Una parábola de la crisis postconciliar de la Iglesia Católica
Concilium y Communio
Daniel Iglesias Grèzes
La revista internacional de teología católica Concilium fue fundada en 1965, durante la cuarta y última sesión del Concilio Vaticano II, por los principales teólogos progresistas del Concilio. Según el sitio web de su edición española, “su campo privilegiado de estudio son las nuevas realidades sociales y culturales donde la reflexión y la acción eclesial se aplica a través de los signos de los tiempos según el espíritu del Concilio Vaticano II".1
Su primer número fue publicado en seis idiomas. Llegó a publicar diez números por año en diez idiomas. Actualmente publica cinco números por año en cinco idiomas: inglés, alemán, italiano, portugués y español. Aunque su primera sede estaba en Nimega (Holanda) y su actual sede está en París (Francia), Concilium ha dejado de publicarse en holandés y en francés. Tampoco se publica ya en croata, polaco y japonés.
Concilium considera como sus fundadores a siete personas: un hombre de negocios (Anton van den Boogaard), un editor (Paul Brand) y cinco teólogos muy famosos: Yves Congar OP, Hans Küng, Johann-Baptist Metz, Karl Rahner SJ y Edward Schillebeeckx OP.2 A la fecha estas siete personas han fallecido. El último en fallecer fue el sacerdote suizo Hans Küng (+ 06/04/2021). En 1979 la Santa Sede le retiró a Küng su licencia para enseñar teología católica, debido a sus opiniones heterodoxas.
La lista de los miembros actuales del Consejo de Dirección, el Consejo Editorial y el Comité Científico de Concilium contiene pocos nombres muy conocidos: dejando de lado a los miembros ya fallecidos y al teólogo protestante Jürgen Moltmann, los más conocidos son tres teólogos de la liberación latinoamericanos filomarxistas: Leonardo Boff, Gustavo Gutiérrez OP y Jon Sobrino SJ. Los demás miembros actuales están muy lejos del brillo de los fundadores.3
En 1972 tres grandes teólogos católicos que también formaban parte de Concilium (Hans Urs von Balthasar, Henri de Lubac SJ y Joseph Ratzinger) renunciaron a esa revista y fundaron otra revista internacional de teología católica, Communio. Balthasar, de Lubac y Ratzinger vieron con desagrado la deriva de Concilium hacia posiciones progresistas cada vez más radicales, enfrentadas a la doctrina católica, y la concepción de Concilium como una especie de Magisterio independiente o paralelo de los teólogos, al margen o por encima del Magisterio de los obispos.
Esa ruptura del frente progresista simboliza uno de los aspectos principales de la crisis post-conciliar de la Iglesia Católica. El escritor católico inglés Philip Trower (1923-2019) sostiene que no es posible comprender correctamente el Concilio Vaticano II si no tiene en cuenta que la mayoría conciliar “progresista” estaba compuesta por dos grupos que, aunque tenían objetivos comunes de corto plazo, diferían mucho en los fines últimos perseguidos: los “reformadores” (básicamente ortodoxos) y los “rebeldes” (en gran medida heterodoxos). Las diferencias entre ambos grupos se manifestaron sobre todo después del Concilio.
Trower intenta explicar esto mediante una “parábola". Seis hombres empujan un auto que se quedó sin nafta: tres de ellos pretenden moverlo 20 metros hacia adelante para estacionarlo en un lugar seguro; los otros tres pretenden moverlo 50 metros hacia adelante para despeñarlo por un acantilado. Durante los primeros 20 metros los seis hombres trabajan juntos. Pasada esa meta, tres de los hombres cambian de lugar y empujan el auto hacia atrás, tratando de contrarrestar el empuje de los otros tres. A primera vista, un observador externo podría pensar que los primeros tres hombres cambiaron de idea y desertaron del esfuerzo común, pero mirando el asunto más de cerca se ve que no es así. Ellos permanecieron fieles a su idea inicial, que, a diferencia de la de sus ex compañeros (ahora rivales), era salvar al auto, no destruirlo.4
Por mi parte, agregaría que, para entender mejor el Vaticano II, hay que comprender que también la minoría conciliar ("conservadora") estaba compuesta por al menos dos grupos muy distintos entre sí: a falta de términos mejores, los llamaré “conservadores moderados” y “ultra-conservadores” o integristas. Si no se hace esta distinción, es imposible entender cómo, pese a que los obispos conservadores eran muchos cientos, todos los documentos del Concilio fueron aprobados por mayorías abrumadoras. Por ejemplo, las constituciones dogmáticas sobre la Iglesia (Lumen Gentium) y sobre la divina revelación (Dei Verbum) fueron aprobadas por 2.151 votos contra 5 y por 2.344 votos contra 6, respectivamente. En definitiva, en el Concilio los “progresistas moderados” y los “conservadores moderados” alcanzaron un acuerdo, esencialmente ortodoxo, aceptable para ambas partes. El dogma de la indefectibilidad de la Iglesia asegura que las enseñanzas de un Concilio ecuménico válido (como el Vaticano II) aprobadas por un Papa legítimo (como Pablo VI) no pueden ser heréticas, aunque en algunos puntos puedan ser problemáticas, es decir necesitadas de una clarificación ulterior, como pasó a menudo en la historia de los Concilios.
En su diario del Concilio, el P. Congar cuenta que el día 24/09/1966 Karl Barth (el principal teólogo protestante del siglo XX) se reunió en Roma con un obispo y varios teólogos católicos (incluso Karl Rahner y el mismo Congar), para tratar de entender qué había pasado en el Concilio, terminado el año anterior. “Al final, Barth insistió con fuerza en que la Iglesia Católica no debería cometer el mismo error que el protestantismo, que desde el final del siglo XVII había seguido sucesivamente todas las filosofías de moda. ¡Que la Iglesia Católica saque provecho de esta lección de la historia! ¡No dejen que ahora ella se ponga a remolque de Heidegger y Bultmann! Barth teme que una tendencia en esta dirección se está evidenciando entre nosotros. Pero él agregó: Yo les digo esto A USTEDES. ¡No se lo diré a los de tendencia conservadora con los que me encontraré! ¡Ellos sacarían ventaja de mi ‘admisión’ para oponerse a una actitud abierta!”5 La mayoría de los “teólogos católicos rebeldes” desoyó totalmente el sensato consejo de Barth.
El próximo número de Concilium en español (el N° 391) saldrá en junio de 2021 y estará dedicado al tema monográfico “Encarnación en una era posthumana". Quizás, después de haberse subido a los carros de casi todas las ideologías contemporáneas de moda, los “teólogos católicos progresistas” de hoy quieran subirse también al tren del transhumanismo.
1) https://www.revistaconcilium.com/index.php/history/
2) https://concilium-vatican2.org/es/mision-e-historia/
3) https://www.revistaconcilium.com/index.php/consejo-comite/
4) Véase: Philip Trower, Turmoil & Truth. The Historical Roots of the Modern Crisis in the Catholic Church, especialmente los Capítulos 1 (Reforma), 2 (Rebelión) y 3 (El partido de la reforma: dos en una sola carne).
5) Yves Congar, My Journal of the Council, Liturgical Press, Collegeville-Minnesota, 2012, p. 889. Congar fue el menos radical o “rebelde” de los cinco teólogos católicos progresistas fundadores de Concilium.
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17 comentarios
La indefectibilidad de la Iglesia está asegurada cuando el Papa define en Fe y Moral y en el magisterio ordinario universal (lo enseñado siempre, por todos y en todas partes).
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DIG: Confundes la infalibilidad con la indefectibilidad. La Iglesia una es siempre indefectible en la fe. Por eso el Vaticano II simplemente no puede ser herético.
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Mentiras evidentes como que cristianos, judíos y musulmanes adoramos "al único Dios viviente" (Nostra Aetate) no pueden estar inspiradas por el espíritu santo. Nuestro Dios no es el de ellos, si no tendríamos la misma Fe.
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DIG: Nadie dice que Nostrae Aetate está inspirada por el Espíritu Santo. Y en un sentido sí cristianos y musulmanes adoramos al mismo Dios: al único Creador del mundo. Pero obviamente en otros sentidos no. Ese es un ejemplo de una doctrina conciliar verdadera pero perfectible y necesitada de aclaración.
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Asimismo, de Lubac y von Balthasar siempre fueton progresistas. También, Ratzinger. Este último se hizo conservador, o sea un liberal que llegó hasta cierto punto.
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DIG: En algún sentido sí, los tres fueron progresistas, como digo en mi post. Pero también es verdad que los tres se esforzaron para permanecer siempre en comunión con la doctrina católica, a diferencia de los progresistas radicales o rebeldes.
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La hermenéutica de la continuidad es la cuadratura del círculo.
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DIG: Si el dogma de la indefectibilidad de la Iglesia es verdad, entonces la hermenéutica de la continuidad se impone como una tarea ineludible y una verdad obvia.
Aunque cada uno de los Prelados no goce por si de la prerrogativa de la infalibilidad, sin embargo, cuando, aun estando dispersos por el orbe, pero manteniendo el vínculo de comunión entre sí y con el sucesor de Pedro, enseñando auténticamente en materia de fe y costumbres, convienen en que una doctrina ha de ser tenida como definitiva, en ese caso proponen infaliblemente la doctrina de Cristo [76]. Pero todo esto se realiza con mayor claridad cuando, reunidos en concilio ecuménico, son para la Iglesia universal los maestros y jueces de la fe y costumbres, a cuyas definiciones hay que adherirse con la sumisión de la fe [77].
Esta infalibilidad que el divino Redentor quiso que tuviese su Iglesia cuando define la doctrina de fe y costumbres, se extiende tanto cuanto abarca el depósito de la Revelación, que debe ser custodiado santamente y expresado con fidelidad. El Romano Pontífice, Cabeza del Colegio episcopal, goza de esta misma infalibilidad en razón de su oficio cuando, como supremo pastor y doctor de todos los fieles, que confirma en la fe a sus hermanos (cf. Lc 22,32), proclama de una forma definitiva la doctrina de fe y costumbres [78]. Por esto se afirma, con razón, que sus definiciones son irreformables por sí mismas y no por el consentimiento de la Iglesia, por haber sido proclamadas bajo la asistencia del Espíritu Santo, prometida a él en la persona de San Pedro, y no necesitar de ninguna aprobación de otros ni admitir tampoco apelación a otro tribunal. Porque en esos casos, el Romano Pontífice no da una sentencia como persona privada, sino que, en calidad de maestro supremo de la Iglesia universal, en quien singularmente reside el carisma de la infalibilidad de la Iglesia misma, expone o defiende la doctrina de la fe católica [79]. La infalibilidad prometida a la Iglesia reside también en el Cuerpo de los Obispos cuando ejerce el supremo magisterio en unión con el sucesor de Pedro. A estas definiciones nunca puede faltar el asenso de la Iglesia por la acción del mismo Espíritu Santo, en virtud de la cual la grey toda de Cristo se mantiene y progresa en la unidad de la fe [80].
Lumen gentium, 25
Además, es clarividente que no se puede dar el obsequio religioso de la inteligencia y voluntad al Magisterio no infalible, si éste contradice en algo a la doctrina de la fe. Tan evidente como que en nuestra inteligencia no puede haber juicios contradictorios entre sí y que ambos sean verdaderos.
Por eso, si la Iglesia manda acatar con la inteligencia y la voluntad los documentos no infalibles pero sí vinculantes, es claro que en ellos es imposible que haya nada contrario a la doctrina católica, de otro modo Dios nos estaría mandado por medio de su Iglesia que asintamos juicios contradictorios, algo imposible por la naturaleza que Él nos dio.
De esto se sigue que es imposible encontrar nada en el Magisterio que vaya en contra de la doctrina apostólica y tradicional. Por eso se sabe con certeza absoluta y a priori que, quién afirme que en alguna afirmación Magisterial se encuentra algo contrario a la fe, se equivoca, porque de eso de sigue la conclusión que la Iglesia no es indefectible, y por ende, que un dogma de fe es falso; y esto es completamente erróneo.
De esta manera es que, los ataques contra el Magisterio en el Concilio Vaticano II, son de por sí y sin necesidad de demostración, falsos. Aunque es claro que se puede demostrar la causa del error, con todo, al fiel católico "de a pie" le basta saber que la Iglesia es indefectible y que quién atenta contra su Magisterio está en error.
Y, por cierto, lo de la hermenéutica de la continuidad es un nombre que se le da a algo que se hizo siempre en la Iglesia: interpretar en continuidad y coherencia a la doctrina católica las declaraciones del Magisterio.
Hay por ahí aquí mismo en IC unos usuarios que rechazaban la enseñanza del Magisterio sobre la ignorancia invencible, pues afirmaban que esta doctrina (que enseña, por ejemplo, Pio IX, san Pío X, etc) estaba en completa contradicción con la doctrina de que fuera de la Iglesia no hay salvación, y así llegaron a afirmar que la Iglesia había caído en graves errores desde san Pío V en adelante (Muy semejante a los detractores del CVII). En el debate uno de los blogueros le demostraba que ambas afirmaciones eran de fe, y que ambas debían interpretarse en coherencia y continuidad; y a esto es lo que se llama hermenéutica de la continuidad.
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DIG: El Concilio Vaticano II fue un convenio ecuménico en toda regla. Lo convocó un Papa legítimo y lo aprobó su sucesor legítimo. Participaron casi todos los Obispos del mundo (más de dos mil) y sus documentos fueron aprobados casi unánimemente y luego fueron firmados por todos, incluso Mons. Lefebvre.
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Dios nos quiere con nuestra inteligencia y es evidente la ruptura del CVII respecto de la doctrina y concilios anteriores.
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DIG: No. No es evidente. Lo único que como fiel católico estás autorizado a decir es que no ves clara la continuidad entre algunas enseñanzas del Vaticano II y algunas enseñanzas anteriores de la Iglesia. Tienes derecho a pedir una aclaración o explicación de esa continuidad. No puedes por tu cuenta rechazar el Magisterio supremo de la Iglesia (el del Papa junto con un Concilio Ecuménico).
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Es cierto que la indefectibilidad de la Iglesia está asegurada por la acción del Espíritu Santo. Es por eso que, gracias a Dios, dicha asamblea no definió absolutamente nada. Sin embargo, estampó una serie de declaraciones y opiniones manifiestamente heterodoxas cuya armonización con la Fe Católica implicaría el rechazo del principio de contradicción.
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DIG: No. Justamente eso es lo que no puede pasar según el dogma de la indefectibilidad de la Iglesia. La Iglesia en cuanto tal no puede caer en la herejía.
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Judiós y musulmanes, en cuanto tales, adoran una idea de un dios que se inventaron ellos.
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DIG: Tampoco es cierto. La primera base del judaísmo es la revelación divina del Antiguo Testamento. Cierto que el judaísmo moderno incorporó luego otros elementos. En cuanto al Islam, hoy se sabe que es una herejía cristiana. El proto-islam viene de los ebionitas.
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Bajo ningún aspecto, en cuanto formalmente profesan sus respectivas falsas religiones, adoran al Dios único que es el nuestro. Ahora, como cualquier hombre, en lo que no tiene de judío o musulman o de cualquier otra falsa religión, pueden creer y adorar naturalmente al único Dios. Pero no es eso lo que dice Nostra Aetate, sino que, explícitamente, les reconoce un patrimonio común con la Fe Católica.
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DIG: El judaísmo y el islam no son como cualquier religión natural. Los judíos aceptan la revelación de Dios a Abraham, a Moisés y a David. Los musulmanes aceptan incluso a Jesús como un profeta. Que sus respectivas religiones contengan errores no quitan que tengan una parte no insignificante de verdad.
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Paulo Vi, Juan Pablo II y Benedicto XVI lo dejaron muy claro, ya sea besando el Corán, orando junto a ellos e ingresando a sus "templos". Todos pecados contra la Fe.
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DIG: Es obvio que los tres eran cristianos, por lo que no hubo ningún pecado contra la fe. A lo sumo (en el peor caso) podrían haber sido imprudencias. Corres el grave riesgo de incurrir aquí en calumnias y juicios temerarios.
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DIG: Si bien las fuerzas "revolucionarias" (digamos) ya estaban presentes durante el Concilio, no prevalecieron allí, y no manifestaron toda su potencialidad distorsionante hasta varios años después del Concilio. Las consecuencias (la crisis postconciliar) vinieron fundamentalmente por una mala aplicación de un concilio esencialmente católico.
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Es probable que estuvieran rodeados de fuerzas que llevaron la iglesia mas allá de donde querían, pero eso no quita su responsabilidad. Al contrario, porque conocían esas fuerzas.
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DIG: Con el diario del lunes todos somos expertos sobre la jornada deportiva del domingo anterior. La parábola de Trower apunta a mostrar precisamente que los "progresistas moderados" (reformadores) no conocían bien las fuerzas de la rebelión al principio. Lo hicieron sólo después de un tiempo (seis años en el caso de los fundadores de Communio); el tiempo que le llevó al ómnibus ir más allá de los 20 metros y encaminarse hacia el acantilado...
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Quizá la Iglesia estaba mejor donde estuvo 2000 años con sus parte humana pecadora pero siempre santa, y no 20 metros más allá como querían.
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DIG: No. La Iglesia siempre se ha reformado a sí misma. Siempre ha habido cambios (desarrollos orgánicos) en la doctrina, la moral y el culto cristianos. Todo lo que está vivo cambia, porque crece. Lo importante es que crezca manteniéndose fiel a su propia identidad.
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Por otro lado, un concilio debe ser hermenéutico en si, porque se organiza después de que ocurren herejías o opiniones encontradas, para aclarar las cosas. Así fue en todos los concilios hasta el Vat II. Si un concilio necesita una hermenéutica, sea de continuidad o de la que fuera es que algo raro ha pasado. Y lo dejo ahí.
Esta idea es del libro de Alvaro Calderón "Ensayo de una hermenéutica del Vaticano II"
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DIG: No es así. El Concilio de Éfeso condenó a Nestorio pero persistieron cuestiones abiertas. El Concilio de Calcedonia tuvo que aclarar y precisar más la doctrina de Éfeso. Hay muchísimos ejemplos de ese tipo. Dado que Dios es el misterio infinito, ningún Concilio logrará aclarar perfectamente todas las cuestiones teológicas.
Que después de los concilios quedaran cuestiones abiertas es obvio, sobretodo porque los herejes buscaban puentear lo que se afirmaba en el concilio anterior. Al contrario, eso no ocurren en el Vaticano II, que rechazó hacerlo como en todos los demás, No hay ningún esfuerzo de ese tipo en el Vat II, teniendo en cuenta las herejías que había en los años 60. Al contrario se rechaza eso desde el mismo discurso inicial de Juan XXIII.
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DIG: Que el Vaticano II no use el estilo literario de los anatemas no significa que no rechace claramente toda una larga serie de errores doctrinales. He escrito un post al respecto en este blog. Creo que se titula "El Concilio Vaticano II y la condena de los errores doctrinales".
1. Nadie puede negar la percepción del cambio histórico de la Iglesia Católica.
2. Para que cualquiera entienda lo que ha sucedido tiene que interpetrar históricamente el humo de Satanás dentro de la Iglesia durante la primera mitad de la década de 1960.
3. Entre los factores del cambio histórico se apuntan el proceso de secularización y la articulación de una sociedad plural basada en las 4 libertades del liberalismo civil y eclesiástico. A saber libertad de conciencia, de pensamiento, de expresión y de religión que el CVII asume.
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DIG: No el CVII no asume esas cuatro libertades en el sentido liberal.
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4. Efectivamente, la actitud de los diferentes grupos ecuménicos produjo grupos católicos no homogéneos en la redacción de los textos conciliares desde la base del relativismo de materia de opinión progresista y conservadora junto con sus derivados y no partiendo desde la verdad objetiva de la Fe sobrenatural revelada, unos con posturas que apoyaban los cambios y otras que los percibían con temor.
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DIG: Simplemente falso. Como lo dice la constitución Dei Verbum, la fe católica se basa en la divina revelación. En la Iglesia (y en todos los Concilios, incluso el último), todo parte de allí.
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5. La forma coherente de aunar votos fue relajar la rigidez del vino del Evangelio de la Salvación con el agua de la Misericordia. Como ejemplo, el término SOBRENATURAL no aparece por ningún texto: ¿Jesús es el Hijo de Dios vivo y personal que ve al Padre y Dios nuestro?
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DIG: Por favor, lea y estudie los documentos conciliares y dejará de hacer acusaciones disparatadas.
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6. La formulación hacia el interior de la Iglesia Católica con juicios y acciones orientadas a fortalecer la aceptación del espíritu del mundo en híbrido con la fe católica dando a conocer en la opinión pública la presencia de la Iglesia com transformadora de sus propias estructuras y procedimientos ha dado como resultado un fuerte rechazo actual de Cristo como centro.
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DIG: La crisis de fe no es un resultado del Concilio sino del torbellino postconciliar.
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7. Por tanto, el contexto de secularización de naciones católicas y el cambio histórico en el que ha transitado la Iglesia Católica en los años posteriores al CVII, ha venido marcado por el hecho de un ritmo acelerado de cambios rápidos e insospechados en las instituciones civiles y las costumbres católicas, que han provocado divisiones políticas y eclesiásticas más agudas y violentas contra Cristo. Ante dicha situación inexorable, la convicción de muchos ponentes orientaron el CVII hacia la máxima de que lo espiritual debe animar lo temporal, permaneciendo cada esfera en su ámbito propio, pero no en un sentido negativo o de aislamiento católico, sino bajo la consigna de que la Iglesia no tiene por fin que este mundo pase, sino el santificar un mundo que pasa.
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DIG: En la historia humana no hay nada inexorable, porque el ser humano es libre. La secularización, por fuerte e invencible que hoy nos parezca, no es inexorable. En los años '80 del siglo XX muchos creían que el triunfo comunista era inexorable. Pero en 1989 cayó el Muro de Berlín (antes de eso Solidarnosc triunfó en Polonia) y los regímenes comunistas de Europa cayeron como un castillo de naipes. La URSS se disolvió en la Navidad de 1991 y Leningrado volvió a ser San Petersburgo (San Pedro se impuso a Lenin).
Buena y necesaria defensa del Sacrosanto Ecuménico Concilio Vaticano II, aun reconociendo que haya cosas del mismo que aclarar (y que, desgraciadamente, han sido y son malinterpretadas por muchos).
Por otra parte, los impugnadores del CVII no suelen sino decir y hablar..., pero ¿consideran los documentos?, ¿presentan argumentos?
Ecclesiam, con el aprecio que sabe le tengo, no termino de comprender algo de lo que sostiene:
"Por eso, si la Iglesia manda acatar con la inteligencia y la voluntad los documentos no infalibles pero sí vinculantes, es claro que en ellos es imposible que haya nada contrario a la doctrina católica, de otro modo Dios nos estaría mandado por medio de su Iglesia que asintamos juicios contradictorios, algo imposible por la naturaleza que Él nos dio.
De esto se sigue que es imposible encontrar nada en el Magisterio que vaya en contra de la doctrina apostólica y tradicional".
Si lo he entendido bien, así se estaría convirtiendo todo Magisterio eclesiástico en infalible..., dado que viene a decir que es imposible que el Magisterio ordinario enseñe nada en contra de la doctrina apostólica y tradicional. Y además entiendo que hay algunos ejemplos históricos, como el de Juan XXII, que irían contra tal afirmación.
Lo cual no significa que el Magisterio ordinario no exija de suyo acatamiento, que sí lo exige: pero entiendo que esto no implica que sea de suyo infalible.
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DIG: En estos términos es muy difícil dialogar. Al parecer el "tinglado de jerarcas apóstatas" serían todos los Papas desde San Juan XXIII, más el 99,7% de los obispos del mundo, más casi todos los sacerdotes y diáconos católicos, durante ya casi 60 años... Más la Misa de Pablo VI, el nuevo Código de Derecho Canónico, el Catecismo de la Iglesia Católica, y todo el tesoro de la doctrina pontificia postconciliar (por ejemplo Fides et Ratio, Veritatis Splendor, Evangelium Vitae, Dominus Iesus). ¿Qué clase de fe en la promesa de que los poderes del Infierno no prevalecerán contra la Iglesia confiada a Pedro y los Apóstoles es esa?
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DIG: El dogma de la indefectibilidad de la Iglesia exige creer que tanto antes como después del último Concilio la única Iglesia de Cristo es indefectible en la fe y por lo tanto no enseña herejías.
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"Dios no se muda", decía la santa doctora de la Iglesia Teresa de Jesús. Por lo tanto, la doctrina y la fe no se cambian. Yo creo lo mismo que Santo Tomás de Aquino, que San Agustín o que San Francisco de Asís. Pero la infiltración modernista desde mucho antes del Concilio Vaticano II es absolutamente incuestionable y la Pascendi condena el Modernismo de manera inapelable. ¿No ve usted actualidad en la Pascendi?
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DIG: Es claro que el modernismo sobrevivió a la ofensiva que San Pío X desplegó contra él y que rebrotó en los años '50 del siglo XX, actuó de algún modo dentro del Concilio Vaticano II sin prevalecer en él y manifestó toda su fuerza después del Concilio, apoyándose en una falsa interpretación de las enseñanzas del mismo.
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Por otra parte, por sus frutos los conoceréis: los frutos están ahí y negarlos es un ejercicio de necedad notable. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Pero allá cada cual.
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DIG: Por supuesto la Iglesia Católica está hoy muy enferma en sus miembros. Pero es esencial hacer un buen diagnóstico de la enfermedad y no cometer el grueso error de atribuirla sin más al Concilio Vaticano II, que debe ser aceptado ni más ni menos que los 20 Concilios Ecuménicos anteriores. También después de los Concilios de Nicea y de Calcedonia, por ejemplo, hubo divisiones y enfrentamientos, pero la Iglesia no se desdijo ni los repudió. Tras el Vaticano I ocurrió el cisma de los "Viejos Católicos", que no aceptaron el dogma de la infalibilidad papal. Hoy quienes rechazan en bloque el Vaticano II están al borde de un cisma similar, mientras a la vez recrudece la herejía modernista. En vez de unirse en la lucha en defensa de la fe a sus aliados naturales (todos los católicos fieles al Magisterio de la Iglesia) muchos "tradicionalistas" los desprecian tratando su Misa de "Misa bastarda", a seis Papas seguidos de herejes, etc. etc. ¿Será que "fuera de la Fraternidad no hay salvación"?
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Dice San Pablo a Timoteo:
Te conjuro en presencia de Dios y de Cristo Jesús que ha de venir a juzgar a vivos y muertos, por su Manifestación y por su Reino: proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por su propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas.
La segunda carta a Timoteo parece escrita ayer.
La responsabilidad de Montini y Ratzinger es enorme. Luego se arrepintieron mucho de todo esto, pero con todo el dolor de mi alma al ver la iglesia a al deriva y con toda la caridad con la que soy capaz de decir, nadie puede negar lo que ocurrió. No mas negaciones de la realidad.
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DIG: Hay muchas condenas implícitas en el Vaticano II. Por ejemplo, Gaudium et Spes condena implícitamente el kantismo, el comunismo y el secularismo. No voy a reproducir aquí las citas. Lo he hecho otras veces en mi blog. No es cierto que Henri de Lubac fuera un hereje. Para ser hereje hay que negar con pertinacia un dogma de fe, cosa que de Lubac nunca hizo. A lo sumo se puede decir que algunas de sus opiniones teológicas eran falsas o peligrosas. El tema es muy complejo (Philip Trower lo trata muy bien en varias de sus obras) pero en general se puede decir que los neomodernistas (progresistas radicales) solo mostraron sus cartas después del Concilio. Por ejemplo, Karl Rahner, en los años '50 y '60, se cuidaba mucho de no expresar claramente ninguna herejía. Su estilo hacía más bien difícil comprender el sentido último de su teología. Recién en sus últimos años se expresó más abiertamente y aún así no es fácil señalar exactamente sus errores doctrinales. Más bien su sistema teológico está viciado por sus presupuestos filosóficos y exegéticos, que son difíciles de diagnosticar. Después del Concilio, la CDF censuró a Küng y a Schilleebeckx, pero no a Rahner. Nunca acometió la muy difícil tarea de separar la paja del trigo en la obra de un teólogo cuya obra enorme incluyó también contribuciones positivas. Ratzinger no desmanteló la CDF, sino que ayudó a adaptarla a la situación actual. Quizás el mayor problema es que en materia de defensa de la fe los obispos del mundo ejercieron poco la colegialidad episcopal proclamada por el Vaticano II y muchísimas veces dejaron a Roma la tarea amarga de juzgar las obras de los autores sospechosos de herejía. La CDF simplemente no dio abasto.
Coincido sin embargo con algo que a menudo repite el Padre Iraburu. La defensa de la fe requiere: 1) proclamar la doctrina verdadera; 2) condenar los errores; 3) sancionar a los culpables de difundir errores doctrinales graves. En general en el post-concilio el tercer punto o tarea se ejerció de un modo muy deficitario, quizás por cálculos prudenciales erróneos.
Antes que nada, felicitarlo por tratar una cuestión peliaguda que muchos autores esquivan por miedo a entrar en conflicto con sus lectores o por otras cuestiones.
Lo segundo, solo quisiera mencionar que no es una acusación al CVII referir que su intención era integrar tesis modernistas en la Iglesia. El mismo Concilio lo afirma y los Santos Padres, últimos intérpretes del mismo, lo confirman.
La polémica, por tanto, es ineludible. Poco antes, el modernismo fue condenado. Posteriormente, integrado. Ante esto, solo quedan tres alternativas:
1 - Erraron los pontífices que condenaban el modernismo, lo que es incompatible con el dogma de la indefectibilidad.
2 - Erraron los pontífices que integraron el modernismo, lo que es incompatible con el dogma de la indefectibilidad.
3 - Nadie erró y lo que previamente era condenado posteriormente podía ser integrado, lo que es incompatible con el principio de no contradicción.
Ante esto, y dado que el principio de no contradicción sí está demostrado, solo queda excluir la tercera opción y aceptar, con dolor, que el dogma de la indefectibilidad no existe y que la solución se encuentra entre una de las dos primeras opciones, juzgue cada quién según su conciencia.
Un fuerte abrazo.
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DIG: La Iglesia nunca se ha desdicho de ningún dogma de fe. Tampoco en el Vaticano II. Este sólo ha proseguido el desarrollo de la doctrina católica, sin corromperla. Evidentemente no puedo demostrar esta afirmación en pocas palabras, pero tampoco usted puede refutarla de un modo tan simple.
Buen punto.
La cuestión es que, si la Iglesia exige asentimiento religioso del intelecto y la voluntad en el Magisterio no infalible, como quiera que en el intelecto no puede haber al mismo tiempo asentimiento de proposiciones contradictorias, se sigue que, si a la vez la Iglesia nos manda asentir una doctrina infalible y a la vez una doctrina no infalible que sea contradictoria a la anterior, habrá que admitir que Dios, por medio de la Iglesia, nos manda lo imposible, y, al sentir del grandísimo san Agustín de Hipona que saludablemente proclama «No manda, pues, Dios cosas imposibles» (De la naturaleza y la gracia, 50), es necesario admitir que, supuesto que el Magisterio mande asentir con el intelecto tanto lo infalible como lo no infalible, se sigue que esto último no puede ir en contra de lo primero, ya que lo primero es necesariamente verdadero, lo segundo debe ser necesariamente no contradictorio con lo primero.
Sin embargo, de eso no se sigue que necesariamente sea verdadero el Magisterio no infalible. Pues que la afirmación de una cosa no sea contradictoria a otra no se sigue que sea verdadera. Así, por ejemplo, la afirmación "Todos los niños abortados van al cielo" no es una afirmación contradictoria con la doctrina católica, pero podría no ser verdadera.
Por lo cual, no hace infalible al Magisterio ordinario, en todo caso, lo hace infalible secundum quid, esto es, en relación a la doctrina de la fe, por lo cual no sentencia nada contrario a la fe, pero no se sigue que necesariamente sea verdadera, como sí es el Magisterio infalible, que es infalible simpliciter, pues simplemente no falla en proclamar la verdad.
Esta verdad está contenida en el sentir común de la Iglesia desde siempre, que la Iglesia nunca yerra contra la fe, ni aún en su Magisterio no infalible.
Santo Tomás de Aquino: «Si tenemos en cuenta la Providencia divina que dirige a su Iglesia por medio del Espíritu Santo para que no yerre, como él mismo lo prometió, diciendo que cuando viniese el Espíritu “enseñaría toda la verdad” (Jn 14,26), es decir, en lo relativo a las cosas necesarias para la salvación, ciertamente es imposible que el juicio de la Iglesia universal se equivoque sobre las cosas relativas a la fe» (Quodl. IX, q. 8, a.1).
Santa Teresa de Jesús: «tengo por muy cierto que el demonio no engañará, ni lo permitirá Dios, a alma que de ninguna cosa se fía de sí y está fortalecida en la fe […] y que siempre procura ir conforme a lo que tiene (mantiene) la Iglesia» (Vida 25,12). «En cosa de la fe contra la menor ceremonia de la Iglesia que alguien viese yo iba […] me pondría yo a morir mil muertes» (33,5).
San Ignacio de Loyola: «depuesto todo juicio, debemos tener ánimo aparejado y pronto para obedecer en todo a la verdadera esposa de Cristo Nuestro Señor, que es nuestra santa madre la Iglesia Jerárquica», «creyendo que entre Cristo, Nuestro Señor, esposo, y la Iglesia, su esposa, es el mismo espíritu que nos gobierna y rige para la salud de nuestras almas, porque por el mismo Espíritu y Señor Nuestro, que dio los diez Mandamientos, es regida y gobernada nuestra santa madre Iglesia» (Ejercicios Espirituales, 353-370)
Dei Verbum, 10: «Este Magisterio, evidentemente, no está sobre la palabra de Dios, sino que la sirve, enseñando solamente lo que le ha sido confiado, por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo la oye con piedad, la guarda con exactitud y la expone con fidelidad, y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como verdad revelada por Dios que se ha de creer».
Es la verdad simple de que la Iglesia no nos puede mandar nada que vaya contra la salud de nuestra alma, y dado que va contra la salud de la almas el asentir algo contrario a la fe, por consiguiente, la Iglesia no nos puede mandar el asentir algo contrario a la fe. La primera proposición (la Iglesia no nos puede mandar nada que vaya contra la salud de nuestra alma) y la segunda (va contra la salud de la almas el asentir algo contrario a la fe) son verdades de la doctrina católica evidentes para cualquier católico con fe, por eso se colige necesariamente la conclusión "la Iglesia no nos puede mandar el asentir algo contrario a la fe"
Respecto de Juan XXIII, es patente que en aquello el Papa no quiso expresar su doctrina como Supremo pastor, sino como persona privada. Así también, por ejemplo, hemos de sostener que el libro publicado por el Papa Benedicto XVI durante su pontificado no supone ningún tipo de Magisterio vinculante. Lo mismo con el Papa Francisco, cuando él mismo se expresa de tal modo que no pretende sentenciar alguna cosa como cierta o vinculante, como en muchas cosas de la AL.
No se puede negar que el Concilio fue tributario de su tiempo, lo cual se ve reflejado con mayor o menor intensidad en sus diversos documentos, una visión optimista permea casi todo. El 'espíritu de la época' invitaba a sumergirse en una ingenua confianza en que el mundo era muy bien intencionado y que bastaba proponerle los valores humanos y cristianos y hasta los enemigos más acérrimos de Dios dócilmente se acercarían a abrevar de las fuentes de la Fe. A mi parecer, es claro también que el Concilio deliberadamente buscó romper posturas previas de la Iglesia bastante claras y sólidas y emprendió la aventura del 'ecumenismo' y del diálogo interreligioso y con las ideologías. El fruto de esos esfuerzos ha sido agridulce (más amargo que dulce, a mi parecer).
Otro problema derivado del Concilio (no necesariamente atribuible a él), más pastoral que doctrinal, pero que tuvo repercusiones grandes en el debilitamiento de la fe de muchos fue el aflojamiento de la disciplina de los seminarios, las escuelas católicas, la predicación, la catequesis, etc. Muchos de estos problemas se derivaron de lo que interpretaron los que debían implementarlo que debía ser, entendieron que 'aggiornamento' significaba liberalizar y dejar entrar el viento (veneno) de literaturas y corrientes teológicas 'polémicas' en las universidades, los colegios, las parroquias y los seminarios. La introducción del psicoanálisis en la formación de los seminaristas tuvo su auge en la época posconciliar. Amigos seminaristas me comentaban que ciertos formadores les sugerían acudir a presenciar películas pornográficas para ver si tenían realmente lo necesario para guardar el celibato.
Hoy, por desgracia, muchos de los enemigos de la "hermenéutica de la continuidad" se han colado y entronizado en los más altos cargos de la Iglesia hoy y sufrimos sus ocurrencias un día sí y el otro también...
"Concluimos, en primer lugar, que en el Concilio Vaticano II no se dio magisterio infalible extraordinario; porque falta, por lo menos, la intención de proponerlo como tal. Este punto no parece ofrecer mayor discusión porque no sólo faltó la intención explícita de imponer ninguna sentencia doctrinal, sino que – respondiendo a la mentalidad liberal – explícitamente se manifestó la intención de no imponer ninguna doctrina con infalibilidad. Queda entonces valorar el Concilio como magisterio simplemente auténtico, respecto a lo cual llegamos a una doble conclusión.
El magisterio conciliar no pudo comprometer su autoridad divina más que en grado ínfimo.
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DIG: Eso es evidentemente falso. El Concilio Vaticano II aprobó cuatro constituciones (dos de ellas dogmáticas, casi 100% doctrinales, y las otras dos conteniendo mucha doctrina). Y también los decretos y declaraciones contienen mucha doctrina. Esa doctrina es doctrina católica y requiere el asentimiento de cada fiel, aunque no sea en general dogma de fe, salvo en cuanto se refiere a dogmas anteriores. Un ejemplo: "la Iglesia es el sacramento universal de salvación" es una nueva forma de exponer el dogma tradicional: "fuera de la Iglesia no hay salvación".
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Señalamos más arriba que la autoridad divina o, lo que es lo mismo, la asistencia del Espíritu Santo, no se compromete de igual manera en los diversos actos de magisterio auténtico, pudiendo ir de casi plena a casi nula; y estos grados deben ser juzgados a la manera de los demás magisterios humanos. Pues bien, considerando la modalidad liberal que los Papas quisieron darle al ejercicio de la autoridad en el Concilio, debemos concluir que la asistencia no puede ser mayor que lo mínimo, por las siguientes razones :
● Quien busca alcanzar la verdad por el diálogo, no pretende enseñar como maestro, porque el diálogo propiamente dicho se opone al magisterio como a su contrario. Ahora bien, el liberalismo de los Papas conciliares los llevó a ponerse ante los obispos en actitud de diálogo y a poner el Concilio en diálogo con la Iglesia, las religiones y el mundo. No hubo, por lo tanto, ejercicio del magisterio formal y explícito.
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DIG: Niego las premisas. Ni los Papas conciliares fueron liberales, sino católicos, ni dejaron de lado el objetivo evangelizador del diálogo. Es fácil encontrar muchas citas del Vaticano II que lo demuestran. El diálogo es sólo un elemento más de la misión evangelizadora de la Iglesia.
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● Es más, como la versión neomodernista del sensus fidei enseña que la voz del Pueblo es la voz de Dios y que esta voz habla por boca de los neoteólogos, la dinámica liberal impresa en el Concilio puso a los «peritos» como “maestros de los obispos” – esto no es una sospecha sino un hecho patente (...) viendo cómo los documentos conciliares están animados por una doctrina que, a la víspera del Concilio, sólo era conocida en los círculos más bien cerrados de la nueva teología –. Ahora bien, el Espíritu Santo no asiste a los teólogos sino a la jerarquía. Por lo tanto, si ésta no se apoya en la autoridad de su propio carisma sino que, invirtiendo el orden, se hace discípula de la nueva ciencia, el magisterio que resulta de tal asamblea poco tiene de divino.
Este vicio que afectó el Concilio – y sigue afectando el magisterio posterior – implica, entonces, un defecto esencial que destruye las cuatro notas de discernimiento, por efecto dominó, de la última a la primera :
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DIG: En todos los Concilios hubo teólogos que apoyaron a los obispos. Es cierto que en el Vaticano II el rol de los teólogos fue más llamativo, pero fueron sólo los obispos los que tuvieron voz y voto en las asambleas conciliares. Es su autoridad la que se empeñó en los documentos que aprobaron de modo casi unánime, junto con el Papa. El intento de establecer un Magisterio superior de los teólogos se manifestó claramente sólo después del Vaticano II y llevó a la ruptura entre los teólogos de Concilium.
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● En cuanto a la intención, porque el Concilio no quiso imponer un magisterio sino proponer un diálogo.
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DIG: Esto es falso en muchísimos sentidos. El Concilio Vaticano II ejerció el Magisterio muchas veces y de muchas maneras, aunque no haya definido nuevos dogmas de fe ni anatemas.
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● En cuanto a los oyentes, porque en el diálogo debía intervenir toda la humanidad y entonces dirigió su voz no sólo a los fieles católicos “sino a todos los hombres” (Gaudium et spes n.2).
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DIG: Eso fue así sólo en algunos pasajes. El grueso del Concilio está dirigido obviamente a los católicos.
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● En cuanto a la materia, porque en su voluntad de diálogo, el Concilio aceptó opiniones modernas que no proceden de la Revelación sino de la Revolución.
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DIG: "Examinadlo todo y quedaos con lo bueno". No todos los elementos de la Reforma y la Ilustración fueron malos. El Magisterio tiene el poder y el deber de ejercer su discernimiento al respecto.
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● En cuanto al sujeto, porque sumisos al diálogo, los Papas no confirmaron el Concilio subordinándolo a su carisma personal, in persona Christi, sino subordinándose ellos al sensus fidei, obrando entonces in persona Populi Dei y, en cierta manera, in persona Humanitatis.
El magisterio conciliar no sólo carece de autoridad, sino que es reprobable. En la medida en que el magisterio simplemente auténtico no está asistido por el Espíritu Santo, en esa misma medida debe ser juzgado según los criterios con que se juzgan los doctores privados. Pío XII, por ejemplo, mereció gran autoridad científica como teólogo privado, y sus discursos ocasionales valen más por su autoridad personal que por la autoridad asistida, que es ínfima. Dado, entonces, que el vicio liberal quita al Concilio la seguridad de la asistencia divina, hay que juzgarlo como se juzgan las conclusiones de cualquier congreso de teólogos. Pero, como dijimos, es claro que la doctrina que anima los documentos conciliares responde a la de la nueva teología, condenada repetidas veces por los Papas anteriores de manera general por su intrínseco relativismo. Por lo tanto, la doctrina conciliar no sólo carece de valor como magisterio simplemente auténtico, no solamente está exenta de autoridad simplemente teológica, sino que es en su conjunto reprobable, al menos por estar impregnada del relativismo del pensamiento moderno, puesto de manifiesto en la deliberada ambigüedad de su lenguaje.
Como corolario inmediato, hay que decir que las declaraciones conciliares no pueden contribuir en nada al modo ordinario del magisterio, pues el vicio que las afecta impide vincularlas a las declaraciones del magisterio auténtico anterior."
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DIG: Todo esto debe ser descartado de plano. Procede de una actitud muy similar al "libre examen" protestante, que pone la razón individual (la interpretación personal de la Biblia), supuestamente asistida por el Espíritu Santo, por encima del doctrina y el Magisterio de la Iglesia.
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