Vida cristiana y comunidades cristianas (1)
Quisiera aportar algunas reflexiones sobre un tema arduo y complejo de teología práctica. Se trata del tema del “equilibrio” o la combinación correcta de dos dimensiones de la vida de los fieles cristianos, sobre todo laicos: por un lado sus relaciones con otros cristianos; y por otro lado sus relaciones con los no cristianos.
En la discusión de este tema hay una amplia gama de posturas diferentes. En un extremo estaría la posición de quienes abogan por una especie de nueva y masiva “fuga del mundo”, creando ambientes católicos (por ejemplo, barrios o ciudades enteras) en donde transcurriría casi toda la vida de muchos fieles. En el otro extremo estaría la opinión de quienes parecen pensar que, para impregnar el mundo con los valores del Evangelio, bastan los cristianos individuales debidamente formados y alimentados con los sacramentos y la oración. Ellos solos, sin apoyarse en ninguna clase de asociaciones católicas, y mezclándose con los no católicos “como levadura en la masa”, deberían ser capaces de llevar el Evangelio a sus respectivos ambientes y de hacerlo prosperar allí.
Para comenzar a abrirnos camino en un tema tan complejo, es bueno dividirlo en partes. Consideremos en primer lugar la forma más primaria de asociación: el matrimonio y la familia (basada en el matrimonio), célula básica de la sociedad. Con respecto a este aspecto de nuestra amplia cuestión, la postura de la Iglesia Católica es clara: el derecho canónico prohíbe los matrimonios con disparidad de cultos (cf. Código de Derecho Canónico (CDC), c. 1086) y los matrimonios mixtos (cf. CDC, c. 1124). Es cierto que estas prohibiciones pueden ser dispensadas y que tales dispensas, lamentablemente, se han convertido en una especie de mera rutina burocrática, pero el principio mismo permanece en pie. Lo menos que se puede decir es que a priori la Iglesia desaconseja esos matrimonios, aunque a posteriori, obviamente, ellos deban ser debidamente valorados y respetados. No obstante, no se debe ignorar que los matrimonios mixtos y (más aún) los matrimonios con disparidad de cultos conllevan peligros que en principio parece recomendable evitar, por lo menos como criterio general.
La Iglesia Católica no sólo manda a sus fieles laicos con vocación matrimonial formar matrimonios católicos, sino también familias católicas. Esto implica, muy especialmente, la obligación de dar a sus hijos una educación católica (cf. CDC, c. 226). Todo esto es bien conocido.
Pasemos pues a otro aspecto de nuestra cuestión: las escuelas. También en este sentido la doctrina y la legislación de la Iglesia son muy claras:
• “La Iglesia tiene derecho a establecer y dirigir escuelas de cualquier materia, género y grado. Fomenten los fieles las escuelas católicas, ayudando en la medida de sus fuerzas a crearlas y sostenerlas.” (CDC, c. 800).
• “Los padres han de confiar sus hijos a aquellas escuelas en las que se imparta una educación católica; pero, si esto no es posible, tienen la obligación de procurar que, fuera de las escuelas, se organice la debida educación católica.” (CDC, c. 798).
No quiero profundizar aquí en el gran tema de la educación católica, por lo cual no trataré directamente el tema de las universidades católicas. Pienso que lo dicho es suficiente para desmentir la tesis de los católicos que desestiman la escuela católica porque piensan que allí sus hijos padecerán un nocivo aislamiento del “mundo real” (que, supuestamente, sería sólo la parte del mundo que desconoce o rechaza a Dios, a Cristo o a su Iglesia). La educación católica de los hijos es un deber de los padres católicos y esa educación no puede impartirse adecuadamente sino en ambientes católicos.
Además de la familia y la escuela, otro ambiente de gran importancia para la vida cristiana es la parroquia, organizada generalmente según el principio territorial. Trataré brevemente sólo dos problemas referidos a la parroquia territorial.
El primer problema es el referido a la participación de los fieles laicos en pequeñas comunidades parroquiales. Pienso que también aquí es necesario guardar un equilibrio. Por una parte, está bien alabar y fomentar esas pequeñas comunidades, pero sin llegar al punto de tratar de volver obligatoria la participación en ellas y de despreciar a los simples “fieles de Misa”, que no participan de esos grupos, considerándolos como “cristianos de segunda”.
El segundo problema es muy actual: se trata del gran problema pastoral de la relación entre las parroquias territoriales y los movimientos o comunidades eclesiales organizados según otros principios, dones o carismas. Pienso que en este sentido debe prevalecer la voluntad de mutua colaboración y mutuo enriquecimiento. Sin negar la gran importancia de la parroquia en la estructura de la Iglesia, es preciso aceptar serenamente que hoy en día la vida cristiana de muchos fieles cristianos pasa más bien por esa otra clase de comunidades cristianas.
Pasemos ahora a la cuestión de las asociaciones de fieles.
“Existen en la Iglesia asociaciones distintas de los institutos de vida consagrada y de las sociedades de vida apostólica, en las que los fieles clérigos o laicos, o clérigos junto con laicos, trabajando unidos, buscan fomentar una vida más perfecta, promover el culto público, o la doctrina cristiana, o realizar otras actividades de apostolado, a saber, iniciativas para la evangelización, el ejercicio de piedad o de caridad y la animación con espíritu cristiano del orden temporal.” (CDC, c. 298, 1).
En este punto subrayo dos cosas:
• En primer lugar, que también aquí rige el principio de la libertad de los hijos de Dios. Los cristianos pueden formar asociaciones de fieles (públicas o privadas) pero no están obligados a ello. Pertenecer o no a una asociación de este tipo es una decisión prudencial, que depende de una infinidad de circunstancias personales concretas, que cada uno debe valorar y discernir en conciencia.
• En segundo lugar, que los posibles objetivos de estas asociaciones de fieles abarcan todas las dimensiones de la vida cristiana, incluyendo las obras de caridad y “y la animación con espíritu cristiano del orden temporal” (Íbidem). Esta última expresión es tan amplia que hace posible pensar en la creación y el fomento de asociaciones católicas de orden cultural, social o deportivo, e incluso de orden empresarial, gremial o político.
Aquí entramos de lleno en el quid de la cuestión disputada. ¿Esas asociaciones católicas, que –según el CDC- son en principio concebibles y legítimas, son también convenientes hoy? Al fomentarlas, en lugar de cumplir el mandato misionero de Jesucristo resucitado, ¿no estaríamos creando algo así como ghettos, donde los católicos, lejos de muchas de las tentaciones mundanas, proseguirían su camino más o menos indiferentes a la suerte de sus conciudadanos no católicos o no cristianos?
Dios mediante, intentaré dar una respuesta a esta cuestión en un futuro artículo.
Daniel Iglesias Grèzes
3 comentarios
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DIG: Gracias, Amauta. Creo que hay mucho de verdad en lo que dices, pero quisiera subrayar que no todas las posturas sobre nuestra cuestión son conciliables entre sí. Por ejemplo, cuando un grupo de católicos decide crear un movimiento pro-vida, se enfrenta a esta cuestión: ¿ese grupo, en cuanto tal, será confesional o no; será una asociación católica o una asociación secular? Allí, según las leyes de la lógica, no cabe el et-et, sino el aut-aut. O lo uno o lo otro, pero no las dos cosas a la vez, porque una misma asociación no puede a la vez y en el mismo sentido ser y no ser católica.
Claro que uno puede sostener que eso es un asunto opinable, dejado a la libertad de los fieles católicos que fundan la asociación. Así, según las diversas opiniones, unos católicos fundarán asociaciones pro-vida católicas y otros católicos fundarán asociaciones pro-vida aconfesionales. Pero el asunto se complica cuando pasamos del plano de la legitimidad al de la conveniencia; porque, sin negar el derecho de los católicos a la libertad de asociación, algunos católicos rechazan como inconveniente la creación de asociaciones confesionales (por considerarlas resabios de una mentalidad preconciliar, ghettos en los que el católico se aísla del mundo que debe evangelizar) y otros católicos piensan que la actual tendencia a renunciar a la confesionalidad en los emprendimientos colectivos (incluso cuando todos los socios son católicos) es una inaceptable concesión al secularismo reinante en nuestra cultura.
Consideremos ahora otra parte de tu aporte. Un docente católico puede intentar cumplir su misión de cristiano en su trabajo contando para ello con el apoyo genérico de la Iglesia, de los sacramentos, de la doctrina cristiana, de un grupo parroquial de revisión de vida, etc.; o puede además contar con el apoyo específico de una asociación de docentes católicos, formada por personas con su misma vocación y situación de vida peculiares. Son dos situaciones muy distintas. De nuevo, hay allí un principio de libertad. Pero más allá de eso, unos católicos rechazan la formación de gremios católicos y otros la alientan. En cada caso concreto es preciso elegir.
Sobre las escuelas católicas, hoy casi todas concertadas, y con el injusto sistema de puntos actual, es dificil que mis hijos entren en las escuelas católicas de mi pueblo, en este caso de Hermanas de la Consolación o Padres Carmelitas. Es mas fácil que entre un musulmán a un colegio de monjas que un católico.(y no le hecho la culpa al musulmán sino a los pésimos políticos que crean estos absurdos) La única solución sería buscar una de pago y eso no me es accesible en estos momentos.
El mayor problema lo veo en las comunidades o agrupaciones de laicos, sin entrar en cofradias y hermandades semanasanteras, expongo un caso:
conozco un amigo católico como yo, que se ha casado con una chica que pertenece al Camino Neocatecumenal. Pues esto les conlleva miles de problemas hasta pensar en divorciarse porque ella quiere que entre en el Camino y a él no le gusta. Además él no puede ir a las reuniones con ella porque "no están al mismo nivel en dicho camino".
Hay que tener cuidado con ciertos movimientos católicos que se cierran en su propia comunidad, y si no eres de dicho movimiento pareces cristiano de segunda.
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DIG: Gracias, Diego.
No conozco el sistema de puntos que mencionas, pero comprendo que hay allí una situación de injusticia. Los padres, según la doctrina católica, según la Declaración Universal de los Derechos Humanos y según casi todas las Constituciones, tienen el derecho de educar a sus hijos según sus propias convicciones religiosas y ello implica, para un católico, el derecho a enviar a su hijo a una escuela que imparta educación católica (que no es lo mismo que una educación secularista a la que se le yuxtapone una clase de religión católica). Sin embargo, en casi todos los países, este derecho teórico es negado con mucha frecuencia en la práctica, debido a un sistema muy injusto de subsidios estatales a la educación. En Uruguay, por ejemplo, ni siquiera existen escuelas concertadas; hay escuelas públicas, gratuitas y completamente laicistas (sin ninguna enseñanza religiosa) y escuelas privadas pagas, unas católicas y otras no católicas. Pese a las becas que dan los colegios privados, muchas familias católicas no pueden pagar las escuelas privadas, por lo cual su libertad de demanda educativa se esfuma en la práctica. Éste es un problema social muy grave.
En cuanto a tu último párrafo, creo que la pertenencia de una persona casada a una comunidad o movimiento católico cualquiera debería ayudarla a fortalecer su matrimonio (ya sea que el cónyuge pertenezca o no al mismo movimiento); de ningún modo debería ponerlo en peligro. Lo importante, según la doctrina católica, es que ambos esposos formen parte de la misma Iglesia, y compartan una misma fe, un solo bautismo, un solo Señor Jesucristo; que ambos pertenezcan o no al Camino Neocatecumenal o a cualquier otro grupo católico es, en relación a lo otro, muy secundario. Es un error muy grave magnificar tanto lo secundario que se vuelva esencial.
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DIG: Gracias, Amauta. Estoy sustancialmente de acuerdo contigo. En línea con lo que dices al final, yo subrayaría lo difícil que es hoy para un católico ser coherente con su fe en muchos ámbitos seculares. Dos ejemplos (entre miles posibles): un ginecólogo católico en una empresa médica no católica; un publicista católico en una agencia de publicidad no católica.
Verdaderamente, como dijo Juan Pablo II el Grande, la coherencia es el martirio de nuestro tiempo.
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