Mitos Hebreos
En mi post anterior critiqué dos errores teológicos del libro de Gustavo Daniel Casetta, El código sombrío. Lo oculto en El Código Da Vinci, Editorial Candelero, Rosario (Argentina), 2006, errores que provenían de un ex sacerdote católico dedicado a popularizar la “espiritualidad céltica”. En esta ocasión voy a criticar otros errores del mismo libro, que provienen de supuestos mitos hebreos.
En las pp. 99-100, apoyándose en el libro de Robert Graves y Raphael Patai Los Mitos Hebreos, Casetta hace algunas afirmaciones acerca de un episodio narrado en la novela de Dan Brown El Código Da Vinci, donde no queda claro si él se adhiere a lo afirmado, que no es cristiano: “Aparte de su hálito ocultista, en las palabras del cántico encontramos el más fuerte de estos elementos. Esta indefinida entidad que existía antes de la creación (“en el alba de todo lo sagrado”) no es de ninguna manera el amor o el sexo, como pueda pensarse. Es el caos “Tohu y Bohu, es decir el Caos y el Vacío”; justamente por amor, Dios transformó el caos en cosmos.”
Otra vez se evidencia aquí una interpretación mitológica de Génesis 1,2: “La tierra era caos [Tohu, en hebreo] y confusión [Bohu, en hebreo] y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas.”
Según la fe cristiana, Dios es el Creador de todo lo visible y lo invisible. Antes de la creación, sólo existía Dios, no ninguna “indefinida entidad”. Dios no creó el cosmos a partir de un caos preexistente, co-eterno con Dios, sino de la nada (ex nihilo). Sí es verdad que la creación del mundo no fue un suceso instantáneo, sino un proceso continuo de evolución cósmica, en el que gradualmente se fue poniendo de manifiesto un orden cada vez mayor y más bello. Pero ese orden estaba presente desde el principio en la Inteligencia creadora de Dios, que desplegó gradualmente su plan creador en el tiempo.
En las pp. 101-102, Casetta de nuevo interpreta un pasaje de El Código Da Vinci en función del citado libro de Graves y Patai, y dice lo siguiente: “Vemos entonces que la idea de la unión sexual no fue del hombre, fue una nueva incitación de Satanás –al igual que el pecado original–, quien conocía la naturaleza eterna de aquel, su vínculo con la perpetuidad ahora perdida y, por ende su deseo de experimentarla. (…) El matrimonio como bendición de Dios es otro intento de reconciliación y de salvación: del caos al cosmos, del pecado a la libertad, de la muerte a la resurrección.”
El contraste de estas afirmaciones con la enseñanza bíblica es evidente. Es Dios mismo (no el demonio) quien creó al hombre como ser sexuado, varón y mujer, y les dio desde el principio el mandato de multiplicarse en la unión matrimonial, haciéndose una sola carne en la relación conyugal. Todo esto está en los Capítulos 1 y 2 del Génesis, antes del relato de la caída (Génesis 3). De modo que el matrimonio es algo bueno y querido por Dios desde el principio, no un intento tardío de enderezar un invento demoníaco. Por otra parte, en rigor el hombre no tiene una “naturaleza eterna”. Es un ser finito, creado por Dios, no co-eterno con Él, aunque llamado a participar (por gracia de Dios) de la naturaleza divina. La vida eterna del hombre es eterna sólo hacia adelante, no hacia atrás.
Según lo que he podido leer en Internet, el libro de Robert Graves y Raphael Patai Los Mitos Hebreos pretende explicar el libro del Génesis en función de mitos mesopotámicos anteriores, reconstruidos a partir de la literatura judía posterior, principalmente el Talmud. No estoy en condiciones de juzgar si es cierto que el Talmud enseña esos mitos, pero llama la atención cuán lejos están éstos de la revelación bíblica. El contenido de esos mitos, tal como son presentados por Graves y Patai, altera y contradice el contenido del Génesis. El autor judío Raphael Patai escribió muchos otros libros, entre los cuales se destaca La diosa hebrea (sobre el mito de Lilith). No parece que los libros de Graves y Patai sean una referencia firme para un apologista católico.
Como común denominador de los cuatro errores teológicos señalados en el post anterior y en el presente hasta aquí, me parece percibir la afirmación de una especie de prioridad del mal, la oscuridad, el caos o el desorden en el mundo y en el hombre. Esa supuesta prioridad es contraria a la fe cristiana, expresada por ejemplo en este axioma de la filosofía tomista: “ens et bonum convertuntur” (el ser y el bien se identifican). Todo lo que es, en tanto que es, es bueno. El mal no es un ser, sino una carencia o privación de ser. El mal es una especie de “parásito” del bien.
En la p. 133 Casetta afirma: “En la cosmogonía mítica hebrea, y por ende cristiana, el Infierno, el abismo, está en las profundidades de la Tierra, adonde fue arrojado Lucifer por Dios, quien no admitía rivales en su gloria, y allí permanece.”
La doctrina cristiana no incluye ninguna cosmogonía mítica.
El Infierno no está en las profundidades de la Tierra, sino que es un estado de separación radical de Dios por parte de los condenados.
Dios no arrojó a Lucifer al Infierno porque “no admitía rivales en su gloria”. El autor parece manifestar aquí la noción de un Dios celoso de sus criaturas. Al contrario, Dios creó a los ángeles y a los hombres para compartir con ellos su gloria, es decir para comunicarles su propia bondad y felicidad infinitas. El pecado de Lucifer (y el de Adán) no consistió en querer asemejarse a Dios –que es lo que Dios mismo quería y le ofrecía– sino en querer arrebatar en cierto modo por la fuerza o lograr por sí mismo (sin Dios, sin Su amor, sin recibirlo de Él) el lugar de Dios, contraviniendo libremente su propia naturaleza creada.
Daniel Iglesias Grèzes
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