El matrimonio en el Magisterio de la Iglesia (3)
8. El matrimonio y la vida sacramental (cf. Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium sobre la Iglesia, n. 11)
La vida cristiana de los fieles, cualquiera sea su condición y estado, es fortalecida y perfeccionada por medio de la recepción de los sacramentos y el ejercicio de las virtudes. Existe una relación del sacramento del matrimonio con los demás sacramentos.
El matrimonio es un sacramento sólo cuando se celebra entre dos bautizados, porque los fieles son incorporados a Cristo y a la Iglesia por el bautismo y porque el matrimonio es un sacramento de la unión entre Cristo y la Iglesia. Por el bautismo, regenerados como hijos de Dios, los fieles quedan destinados al culto de la religión cristiana y tienen el deber de dar testimonio delante de los hombres de la fe que recibieron de Dios por medio de la Iglesia. El sacramento del matrimonio corresponde a una vocación particular dentro de la vocación universal a la santidad de todos los bautizados.
Aunque el no haber recibido la confirmación no es un impedimento para celebrar el matrimonio cristiano, es muy conveniente que los contrayentes cristianos estén o sean confirmados antes de casarse, porque la confirmación es uno de los tres sacramentos de la iniciación cristiana y porque es lógico que los fieles completen su iniciación cristiana antes de asumir una misión particular dentro de la Iglesia. Por el sacramento de la confirmación, los fieles se vinculan más estrechamente a Cristo y a la Iglesia, se enriquecen con una fuerza especial del Espíritu Santo y así se comprometen más intensamente a difundir y defender la fe, con su palabra y sus obras, como verdaderos testigos de Cristo. El matrimonio es una de las formas esenciales de vivir esta vocación de testigos del Señor resucitado en medio del mundo.
El sacramento de la eucaristía es la fuente y la cumbre de toda vida cristiana, también la de los esposos cristianos. En la liturgia eucarística pregustamos y tomamos parte de la liturgia celestial, de las bodas de Jesucristo, el Cordero degollado que quita los pecados del mundo, y de la Iglesia, la nueva Jerusalén, la Ciudad Santa que baja del cielo, llena del resplandor de la gloria de Dios y vestida del lino –deslumbrante de blancura– de las buenas acciones de los santos (cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium sobre la sagrada liturgia, n. 8; Apocalipsis 19,7-9; 21).
El primer precepto de la Iglesia manda participar en la Santa Misa todos los domingos y fiestas de guardar y no realizar trabajos y actividades que puedan impedir la santificación de estos días. El tercer precepto de la Iglesia manda comulgar al menos una una vez al año, en tiempo de Pascua. Sin embargo, es muy recomendable comulgar en cada Misa, siempre que se esté en estado de gracia.
“La Eucaristía, sacramento de la caridad, muestra una relación particular con el amor entre el hombre y la mujer unidos en matrimonio. Profundizar en esta relación es una necesidad propia de nuestro tiempo. El Papa Juan Pablo II afirmó en numerosas ocasiones el carácter esponsal de la Eucaristía y su relación peculiar con el sacramento del Matrimonio: «La Eucaristía es el sacramento de nuestra redención. Es el sacramento del Esposo, de la Esposa». Por otra parte, «toda la vida cristiana está marcada por el amor esponsal de Cristo y de la Iglesia. Ya el Bautismo, que introduce en el Pueblo de Dios, es un misterio nupcial. Es, por así decirlo, como el baño de bodas que precede al banquete de bodas, la Eucaristía». La Eucaristía corrobora de manera inagotable la unidad y el amor indisolubles de cada Matrimonio cristiano. En él, por medio del sacramento, el vínculo conyugal se encuentra intrínsecamente ligado a la unidad eucarística entre Cristo esposo y la Iglesia esposa (cf. Ef 5,31-32). El consentimiento recíproco que marido y mujer se dan en Cristo, y que los constituye en comunidad de vida y amor, tiene también una dimensión eucarística. En efecto, en la teología paulina, el amor esponsal es signo sacramental del amor de Cristo a su Iglesia, un amor que alcanza su punto culminante en la Cruz, expresión de sus «nupcias» con la humanidad y, al mismo tiempo, origen y centro de la Eucaristía.” (Benedicto XVI, exhortación apostólica postsinodal Sacramentum Caritatis sobre la Eucaristía, fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia, n. 27).
Los matrimonios cristianos encuentran continuamente en la Eucaristía la fuerza para transformar la propia vida conyugal en un signo auténtico de la presencia del Señor resucitado. El amor entre el hombre y la mujer, la acogida de la vida y la tarea educativa son ámbitos privilegiados en los que la Eucaristía muestra su capacidad de transformar la existencia y llenarla de sentido (cf. Sacramentum Caritatis, nn. 79.94).
En la Eucaristía, los fieles ofrecen a Dios la Víctima divina y a sí mismos juntamente con ella; así, todos toman parte activa en la acción litúrgica, pero no confusamente, sino cada uno según su condición. Además, una vez saciados con el cuerpo de Cristo en la sagrada comunión, manifiestan la unidad del pueblo de Dios, significada y producida por el sacramento del amor.
Los esposos cristianos, aunque santificados por la gracia de Dios, no dejan de estar expuestos a la tentación del pecado. El pecado siempre trae consigo desunión y conflicto, incluso en el seno del matrimonio y de la familia. Por medio del sacramento de la penitencia, los esposos obtienen, por la misericordia de Dios, el perdón de la ofensa hecha al mismo Dios, y al mismo tiempo se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron pecando. La Iglesia les ayuda en su conversión, con caridad, ejemplos y oraciones. La gracia del sacramento de la penitencia sana también las heridas producidas por el pecado en la vida conyugal y familiar.
El matrimonio, consorcio de toda la vida, une a los esposos en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte los separe. Cuando uno de los esposos (o ambos) está en peligro de muerte por enfermedad o vejez, puede recibir el sacramento de la unción de los enfermos. Por medio de esta sagrada unción y de la oración de los presbíteros, la Iglesia encomienda al Señor, paciente y glorificado, a los que sufren, para que los alivie y los salve (cf. Santiago 5,14-16); más aún, los exhorta a que, uniéndose libremente a la pasión y la muerte de Cristo (cf. Romanos 8,17; Colosenses 1,24; 2 Timoteo 2,11-12; 1 Pedro 4,13), contribuyan al bien del Pueblo de Dios.
El varón casado que tenga la correspondiente vocación y sea encontrado apto puede ser ordenado diácono permanente. Los diáconos están en el grado inferior de la jerarquía eclesiástica y reciben la imposición de las manos no en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio (cf. Lumen Gentium, n. 29). Aquellos que entre los fieles se distinguen por el orden sagrado, quedan destinados en el nombre de Cristo para apacentar la Iglesia con la palabra y la gracia de Dios.
“Por fin, los cónyuges cristianos, en virtud del sacramento del matrimonio, por el que manifiestan y participan del misterio de la unidad y del fecundo amor entre Cristo y la Iglesia (Ef., 5,32), se ayudan mutuamente a santificarse en la vida conyugal y en la procreación y educación de los hijos, y, por tanto, tienen en su condición y estado de vida su propia gracia en el Pueblo de Dios (cf. 1Cor., 7,7). Pues de esta unión conyugal procede la familia, en que nacen los nuevos ciudadanos de la sociedad humana, que por la gracia del Espíritu Santo quedan constituidos por el bautismo en hijos de Dios para perpetuar el Pueblo de Dios en el correr de los tiempos. En esta como Iglesia doméstica, los padres han de ser para con sus hijos los primeros predicadores de la fe, tanto con su palabra como con su ejemplo, y han de fomentar la vocación propia de cada uno, y con especial cuidado la vocación sagrada.” (Lumen Gentium, n. 11). (Fin).
Daniel Iglesias Grèzes
1 comentario
No sabía que "el matrimonio es un sacramento sólo cuando se celebra entre dos bautizados".
De oídas, suponía erróneamente que era posible que recibiese el sacramento sólo uno de los contrayentes, ante la negativa del otro a hacerlo. Incluso que había posibilidad de matrimonio interreligioso, siendo la parte católica quien recibe el sacramento.
Tendré que instruirme mejor en este punto.
Saludos.
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DIG: Estimado solodoctrina:
El contrato matrimonial válido entre dos bautizados (católicos o cristianos no católicos) es también sacramento.
Es un tema discutido entre los teólogos católicos si el matrimonio válido con disparidad de cultos (o sea, entre un bautizado y un no bautizado) es también un matrimonio sacramental o es un matrimonio natural, aunque se celebre con dispensa del obispo y con la forma canónica (en el templo, etc.). Yo me afilio a la tesis de que es un matrimonio natural, porque el matrimonio o es natural o es sacramental; y no puede ser sacramental para uno de los cónyuges y natural para el otro.
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