“Mis hermanos más pequeños”
En la parábola del Juicio Final (Mateo 25,31-46), el Rey dice a los que están a su derecha: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mateo 25,40); y más adelante, dice a los que están a su izquierda: “En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también dejasteis de hacerlo conmigo” (Mateo 25,45). ¿Quiénes son estos “hermanos más pequeños” de Jesús con los que Él se identifica en este célebre pasaje evangélico? Hoy la inmensa mayoría de los cristianos respondería sin dudar: “los pobres”, aunque de las seis obras de misericordia corporal mencionadas en la parábola, dos o tres no se corresponden necesariamente con situaciones de pobreza material: “era peregrino…, estaba enfermo…, estaba en la cárcel…” (Mateo 25,35-36). Sin embargo, como veremos, no es ése el sentido literal de la expresión “hermanos más pequeños”.
El Evangelio de Mateo contiene varias claves que permiten dar una respuesta segura a la pregunta planteada. Para empezar, ¿quiénes son “los hermanos de Jesús”? Él mismo lo dijo claramente: “ ‘¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?’ Y extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: ‘Éstos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre’ ” (Mateo 12,48-50). Los “hermanos de Jesús” son sus discípulos (diríamos hoy, los cristianos), que creen en Él, lo aman y lo siguen, cumpliendo sus mandamientos.
¿Y quiénes son los “pequeños” con los que Jesús se identifica? El final del Discurso Apostólico los señala con claridad. Jesús dijo a sus doce Apóstoles: “Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado. Quien recibe a un profeta por ser profeta obtendrá recompensa de profeta, y quien recibe a un justo por ser justo obtendrá recompensa de justo. Y cualquiera que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños por el hecho de ser discípulo, en verdad os digo que no quedará sin recompensa” (Mateo 10,40-42). Por lo tanto, también los “pequeños” son los discípulos de Jesús.
En el Discurso Eclesiástico, esta idea se ve reforzada: “En verdad os digo, si no os convertís y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Pues todo el que se humille como un niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos; y el que recibe a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe” (Mateo 18,3-5). La humildad típica de los niños pequeños ha de caracterizar a todos los discípulos de Jesús.
Los “pequeños” son los receptores de la Revelación de Dios en Cristo: “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños” (Mateo 11,25). Los “pequeños” son pues los discípulos de Jesús en general; pero muy especialmente son “pequeños” los Apóstoles, pues ellos deben ser los más pequeños entre los pequeños: “quien entre vosotros quiera llegar a ser grande, que sea vuestro servidor, y quien entre vosotros quiera ser el primero, que sea vuestro esclavo” (Mateo 20,26-27). En la Iglesia, la autoridad jerárquica es un servicio a todo el Pueblo de Dios.
Por ende, en la parábola del Juicio Final, “todas las gentes” (Mateo 25,32), vale decir los pueblos paganos, serán juzgados según su actitud respecto a los cristianos, y particularmente los discípulos misioneros, que llegan hasta ellos (muchas veces asumiendo la pobreza) para llevarles la Buena Noticia del Evangelio y llamarlos a la conversión. Cristo está, de muchas formas, unido con todos los hombres en general, y con varios grupos en particular (por ejemplo: varones, judíos, pobres, sufrientes, etc.). Pero evidentemente su unión más íntima se da con quienes están en comunión con Él por la fe, la esperanza y la caridad: “Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18,20). El final del Evangelio de Mateo remacha esta idea: “Yo estoy con vosotros [mis discípulos] todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28,20). Cristo está con los discípulos misioneros que se acercan a los paganos para evangelizarlos, y se identifica con ellos. Por eso, la actitud de los paganos hacia esos discípulos (en definitiva, su actitud hacia la Iglesia de Cristo) equivale a su actitud hacia el mismo Cristo.
Cristo está con sus discípulos “todos los días hasta el fin del mundo”, por tanto también en el día del Juicio Final: “En verdad os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en su trono de gloria, vosotros, los que me habéis seguido, también os sentaréis sobre doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel” (Mateo 19,28). Por eso, en la parábola del Juicio Final, cuando el Rey dice “estos mis hermanos más pequeños”, no señala a las ovejas de la derecha ni a los cabritos de la izquierda, sino a sus discípulos, que están sentados a su lado en el tribunal, juzgando con Él.
El resto de los libros del Nuevo Testamento apoya macizamente esta interpretación. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo, un Cuerpo cuya Cabeza es Cristo. En un cuerpo vivo, como la Iglesia, no hay Cuerpo sin Cabeza, ni Cabeza sin Cuerpo. La Iglesia es también la Esposa de Cristo, unida a Él de un modo indisoluble. Quien ama a Cristo Esposo, ama a la vez a su Esposa, la Iglesia. Quien odia a la Iglesia Esposa, odia también a su Esposo, Jesucristo. Quien persigue a los cristianos por ser cristianos, persigue a Cristo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hechos de los Apóstoles 9,4), pregunta el Señor resucitado a Saulo (luego San Pablo), perseguidor de los primeros cristianos.
Por supuesto, estas consideraciones no debilitan para nada ni el consejo evangélico de la pobreza, ni el deber moral de amar y ayudar a los pobres: “Si amáis [solamente] a los que os aman, ¿qué recompensa tenéis? ¿No hacen eso también los publicanos? Y si saludáis solamente a vuestros hermanos [en la fe], ¿qué hacéis de más? ¿No hacen eso también los paganos? Por eso, sed vosotros perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mateo 5,46-48), haciendo el bien a todos, buenos y malos, amigos y enemigos, ricos y pobres, cristianos y no cristianos.
En cambio, estas consideraciones sirven para apoyar algo que argumenté hace años en este otro artículo: El primer principio de la teología cristiana es Nuestro Señor Jesucristo; no los pobres, como sostiene la corriente filo-marxista de la “teología de la liberación”.
Nota: Estas simples reflexiones están inspiradas en este escrito magnífico y erudito del R.P. Horacio Bojorge: El juicio de las naciones en Mateo 25,31-46.
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10 comentarios
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¡Esta es una verdad inmensa y una interpretación ortodoxa al 100%!
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He leído a vuelopájaro el artículo del P. Bojorge, donde confronta con el jesuita J.L. Segundo y su inspirador, el sofista Kant. Está genial, como todo lo del Padre.
Kant intentó convencer que Dios es un invento de la imaginación humana. Y sus seguidores, que realmente no sé qué clase de fe católica pueden conservar aceptando tan diabólicas tesis, suscriben las enseñanzas de la Teología de la Liberación: "salvación" significa "promoción social". Una viejísima película que vi años ha sintetizaba en su título ese delirio: "La clase obrera va al Paraíso".
Pero va a ser que no: al Paraíso irán quienes crean en Cristo y lo demuestren con obras. Especialmente quienes hagan esa obra de caridad tan noble, desprendida y arriesgada: misionar.
En cuanto a los sujetos, quienes debemos practicar la caridad somos todos. Esto es en primer lugar consistente con la doctrina tradicional de que para llegar a la visión beatífica se necesita tener infundida la gracia santificante, y de que la gracia santificante y la caridad son inseparables: son infundidas juntas en el bautismo, crecen juntas por la recepción de los sacramentos, sobre todo de la Eucaristía, y por la práctica de la caridad, se pierden juntas en el pecado mortal y se recuperan juntas en el acto de contrición y el sacramento de la Reconciliación. En el mismo sentido apunta la interpretación del Papa San Gregorio Magno de la parábola de los invitados a las bodas (Mt 22,1-14): "¿Qué debemos entender por el vestido de boda sino la caridad? De modo que entra a las bodas, pero no entra con vestido nupcial, quien, entrando en la Iglesia, tiene fe pero no tiene caridad." ("Homiliae in Evangelia" 2,18,9)
Ahora bien, la conservación de la virtud teologal de la caridad, que es infundida ordinariamente en el bautismo, requiere que sea practicada en al menos un grado mínimo, o dicho de otra manera, requiere que no se falte a ella gravemente. Esto lo dice explícitamente San Juan en un texto relacionado directamente a esta parábola: "Si alguno que posee bienes de la tierra, ve a su hermano padecer necesidad y le cierra su corazón, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?" (1 Jn 3,17).
A partir de este último pasaje llegamos a la segunda cuestión: ¿quién es "mi hermano"? Pregunta que es un eco directo de la que el doctor de la Ley hizo a Jesús luego de que Éste le señalara el doble precepto de la caridad como el resumen de la Ley: "¿Y quién es mi prójimo?" (Lc 10:29). Si amar es "desear el bien a alguien" (S. Tomás), y obviamente procurárselo, ¿a quién debe cada uno desear y procurar el bien? San Pablo responde esto directamente: "Así que, mientras tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe." (Gal 6:10).
En conclusión, disiento con la interpretación de la parábola en el sentido de que los sujetos juzgados en ella son solamente "los otros" y los destinatarios de la caridad que esos otros deben practicar somos solamente "nosotros". A mi juicio, los sujetos juzgados son todos, y los destinatarios de la caridad que todos deben tener y practicar son todos, todo ser humano que cada uno encuentre en su camino y que necesite la ayuda que uno pueda prestarle (Lc 10,30-37). Por supuesto que, dado que las posibilidades de cada uno son limitadas, comenzando por los más "próximos".
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DIG: Gracias, Juan. Por favor ve mi comentario a tu otro aporte. El Evangelio no es un tratado sistemático de teología dogmática. Por supuesto que en el Juicio Final seremos juzgados todos y que se tendrá en cuenta el deber de caridad de cada uno con respecto a todos los demás. Pero ése no es el punto, porque una parábola no pretende agotar los misterios de Dios, sino expresar un aspecto verdadero de los mismos. Lo que sostengo en el post es que lo que Mateo quiso decir y dijo con la expresión "mis hermanos más pequeños" es "mis discípulos". Y eso está bien demostrado.
Si recurrimos a toda la teología dogmática, también podemos apoyar esta tesis: ¿Pueden ser "hermanos de Jesús" quienes no son "hijos de Dios" por la fe y el bautismo? Aunque apelemos a la doctrina sobre la posibilidad de salvación de los no cristianos, ¿hay que decir que todos los pobres son hijos de Dios en ese sentido? ¿El juicio de Dios depende decisivamente, entonces, del saldo de mi cuenta bancaria?
Es bien sabido que para que una criatura, hombre o ángel, pueda acceder a la visión beatífica, la cual es ver a Dios "tal cual es" (1 Jn 3:2), conocer a Dios "como soy conocido" por El (1 Cor 13:12), o sea intuitivamente, "cara a cara", esa criatura debe ser hecha "Dios por participación", partícipe de la naturaleza divina, porque solamente a Dios le es natural conocer a Dios intuitivamente. Por eso, por el amor de Dios Padre, los méritos de Nuestro Señor Jesucristo, y la acción del Espíritu Santo, "nos han sido concedidas las preciosas y sublimes promesas, para que por ellas os hicierais partícipes de la naturaleza divina" (2 Pe 1,4). Y esas promesas que nos han sido concedidas, por las que somos hechos partícipes de la naturaleza divina, son la gracia santificante y la caridad.
En este punto, es importante tener en cuenta que la naturaleza o esencia divina no existe "anterior" a las Personas divinas, "por encima" o "aparte" de Ellas, sino solamente como Paternidad Subsistente (o Plenitud Fontal y Paternidad Subsistente, según S. Buenaventura), como Filiación Subsistente y como Procesión Subsistente, o sea como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por lo tanto, la participación de la naturaleza divina es necesariamente participación en una o más Personas divinas. Y justamente por la gracia santificante participamos de la Persona del Hijo, y por la caridad participamos de la Persona del Espíritu Santo.
Que por la caridad participamos del Espíritu Santo es afirmado explícitamente por S. Tomás en su tratamiento de la caridad en (ST, Parte II-II, Cuestión 24):
"La caridad, pues, no está en nosotros ni de manera natural ni como efecto de las fuerzas naturales, sino por infusión del Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, y cuya participación en nosotros es la caridad misma creada, como ya hemos dicho (q.23 a.2 ad 1)." (Art. 2, Resp.)
"Esto es, en realidad, lo que hace Dios aumentando la caridad: que se enraice más y se participe mejor en el alma la semejanza del Espíritu Santo." (Art. 5, Resp. a la obj. 3)
"La caridad misma, por su propia especie, no tiene límite en su crecimiento, dado que es una participación de la infinita caridad, que es el Espíritu Santo." (Art. 7, Resp.)
"Por la caridad habita en nosotros el Espíritu Santo, como se deduce de lo que dejamos expuesto (a.2; q.23 a.2)." (Art. 11, Resp.)
Ahora bien, el Espíritu Santo es el amor con que el Padre ama eternamente al Hijo (Jn 17,26) y a la vez el amor con que el Hijo ama eternamente al Padre, por eso "procede eternamente tanto del Uno como del Otro como de un solo Principio y por una sola espiración" (Concilio de Florencia). Por lo tanto, si por la caridad participamos de Espíritu Santo, es claro que por ella somos insertados en el amor intra-trinitario, amando a Dios Padre como nuestro Dios y Padre en Cristo, a Dios Hijo como nuestro Dios y Cabeza, de Quien hemos sido hechos miembros vivos, y por amor al Hijo, amando como a nosotros mismos a sus otros miembros, a los que El ha amado "como el Padre lo amó" (Jn 15,9) y por quienes dió su vida.
Ahora bien, ¿quienes son esos miembros de Cristo a los que, por ser tales, debemos amar como a nosotros mismos por amor a Cristo? ¿Sólo los miembros vivos, los miembros de hecho (o "en acto", hablando en escolasticés) en cada momento particular, o también los miembros en potencia, que por la gracia de Dios pueden llegar a ser miembros de hecho en algún momento futuro? A mi juicio, la respuesta a esta pregunta es tomar como modelo a Cristo, Quien "siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Rom 5,8). Lo cual está en línea con otro pasaje de San Pablo en la misma carta, particularmente relevante para la cuestión en estudio porque menciona dos de las obras de misericordia que Jesús menciona en la parábola: "si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; y si tiene sed, dale de beber; haciéndolo así, amontonarás ascuas sobre su cabeza. No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien." (Rom 12,20-21).
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DIG: Muchas gracias, Juan. Tus aportes son muy interesantes, pero creo que cometes el error de buscar en la parábola del Juicio Final más de lo que ella puede dar de sí. Cada parábola transmite un aspecto determinado del Reino de Dios (o de la doctrina de Cristo), sin detenerse en otros, pero sin pretender por ello excluirlos. Es imposible que una parábola como la de Mateo 25,31-46 pueda abarcar todos esos aspectos a la vez; es decir, que pueda expresar plásticamente todas las cosas que serán tenidas en cuenta por Dios en el Juicio Final. Así, por ejemplo, el hecho de que Jesús enumere sólo seis obras de misericordia corporal determinadas no niega la importancia de: 1) las demás obras de misericordia corporal; ni 2) de las obras de misericordia espiritual; ni 3) de los actos de fe y de esperanza, etc., etc.
Lo que digo en mi post, siguiendo al P. Bojorge, es que el sentido literal de la parábola se refiere a la actitud de los paganos hacia los discípulos de Jesús. Eso no quita que pueda darse a esa parábola otros sentidos (espirituales), por ejemplo para contemplar la relación de todos los hombres con los pobres en cuanto tales.
Sólo el conjunto del Evangelio (o mejor dicho de toda la Divina Revelación) transmite la verdad total de la doctrina cristiana. Por ejemplo, lo dicho antes no significa que los cristianos no serán juzgados en el Juicio Final; pero hay otras parábolas (las anteriores: las diez vírgenes, los talentos) que se refieren al Juicio de los discípulos. Los discípulos han sido juzgados "antes" que los paganos en un sentido, no cronológico, sino literario. De ello se habló antes. No hay por qué reiterarlo ahora.
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DIG: A mi juicio, no hay contradicción entre el P. Bojorge y la Doctrina Social de la Iglesia. El sentido literal del texto es el señalado por Bojorge (a quien sigo en este punto). La Doctrina Social de la Iglesia apela a un sentido espiritual. Es una aplicación legítima de un texto evangélico a otro asunto un poco distinto al que tuvo en mente San Mateo (y el mismo Señor Jesús).
Mi punto es que acotar el sentido de esa parábola "a la actitud de los paganos hacia los discípulos de Jesús" restringe, injustificadamente a mi juicio, su campo de aplicación, lo cual es particularmente perjudicial en el tiempo presente, porque frustra el potencial, a mi juicio totalmente legítimo, que esa parábola tiene de iluminar, con intensidad fortísima, el tema candente del aborto.
Ante todo, destaco que en mis comentarios anteriores en ningún momento aludí a la pobreza material como característica del destinatario de la caridad en la parábola, sino que me referí a "todo ser humano que cada uno encuentre en su camino y que necesite la ayuda que uno pueda prestarle (Lc 10,30-37)", donde el pasaje que cité es el del "buen samaritano", respecto al cual Jesús no dice si el hombre a quien auxilió era rico o pobre. Simplemente, usando las palabras de la cita de San Juan en el mismo comentario, era un hermano que padecía necesidad, en este caso necesidad de atención médica.
Por lo tanto, en mi interpretación de la parábola, el destinatario de la práctica de la caridad que Jesús nos pide, y por la cual nos juzgará, es cualquier persona que sufra una de las múltiples miserias que afectan la condición humana en esta vida, cualquier persona en situación de vulnerabilidad que necesite nuestra ayuda. Porque cada persona, mientras está en este mundo, es hermano de Cristo o miembro de Cristo de hecho o en potencia. Notemos que si restringiésemos estrictamente el alcance de la parábola a los hermanos o miembros de Cristo de hecho, antes de practicar la caridad con alguien deberíamos inquirir si está en gracia de Dios.
Volviendo entonces al tema que mencioné en el segundo párrafo, en la interpretación restrictiva del P. Bojorge la parábola no sería aplicable al aborto, porque es evidente que los embriones no son miembros o hermanos de Cristo de hecho, sino solamente en potencia. Si en cambio adoptamos la interpretación del destinatario de la caridad como cualquier persona en situación de vulnerabilidad que necesite nuestra ayuda, los embriones son quienes instancian esta descripción de los "hermanos más pequeños" de Cristo (en su caso hermanos en potencia) de modo más eminente, por su situación de vulnerabilidad máxima y su necesidad absoluta del cuidado de su madre para sobrevivir.
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DIG: Nunca agotaremos toda la riqueza de los textos evangélicos; pero es importante distinguir entre su sentido literal y sus muchos sentidos espirituales. Con mis propias palabras, yo diría que el sentido literal es el sentido básico y fundamental del texto y los sentidos espirituales son las múltiples aplicaciones legítimas del texto a asuntos relacionados de diversas formas con el sentido literal. Me parece que tu error está en pensar que determinar el sentido literal del texto es "acotarlo" o "restringirlo" de algún modo. Cuando dijo la parábola, al decir "mis hermanos más pequeños", Jesús estaba pensando primariamente en sus discípulos más humildes, especialmente los misioneros. Es obvio que el deber moral de acoger y ayudar a esos discípulos no implica en absoluto que no sea necesario acoger y ayudar a otras personas necesitadas. Pero eso corresponde ya a los sentidos espirituales de la parábola.
En cuanto a la parábola de "el juicio de las naciones" no haría falta aplicársela a los creyente porque ya fueron juzgados de conformidad con los criterios de las parábolas citadas precedentemente, por tanto ésta última sería aplicable solo a los paganos, o creyentes de otras religiones. Sigue igual la noción de impecable.
La duda que tengo es, si el motivo del juicio (y salvación o condenación) en éste último caso, es por "desatender" a los pequeños representados en la idea de los apóstoles o discípulos de Jesús, o se refiere, "grosso modo", a cualquier persona a la que no se haya atendido con la caridad que exige la parábola.
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DIG: En el juicio final seremos juzgados todos, y se tendrán en cuenta todas nuestras obras, buenas y malas. En particular tendrán una importancia decisiva las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad). La caridad nos impulsa y obliga a hacer el bien a todos, y muy especialmente a todos los pobres y necesitados, cristianos o no cristianos. Ahora bien, así como no se puede decir todas las cosas en una sola frase, tampoco se puede ilustrar adecuadamente toda la doctrina cristiana en una sola parábola. Como digo en mis otras respuestas a los comentarios, la parábola del Juicio Final tiene un sentido literal, que es el que pretenden desentrañar el artículo del P. Bojorge y (mucho más modestamente) el mío, y diversos sentidos espirituales legítimos. Esos diversos sentidos no se contradicen ni compiten entre sí. Sería muy erróneo deducir que, dado que según el sentido literal Jesús se identifica con sus discípulos humildes, la ayuda a esa clase de personas es siempre más importante o meritoria que la ayuda a las demás personas.
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Daniel, creo que has acertado en el quid de la cuestión.
Y felicito sinceramente al p. Bojorge y también a ti, por la lucidez y el valor de afrontar esta cuestión acuciante.
Si ya no se queman iglesias ni se guillotinan curas y frailes, eso no quiere decir que la Iglesia esté libre de persecución. La persecución arrecia, sólo que se hace bajo la estrategia de Gramsci. Y un arma predilecta de esa estrategia es el reduccionismo.
Se hace reduccionismo cuando se hipertrofia el asistencialismo de la Iglesia en detrimento de su función específica, la salvación de las almas. Las presiones en este sentido son tremendas. El aplauso mundano a una Iglesia "buenista" unido a la fiera desaprobación a lo que se considera "rigidez doctrinal" (método del palo y la zanahoria que le dicen) ha llevado a muchos católicos a creer que la Iglesia es una ONG de ayuda a los pobres en primer lugar, que muy secundariamente arrastra una rémora folclórica: liturgia, sacramentos y doctrina. Esto es una plaga, una terrible plaga.
Entre los primeros cristianos se hacía asistencialismo, sí, pero secundariamente. Ahora en cambio una organización llamada "Caridad" es la más grande del mundo en su tipo, pero ya no se combaten las herejías, las cuales pululan por doquier.
Se ha convocado un Sínodo, ¡pero para cuestiones pastorales!. ¿Y la Doctrina? Bien, gracias.¡Es terrible! Por eso urge recordar el sentido primigenio de las enseñanzas de Cristo.
La "Buena Nueva" no es que los pobres deben ser menos probres; eso es algo que encontramos en cualquier plataforma electoral. La Buena Nueva es que el hombre es capaz de sobreponerse a su miseria, a pesar de todo, y llegar a cohabitar con Dios divinizándose.
Para ello debe hacerse "pequeño", "como niño", o sea HUMILDE. Y al respecto suele decirse que en el Cielo no todos son mártires, ni vírgenes, ni confesores, pero todos son humildes.
Desde un punto de vista meramente formal (o sea, independientemente del contenido) es un error análogo al de la doctrina de Lutero sobre la justificación por la sola fe. En la Carta a los Romanos, San Pablo dice que somos justificados por la fe; pero al traducir ese texto al alemán, Lutero le agregó una palabra que Pablo no escribió: "solamente". "Justificados solamente por la fe". Es el error del aut-aut protestante (o esto o lo otro), en vez del et-et católico (esto y lo otro): somos justificados por la fe y las obras, por la fe que obra por la caridad.
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DIG: El sentido literal de la parábola da una enseñanza valiosa tanto a los cristianos como a los no cristianos. También para estos últimos es "útil" conocer la profunda identificación de Cristo con sus discípulos que trasluce la parábola. Les "conviene" conocer que su actitud hacia los cristianos (y hacia la Iglesia) será uno de los criterios principales según los que serán juzgados.
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Porque en la interpretación del P. Bojorge, si los destinatarios primarios de esa enseñanza son los no creyentes, lo cual es lógico dado que son quienes deberían tenerla en cuenta en su conducta para su salvación, claramente en tanto no creyentes no la van a tener en cuenta. Porque si alguien no cree que Jesús hable de parte de Dios ¿por qué habría orientar su conducta en base a algo que Jesús ha enseñado?
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DIG: Si las cosas fueran así como dices, Jesús no habría dicho absolutamente nada a nadie, porque vino a llamar a la conversión y la fe a los pecadores ("El Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio"), o sea a todos (salvo su Madre), y siempre que habló a las multitudes algunos creyeron en Él y otros no. Jesús y su doctrina permanecen como signo de contradicción.
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Y si los destinatarios primarios de esa enseñanza somos los creyentes, ¿para qué nos sirve saberlo? A mi juicio, es suficiente con saber que "«Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no se preparó ni obró conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; pero el que no la conoció e hizo cosas dignas de azotes, recibirá pocos; a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más.»" (Lc 12,47-48).
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DIG: ¿No nos sirve de nada saber que Cristo ama tanto a sus discípulos que valora un vaso de agua dado a un discípulo por ser discípulo como un vaso de agua dado a Él? Jesús entendió que sí nos servía de algo, por eso nos lo dijo.
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En contraste, esa ociosidad fundamental de la enseñanza de la parábola no ocurre si interpretamos que los sujetos juzgados en ella son todos, y los destinatarios de la caridad que todos deben tener y practicar son todos, particularmente los que están en situación particular de vulnerabilidad y necesitados de nuestra ayuda, y a los que podemos ayudar por estar "próximos" a nosotros. De los que, repito, el ejemplo más eminente es el embrión en el seno de su madre.
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DIG: Es obvio que el sentido literal de la parábola no se refiere a los seres humanos en estado embrionario o fetal. Ésa es una aplicación válida pero "secundaria"; esto no significa que sea poco importante, sino que es una derivación a partir del sentido original y primario de la parábola. Surge de una lectura espiritual (no literal) de ese texto evangélico.
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