6.05.20

Carta a mis feligreses (II). Sobre la celebración pública de la santa Misa

Estimados amigos:

Les invito, ante todo, a rezar, a dar gracias a Dios por tantas cosas buenas que hay en nuestras vidas y a pedir con insistencia filial que, cuanto antes, podamos volver a la normalidad. Les invito a pedir por los difuntos. Por los enfermos. A interceder unos por otros.

Muchos, lo sé, preguntan: ¿Cuándo volveremos a tener la celebración pública de la Santa Misa? Saben que, cada día, en el altar de nuestro templo parroquial se ha celebrado y se sigue celebrando la Eucaristía, confiando en el admirable misterio de fe de la comunión de los santos.

Si las circunstancias lo permiten, podríamos comenzar la celebración pública el próximo miércoles 13 de mayo (insisto, si las circunstancias lo permiten). Es una buena fecha, la memoria de Nuestra Señora de Fátima. Si es posible, la Santa Misa se celebrará ese día a las 19.30 horas.

Nos piden, desde el Obispado, a los párrocos que seamos muy cuidadosos. Voy a detallar un poco en qué consiste este cuidado:

  1. Todos deben saber que están dispensados por nuestro Sr. Obispo del cumplimiento del precepto dominical.
  2. Si vienen a la iglesia parroquial de san Pablo, tienen que ayudarnos a no sobrepasar el aforo señalado. En este momento, se limita a 57 personas. Han de sentarse donde se les indique. Debemos mantener una distancia de seguridad de 2 metros. A la entrada de la iglesia habrá gel desinfectante y se pide que no se toquen ni se besen las imágenes u otros objetos de culto. Es recomendable, que traigan, además, el propio gel hidroalcohólico de bolsillo.
  3. Es muy recomendable comulgar en la mano, sin guantes en ese momento, y usar mascarilla (en el momento de comulgar, no hay que quitar la mascarilla, solo bajarla). No obstante, al final de la distribución de la Sagrada Comunión en la mano, podrán comulgar en la boca los fieles que así lo deseen.
  4. Es necesario seguir las indicaciones del sacerdote y de las personas que colaboran con el orden de las celebraciones. Debemos evitar las agrupaciones de personas, tanto al entrar como al salir del templo.
  5. Las personas que tengan síntomas de enfermedad vírica (fiebre, tos, diarrea, dificultad respiratoria) han de quedarse en casa. También los que hayan estado en contacto con enfermos de COVID-19 en los últimos 15 días.
  6. Las personas mayores o enfermas de otras dolencias pueden, si lo ven oportuno, permanecer en casa.
  7. Si el aforo del templo estuviese completo (en nuestro caso es de 57 personas), no se podría entrar.

Sobre todo, necesitamos, los párrocos y los miembros del Consejo Parroquial de Pastoral, dos cosas: apoyo y comprensión.

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5.05.20

Curas jóvenes, muy creativos

La gracia de Dios nos sorprende siempre. De Dios viene lo nuevo, lo nunca visto hasta ahora, la sorpresa. Nosotros, los humanos, somos más aburridos. Las concepciones de la historia suelen oscilar entre el cíclico – y pagano – retorno de lo mismo y la apertura de la historia a la salvación. Entre la tragedia y el drama. Entre el tedio y la posibilidad de superarlo.

Me alegra mucho comprobar que muchos de los curas más jóvenes son muy creativos. Lo veo en las clases, lo compruebo también en Internet. Por ejemplo, en las emisiones de “Café con Dios” de Patxi Bronchalo.

Este sacerdote tiene una gran capacidad de comunicación. Sabe lo que dice y sabe, muy bien, cómo decirlo. Tiene fundamento su mensaje y lo transmite con persuasión y con amabilidad.

Veo con optimismo el futuro de la Iglesia en España sabiendo que hay sacerdotes así – en lo que uno puede juzgar por unos vídeos - . Que algo sea “bueno” no quiere decir que sea “perfecto”. Que algo sea “bueno” no quiere decir que siga siéndolo siempre. Pero si es bueno “ahora”, es bueno por el momento.

También hay seglares excelentes. Todo lo que se diga a su favor será muy poco. A la espera de poder celebrar de nuevo la santa Misa con bastantes fieles, con un tercio de los que quepan en la iglesia parroquial, me dicen los que conforman el consejo de pastoral de mi parroquia, que ya hay unos diez voluntarios para contribuir a la desinfección y al orden.

No solo muchos de los curas jóvenes son muy creativos, también lo son muchos de los seglares. Ni unos ni otros pierden el tiempo en lanzar piedras contra el propio tejado. No lo hacen. Unos y otros, sacerdotes y seglares, intentan hacer el bien, anunciar el mensaje de Cristo a “tiempo y a destiempo”.

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4.05.20

Las calas a los pies de la televisión

Quizá, los cristianos, corremos el riesgo de olvidarnos de la “teología de la creación”. Todo viene de Dios y todo, todo lo que supere la criba del fuego del amor, ha de volver a Dios. Es el esquema de la “salida” y del “retorno” que inspiró a tantos grandes teólogos; entre ellos, y no el menor, a santo Tomás de Aquino.

Todo viene de Dios. Todo lo que vale algo. Todo lo que tiene consistencia. Todo lo que deriva su consistencia de la consistencia suprema del Creador. En cierto modo, es verdad que la ontología y la mística están emparentadas o que, casi, son lo mismo.

Recuerdo ahora a San Buenaventura, su “Itinerarium mentis in Deum”, “Itinerario del alma a Dios”. En el prólogo a esta obra, el santo nos invita “al gemido de la oración por medio de Cristo crucificado, cuya sangre nos lava las manchas de los pecados, no sea que piense [el lector] que le basta la lección sin la unción, la especulación sin la devoción, la investigación sin la admiración, la circunspección sin la exultación, la industria sin la piedad, la ciencia sin la caridad, la inteligencia sin la humildad, el estudio sin la gracia, el espejo sin la sabiduría divinamente inspirada”.

Estamos, quizá, tantas veces, muy acostumbrados a lo adversativo, a la oposición. Puede que debamos profundizar un poco más en la unión: No una cosa o la otra, sino más bien una cosa y la otra. La “teología de la creación” y la “teología de la gracia”. No puede haber contradicción entre ellas. El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios; ha sido creado no solo por Dios, sino también para Dios. Aunque es verdad que la “potencia obediencial”, la capacidad de ser adoptados como hijos del Padre, como hermanos de Cristo y como templos del Espíritu, restaría, seguiría siendo pura posibilidad, sin el nuevo “hágase” de la gracia.

Dios y el mundo. El hombre y Dios. La solidaridad y la caridad. El deseo y la gloria… Todo tiende a ser “uno”, como la mente, al final del camino, tiene como única meta a Dios.

Esta unidad de fondo no impide, no merma, la relativa autonomía de lo creado. Lo creado, hasta nosotros mismos, tiene su propia consistencia, pero no al margen de Dios, sino siempre en relación a Él, ya que Él es, en sí mismo, en su misterio trinitario, no aislamiento, sino comunión.

En el culto cristiano está presente todo lo humano. Lo están esas dos formas “a priori” de la sensibilidad, que decía Kant: el espacio y el tiempo. Y lo están porque, en la Encarnación, el Hijo de Dios se hizo hombre. Están los espacios sagrados – los templos y los cementerios, los “camposantos” – y están los tiempos sagrados – el más sagrado de todos, el de Pascua - . Dios se acerca a nosotros a través de nuestra capacidad de percibir lo real, a través de nuestra capacidad estética.

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3.05.20

Con María, esperando la Santa Misa

Posiblemente nada hace más felices a las madres – y hoy es su día – que ver reunidos a sus hijos en torno a la mesa cada domingo y cada fiesta. El cristianismo tiene una gramática, una lógica, muy sencilla: es profundamente divino y humano. Sus misterios centrales, los acontecimientos que perfilan su identidad, son el nacimiento, el dolor y la muerte, la vida de cada día y también, porque es muy humano desear algo así, aunque nos desborde, la gloria, la esperanza de la gloria.

Un escritor famoso tituló uno de sus libros como “El valor divino de lo humano”. Es un título inspirado. Sin lo divino, lo humano decae. Sin lo humano, lo divino nos parece absolutamente imposible y, a la postre, completamente irrelevante. El artículo “stantis aut cadentis Ecclesiae”, el dogma que permite que la Iglesia siga en pie o que se derrumbe del todo, es la Encarnación. Estoy de acuerdo, en eso y en mucho más, con san Juan Enrique Newman.

Los católicos no nos hemos acostumbrado a prescindir de la Santa Misa. Ni podríamos hacerlo. Un sacramento, la Eucaristía, que no solo ha de ser celebrado – y no ha dejado de serlo más que el Viernes y el Sábado santos - , sino que ha de ser creído y, siempre, vivido. Así lo expresa, de un modo magistral – y técnicamente “magisterial” – el papa Benedicto XVI en la exhortación “Sacramentum caritatis”. Vendría bien releer, con mucho detalle, este texto.

Lo divino y lo humano. Sin confusión y sin separación – Calcedonia nos lo recuerda -. Sin fideísmos ni racionalismos excluyentes. Sin “sobrenaturalismos” que poco tienen de sobrenatural y sin reducciones “naturalistas” que poco tienen de naturales.

La lógica de las madres, la gramática de la Iglesia, y hasta el sentido común, lo saben ver. Una madre quiere reunirse con sus hijos reunidos pero sabe privarse, sabe aplazar ese deseo noble, si alguno de sus hijos, por ese motivo tan grande – reunirse - , fuese a correr un grave riesgo. ¿Qué madre, que sea tal, exige a su hijo que la visite cada domingo, aun a sabiendas de que ese desplazamiento es extremadamente peligroso para el hijo y para los otros hijos? Absolutamente ninguna.

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2.05.20

3 de Mayo, Madre de Dios. Día de la madre

Día 3. Madre de Dios

“Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción” (Gálatas 4,4-5).

Dios, para enviar a su Hijo al mundo, escogió la mediación maternal de una mujer, María. El Hijo de Dios, sin dejar de ser Dios, se hizo verdaderamente hombre, Hijo de María. Los cristianos, ya desde los primeros tiempos, invocaban a la santa Madre de Dios, como testimonia la antiquísima oración, de los siglos III o IV: “Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades; antes bien, líbranos siempre de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita”.

Al confesar a María como “Madre de Dios”, la Iglesia profesa la verdadera identidad de Jesús como Verbo encarnado. En Éfeso, en el año 431, cuando los obispos reunidos en concilio proclamaron solemnemente la maternidad divina de María, el pueblo cristiano reaccionó con enorme entusiasmo: “Nos llevaron en medio de antorchas a nuestras residencias. Era de noche. La alegría era general y toda la ciudad se iluminó. Las mujeres iban con incensarios delante de nosotros”, relata San Cirilo.

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