este siglo [XX], cuando un sacerdote muy conocido, que luego dejó la Iglesia, comenzó a predicar la herejía en una iglesia famosa de Londres, la primera persona que se dio cuenta fue un hermano lego, uno de los que hacían las tareas del hogar. Los sacerdotes eruditos que pasaban todo el día leyendo libros fueron más lentos para entender.
Estas observaciones sobre las tentaciones y las dificultades naturales que acosan a los académicos católicos se hacen para situar en el contexto adecuado lo que voy a decir sobre un grupo particular de ellos. Sin duda la mayoría de los comentarios son bastante obvios, pero sin ellos en mente será mucho menos fácil entender por qué este siglo [XX] ha visto una gran rebelión de eruditos y teólogos. En estos desastres, las causas son siempre morales y espirituales antes que intelectuales.
EL GERMEN DEL MODERNISMO
Los católicos, como sabemos, siempre son influenciados por ideas que vienen de afuera de la Iglesia, una parte de las cuales son dañinas. Cuando la salud espiritual es fuerte, el Cuerpo Católico las desecha; cuando está un poco decaído, será invadido por ellas; cuando está débil, sucumbirá en su fe a una amplia gama de infecciones.
Algo así comenzó a suceder a mediados del siglo pasado [XIX], un proceso que ahora está llegando a su clímax.
Alrededor de 1860, el mundo católico culto comenzó a sentir plenamente por primera vez el impacto de esa cosa tan extensa, el pensamiento moderno, del que hablé en otro artículo [falta la referencia]. Deslumbrados por el prestigio de la ciencia y la erudición del siglo XIX (que en verdad eran formidables) y las maravillas técnicas (iluminación de gas y máquinas de vapor) que las acompañaban, comenzaron a aceptar una amplia gama de ideas especulativas e ideologías como verdades establecidas y a alterar la fe católica para ajustarla a ellas.
Su intención original era apostólica: separar todo lo que era aceptable en el pensamiento moderno y mostrar cómo se lo podía armonizar con la fe católica para que ningún obstáculo innecesario impidiera a los hombres de su época ver a Cristo en la Iglesia católica y para que los propios fieles no se opusieran inútilmente a lo que era naturalmente bueno. El trigo del pensamiento moderno tenía que ser separado de la paja; una intención loable. Ésta es la idea detrás de todos los conceptos verdaderos de lo que el Papa Juan [XXIII] quiso decir con aggiornamento.
Pero ya se pueden ver las semillas de los problemas en la forma principal en que ellos hablaron sobre el trabajo por hacer.
La Iglesia, se dijo, debe reconciliarse con “los tiempos modernos” o “el espíritu de la época", siendo Gioberti (muerto en 1852) uno de los primeros en hacer esta exigencia. Pero, ¿cuál es el espíritu de la época? ¿Cuánto podemos hacernos amigos de él? En la medida en que sus ideas estén equivocadas, ¿se lo puede persuadir a que las abandone? Y, si no lo hace, ¿hasta qué punto podemos colaborar con ellas con seguridad? Éstas, por supuesto, son las cuestiones con las que Jacques Maritain pasó luchando gran parte de su vida, y que subyacen en algunas de las luchas en el Concilio sobre la redacción de sus documentos.
Si la época es concebida como dirigida por una variedad de espíritus, una oligarquía anárquica, por así decir, el problema es menos intratable. Los católicos pueden entablar amistad con los buenos y evitar o cerrar la puerta a los malos. En este sentido la Iglesia siempre se está reconciliando con los tiempos modernos —no hay tiempos que no sean modernos— lo que a menudo significa tolerar lo que no aprueba pero no puede remediar: lo mejor que puede hacer es mitigar los males más graves. En esto con frecuencia se verá obstaculizada por el hecho de que una parte de sus hijos llevará a cabo un falso aggiornamento con su tiempo, una especie de romance apasionado —los períodos renacentista y feudal nos proporcionan algunos ejemplos sorprendentes— cuyas consecuencias costarán más tarde a los eclesiásticos santos mucho tiempo y esfuerzo deshacer. (Los del siglo XXI claramente van a tener un gran trabajo de este tipo).
Hasta cierto punto las disputas sobre este asunto tienen que ver con diferencias de gusto y de énfasis: “¿Los tiempos modernos tienen más de bueno que de malo, o de malo que de bueno?” Pero ya se ve en hombres como Gioberti una inclinación, que se volverá más pronunciada en las subsiguientes generaciones de católicos, a considerar “los tiempos modernos” o “el espíritu de la época” como un todo indivisible, bueno en sí mismo, que sólo puede ser aceptado o rechazado. Éste es un enfoque demasiado simple para un católico. Los tiempos modernos —si con eso nos referimos a las ideas y fuerzas desatadas por la ilustración del siglo XVIII y la revolución industrial— se caracterizan por logros técnicos y materiales notables, algunas aspiraciones razonables e incluso nobles, pero también, obviamente, por errores filosóficos y espirituales profundos, siendo el más notable la falta de voluntad de los hombres para verse a sí mismos como criaturas.
VOLVERSE ILUSTRADOS
Otra forma de considerar el trabajo a realizar era hablar de unir la fe y la ciencia, o la fe y la razón. Tampoco esta forma de hablar estuvo exenta de semillas de malentendidos. Se sabe lo que significaba. Un hecho establecido naturalmente, si realmente es un hecho, sigue siendo un hecho. Nuestra religión no nos obliga a negarlo. Pero puede pasar mucho tiempo antes de que se comprenda el significado de un hecho particular, y los misterios que Dios nos ha revelado a menudo parecen ser contradichos por hechos y apariencias naturales. Cuando hablamos de unir la fe con la razón o la ciencia, ¿qué hay en nuestra mente? ¿Nuestro objetivo es en realidad hacer que los misterios revelados por Dios parezcan lo que el hombre promedio o el científico sin fe consideran “razonable"?
Creo que habría habido muchos menos malentendidos sobre este tema si en lugar de hablar de fe y razón, los católicos siempre hubieran hablado de conocimiento sobrenatural y natural. Lo que estaba en juego se habría visto entonces más claramente: dos fuentes de información y dos cuerpos de conocimiento, siendo el primero el más precioso y el que permite a la mente penetrar más profundamente en la realidad. La objeción a hablar sobre la fe y la razón, o la fe y la ciencia, es que inmediatamente pone a la fe en desventaja. La fe es ampliamente considerada como un asunto de sentimientos nebulosos y deseos vagos, mientras que la razón y la ciencia son consideradas claras y precisas y referidas sólo a hechos. Así la ventaja es para la “razón” y la “ciencia” —ya sea que se las conciba como representativas de las afirmaciones del conocimiento natural o del punto de vista incrédulo— antes de que cualquier discusión de los problemas que surgen al tratar de armonizar los dos tipos de conocimiento haya siquiera comenzado.
En la década de los años 1870, los católicos cultos de los que hablo habían empezado a tratar de hacer que la fe, o el conocimiento sobrenatural, pareciera “razonable” a sus contemporáneos no creyentes justo de la manera que he estado describiendo; una señal certera de que les había comenzado a parecer “irrazonable", es decir increíble, a ellos mismos. Bajo la influencia de sus estudios, o más bien de las tentaciones que los acompañaron, su fe colapsó. La voz del saber secular, incluso en religión, llegó a parecerles una autoridad más alta que la voz de la Iglesia, y tomaron como un principio que en cualquier conflicto de ideas (real o aparente) la Iglesia debe ceder y ajustar su pensamiento. En lugar de separar el trigo de la paja, habiendo adquirido una preferencia por la paja, comenzaron a tratar de entrar de contrabando trigo y paja en los graneros de la Iglesia.
Éste fue el origen del modernismo, y la subordinación intelectual de la Iglesia al saber secular fue su piedra fundacional. Al final de este proceso, que ahora se está alcanzando, toda la Revelación ha sido dejada de lado como un cuento de hadas que los hombres inventaron para explicar las cosas antes de que pudieran pensar, y la “ciencia” y el “pensamiento moderno", aceptados en su totalidad como la única fuente de conocimiento, son entretejidos en una religión. Estamos observando un poco de evolución genuina: la transformación de un tipo de criatura en otra. Cuando esté completa, el cristiano dará un paso adelante, ya no como un cristiano, sino como un hombre de la ilustración completamente desarrollado.
(ESTE CAPÍTULO CONTINUARÁ).
Traducido al español por Daniel Iglesias Grèzes con autorización de Mark Alder, responsable del sitio Christendom Awake.
Fuente: http://www.christendom-awake.org/pages/trower/church-learned/church-learned-chap-1.htm (versión del 05/03/2019).
Copyright © Estate of Philip Trower 1979, 2019.
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3 comentarios
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La crisis en la Iglesia (en las masas del pueblo cristiano) es debida en un 99% a la teoría de la evolución de Darwin (1859), que junto a las leyes de Mendel, dieron lugar a la teoría sintética de 1910.
La teoría de la evolución da un marco explicativo del origen del Hombre alternativo al Genesis cristiano, que es visto como un cuento de hadas. Si el Génesis no es creíble, menos aún lo es el pecado original para el hombre moderno, y por tanto, tampoco es necesario la salvación del Hombre por Jesucristo. Y tampoco la Iglesia que el fundó.
Para lidiar con este marco alternativo los intelectuales católicos, empezando por el jesuita Chardin, intentaron sintetizar catolicismo y evolucionismo, pero sin éxito. Estas ideas han introducido también el evolucionismo en el dogma y por eso todo se está viniendo a bajo.
Las personas para vivir precisan un marco de referencia. Antes de Darwin, la crítica iluminista a la religión no fue capaz de proponer un marco alternativo. Se limitaba a criticar las fábulas cristianas, y a los intelectuales cristianos les entraban las dudas, pero no tenian el contexto alternativo con el que sustituir al Génesis.
El Génesis está escrito en lenguaje fabulado y simbólico de una época antigua , que es ajeno al mundo posmoderno que nos conforma.
Si somos producto de la evolución la Fe en lo sobrenatural es una entelequia, y los dogmas Morales católicos inhumanos porque van contra la biología.
Los propios evolucionistas son muy conscientes de ello. Dan clase en las universidades y ven bien el efecto que causó en sus alumnos. Por eso, el profesor Dennet dice que el darwinismo es un ácido corrosivo para el cristianismo.
Esto lo saben bien los protestantes americanos que llevan décadas asociándose en think tanks para criticar el darwinismo.
El problema del intelectual católico del XX es el mismo que el del ateo del siglo XVIII. Por mucho que critiques al contrario tu tienes que proponer algo plausible. Y ese es el problema. Que las propuestas cristianas para concordar evolucionismo y cristianismo no han funcionado, y como consecuencia tenemos cada vez más un pensamiento evolutivo sobre todo, también del dogma.
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