Constantino no inventó el cristianismo (2)
3. El Nuevo Testamento afirma explícitamente la divinidad de Cristo
El Nuevo Testamento (NT), escrito (según hemos demostrado) en el siglo I, afirma inequívocamente, muchas veces y de muchas maneras, la divinidad de Cristo. Es posible demostrar que la fe en la divinidad de Cristo está implícita en todo el NT, por ejemplo mostrando que el título “Señor”, frecuentemente aplicado a Cristo, no se refiere a un señorío cualquiera sino al señorío absoluto e ilimitado de Dios. Sin embargo, en bien de la brevedad, nos limitaremos a citar nueve textos del NT donde se afirma explícitamente la divinidad de Jesucristo, el Hijo de Dios:
a) Juan 1,1: “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios.” Este versículo, comienzo del Evangelio de Juan, identifica de la manera más formal posible a la Palabra de Dios (Jesucristo, el Hijo) con Dios. Esto significa que el Hijo es Dios como el Padre: el mismo Dios, no un segundo Dios. Aunque unos pocos eruditos de tendencia antitrinitaria han rechazado la traducción tradicional de este versículo por su clara afirmación de la divinidad de Cristo, esta traducción permanece muy firme: la inmensa mayoría de los eruditos, a lo largo de dos milenios, a pesar de sus muy diversas tendencias religiosas y filosóficas, la ha sostenido.
b) Juan 1,18: “A Dios nadie lo ha visto jamás: un Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado.” Esta versión del versículo final del prólogo del Evangelio de Juan es una variante representada en varios manuscritos antiguos. En la mayoría de los manuscritos se lee “el Hijo único” en lugar de “un Dios Hijo único". Los dos textos expresan con distintas palabras la misma creencia fundamental de la comunidad cristiana primitiva.
c) Juan 20,28: “Tomás le contestó: `Señor mío y Dios mío´.” Aquí el Apóstol Santo Tomás se dirige a Jesucristo resucitado.
d) Romanos 9,5: “y los patriarcas; de los cuales también procede Cristo según la carne, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos. Amén.”
e) Filipenses 2,5-11: “Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo: el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo, tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre.” Este texto magnífico, que sintetiza todo el misterio de Cristo, contiene un himno que muy probablemente es anterior a la obra escrita de San Pablo. Aquí se enuncian claramente, además de la preexistencia y la encarnación del Hijo, cuatro afirmaciones decisivas:
i) Cristo es de condición divina, de naturaleza divina; es decir, Cristo es Dios.
ii) Cristo es igual a Dios (el Padre). Por lo tanto Cristo es Dios como el Padre. A pesar de ser Dios, el Hijo renunció a manifestar visiblemente su igualdad con Dios al asumir la naturaleza humana en la Encarnación.
iii) Dios (el Padre) concedió a Cristo el santo e inefable Nombre de Dios.
iv) Toda rodilla se debe doblar ante Cristo y toda lengua debe confesar que Él es el Señor (o sea, Dios). Las alusiones a Isaías 45,23 ("toda rodilla se doble", “y toda lengua confiese"), donde lo mismo se dice de Yahweh, subrayan aún más el carácter divino del título “Señor", de por sí evidente en este contexto.
f) Tito 2,13: “aguardando la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo“.
g) Hebreos 1,8: “Pero del Hijo: `Tu trono, ¡oh Dios!, por los siglos de los siglos´“
h) 2 Pedro 1,1: “Simeón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo les ha cabido en suerte una fe tan preciosa como la nuestra.”
i) Apocalipsis 1,8: “Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, Aquel que es, que era y que va a venir´, el Todopoderoso.” Quien habla aquí es Jesucristo, el Señor resucitado.
Por otra parte, también en este punto podemos recurrir a los Padres de la Iglesia y otros escritores eclesiásticos anteriores al Concilio de Nicea para obtener una prueba complementaria a la prueba escriturística aquí expuesta. En las numerosas obras de los Padres antenicenos encontramos abundantísimos testimonios de la fe cristiana en la divinidad de Cristo durante los siglos I, II y III.
4. Conclusión
El Concilio de Nicea no hizo otra cosa que reexpresar la tradicional fe cristiana sobre la divinidad de Cristo, profesada desde el principio por los apóstoles. Lo hizo por medio de una definición dogmática cuya intención principal era rechazar la herejía arriana, que negaba la divinidad del Hijo, contra la doctrina tradicional.
Durante dos milenios la Iglesia fundada por el mismo Jesucristo ha transmitido la fe en la divinidad de Cristo, expresada por escrito en los Evangelios, escritos poco después de la muerte y resurrección de Cristo. Hoy unos dos mil millones de cristianos (católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes) se mantienen fieles a este aspecto capital de la revelación bíblica: la divinidad de Cristo. A quienes hayan sentido que “El Código da Vinci” conmueve los fundamentos de la fe cristiana, los invito a reconocer la solidez de las evidencias aquí expuestas y la inconsistencia de las “razones” que esa obra de ficción pretende oponer al consenso universal de las Iglesias y comunidades eclesiales cristianas.
Por último, exhorto a los cristianos a profundizar sus conocimientos bíblicos para que estén en condiciones de dar razón de su esperanza a todo aquel que se lo pida. (Fin).
Daniel Iglesias Grèzes
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