"Maternidad subrogada"
Las palabras, las expresiones lingüísticas, nunca son inocentes. El lenguaje encierra una enorme capacidad de revelar o de ocultar lo real, de contribuir al bien, al reconocimiento de la dignidad del hombre, o al mal, al sometimiento del hombre por el hombre; en el peor de los casos, a la reducción de la persona humana a objeto del capricho de los más fuertes, a mera mercancía, a disposición del mejor postor.
Algunas expresiones son especialmente inquietantes: “Maternidad subrogada”; “interrupción voluntaria del embarazo”; “reasignación de sexo”; “teoría de género”… Uno se pierde en medio de ese piélago de las palabras que, tantas veces, en lugar de ser medios para ayudar a comprender lo real, se convierten en señales crípticas que desorientan y que abren la puerta a un ejército reducido de expertos que venden muy caros sus consejos y sus terapias.
“A río revuelto – dice el refrán – ganancia de pescadores”. Y, en ocasiones, el río no se revuelve solo, sino que conviene a muchos que esté cada vez más turbio.
La maternidad, a mi modo de ver, puede ser cualquier cosa menos “subrogada”, “sustitutiva”. La maternidad es una relación muy importante no solo para uno de los términos de la misma – la madre – sino, sobre todo, para el otro término, el hijo. Una persona que no es la madre gestante puede asumir, legalmente, por adopción, el papel de madre, pero sin sustituirlo. Se hace cargo del niño, lo trata como a su hijo, lo convierte en un hijo propio, pero no debe negar al hijo que ella no lo ha gestado, sino que lo ha adoptado.