12.05.20

Rigor y modestia

Esta tarde he podido conversar con un amigo especialista en Biología. Él sabe mucho más que yo de virus, moneras y protistas. Mucho más que yo, sobre ese tema, sabe casi todo el mundo.

En la carrera de Filosofía, en la UNED, cuando yo la cursé, se notaba el peso de las corrientes positivistas, digámoslo así, y también el de las tendencias menos positivistas.

El resultado era una amalgama de estudios “científicos” y de estudios “humanistas”. Entre los primeros: Lógica, Filosofía de la Lógica, Filosofía de la Ciencia, Historia de la Ciencia… Y, por si eso fuera poco, había que superar el rito de iniciación de una disciplina “científica”.

En mi caso, dentro de las alternativas disponibles, opté por “Introducción a la Biología”. No me arrepiento de ello. También estaban, como pidiendo perdón, las disciplinas humanísticas que, a mi juicio, eran las más filosóficas.

La Lógica, la Epistemología, la Historia de la Ciencia, la Filosofía de la Ciencia… ayudan mucho. Un buen científico es, trata de serlo, humilde y preciso, riguroso y modesto. Y esa actitud me gusta. Hoy parece que, por arte de magia, todos sabemos sobre todo.

Los científicos de verdad contestan, más o menos, con las siguientes cautelas: “Es bastante pronto. Tenemos que analizarlo”. “No tenemos ningún estudio que demuestre que los tratamientos que usamos son los más eficaces, pero es lo que tenemos”.

Veo en esa actitud rigor y modestia. Los que no somos científicos deberíamos intentar movernos dentro de la lógica y de la ética del rigor y de la modestia.

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11.05.20

Primera Santa Misa en la “desescalada”

Desde el 14 de marzo he estado celebrando la Santa Misa sin la presencia física de los feligreses. Nunca he dudado de que la Santa Misa es el memorial sacrificial de Cristo y de su Cuerpo, que es la Iglesia. El “Catecismo” nos recuerda: “A la ofrenda de Cristo se unen no solo los miembros que están todavía aquí abajo, sino también los que están ya en la gloria del cielo”.

No ha estado “prohibida”, en sentido estricto, la celebración de la Santa Misa con algunos fieles. El “Decreto del estado de alarma” decía, en su artículo 11, que la asistencia a los lugares de culto y a las ceremonias se condicionaba a la adopción de medidas organizativas consistentes en evitar aglomeraciones de personas, en función de las dimensiones y características de los lugares. También es verdad que, en el artículo 7 del mismo Real Decreto, no se señalaba de modo explícito el ir a Misa como motivo para circular por la vía pública.

Las normas de los obispos establecían, en general, que se suspendían las celebraciones comunitarias y públicas de la Santa Misa hasta ser superada la actual situación de emergencia. Y añadían también que los sacerdotes continuarían celebrando diariamente la Eucaristía, rezando por el Pueblo de Dios, siendo posible la asistencia de un pequeño grupo de fieles.

Todo es, según cómo se considere, muy lógico y, en la práctica, algo confuso. Se suspende, se permite… Un poco de ambigüedad, si somos honestos, hay que reconocer que ha existido. Pero comprendo perfectamente que haya sido así. En lo fundamental, y el derecho a la libertad de culto es fundamental, no se puede ceder. No obstante, al mismo tiempo, ese derecho, completamente básico, no puede ser ejercido de modo irresponsable. A veces, por simple imposibilidad física – no hay quien desinfecte los templos, no hay quien limpie… – , ese ejercicio resulta, en una situación concreta, casi imposible.

Las restricciones a la libertad de culto pienso que han sido, en cierto modo, razonables. Y no soy yo, más bien liberal, partidario de “restricciones". No se han debido a una persecución. Y no creo que pretendan, hoy por hoy, perpetuarse en el tiempo. No han diferido mucho los “Reales Decretos” y las Normas de los obispos. Creo que, tanto el Estado como la jerarquía de la Iglesia, han buscado, en este aspecto, un mismo fin: proteger la salud de las personas. En cierto modo, yo, como simple cura de parroquia, se lo agradezco. Creo que, aunque de modo doloroso, han protegido tanto a mis feligreses como a mí mismo.

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9.05.20

El camino, la verdad y la vida

“Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14,6). Con estas palabras, el Señor se define a sí mismo como el camino único que conduce al Padre: “Aquel que es el camino, no puede llevarnos por lugares extraviados, ni engañarnos con falsas apariencias el que es la verdad, ni abandonarnos en el error de la muerte el que es la vida”, comenta San Hilario.

El Señor se hizo camino por su Encarnación: “el Verbo de Dios, que con el Padre es verdad y vida, se hizo el camino tomando la humanidad”, dice San Agustín. El sendero que conduce a la meta es la humanidad de nuestro Señor Jesucristo. Si no queremos que el itinerario de nuestra vida termine en el fracaso, en el sinsentido, debemos dirigir nuestra mirada a Jesucristo y caminar siguiendo sus pasos.

San Juan Pablo II, en su primera encíclica, indicaba la urgencia de esta mirada: “la única orientación del espíritu, la única dirección del entendimiento, de la voluntad y del corazón es para nosotros ésta: hacia Cristo, Redentor del hombre; hacia Cristo, Redentor del mundo. A Él nosotros queremos mirar, porque sólo en Él, Hijo de Dios, hay salvación, renovando la afirmación de Pedro «Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna»”.

Incluso para aquellos que todavía no han llegado a la fe, Cristo es, añadía el papa, un camino elocuente: “Él, Hijo de Dios vivo, habla a los hombres también como Hombre: es su misma vida la que habla, su humanidad, su fidelidad a la verdad, su amor que abarca a todos. Habla además su muerte en Cruz, esto es, la insondable profundidad de su sufrimiento y de su abandono”.

Jesús es el rostro de Dios: “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn 14,9). La adhesión a Él por la fe es, al mismo tiempo, adhesión al Padre y comienzo, ya aquí en la tierra, de una vida plena que consiste en la participación en la vida de Dios. Por esta razón, el Catecismo enseña que la fe es ya el comienzo de la vida eterna: “La fe nos hace gustar de antemano el gozo y la luz de la visión beatífica, fin de nuestro caminar aquí abajo” (n. 163).

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8.05.20

Iglesias vacías

Ha tenido bastante difusión un texto del sociólogo y teólogo checo Tomáš Halík titulado “El signo de las iglesias vacías”. No voy a resumir este ensayo, que tiene aspectos interesantes, pero que no comparto plenamente, ni a comentarlo en profundidad. Quien esté interesado puede encontrarlo fácilmente en Internet.

Estuve una vez, no hace muchos años, en la República Checa. Hay una presencia importante del catolicismo – podríamos decir, de un modo muy aproximado, de un tercio de la población - . Hay cristianos no católicos – entre ellos, los husitas -. Y hay muchos ateos y agnósticos.

Merece la pena visitar ese país y sobre todo su capital, Praga. En el barrio de Malá Strana, una bellísima “pequeña Viena”, donde creo que se filmaron los exteriores de la película “Amadeus”, está la iglesia donde se venera al “Niño Jesús de Praga”. Una imagen de cera del Niño Dios muy relacionada con España.

Este sacerdote, Halík, dice algo que a muchos, a mí desde luego, me ha venido a la mente casi a diario: “no puedo evitar preguntarme si el tiempo de las iglesias vacías y cerradas no es una mirada de advertencia a través del telescopio hacia un futuro relativamente cercano. Así es como podría verse dentro de unos años en gran parte de nuestro mundo. ¿No estamos suficientemente advertidos por lo que está ocurriendo en muchos países donde las iglesias, monasterios y seminarios están cada vez más vacíos y cerrados?”.

No hace falta prever el futuro. Basta con observar el presente. Las iglesias están “casi” tan vacías antes de la pandemia como con la pandemia. Esta tarde alguien me enviaba una captura de pantalla de una red social. El que comentaba decía: “si no vamos a Misa los mayores de 65 años, se van a quedar vacías la mayor parte de las iglesias…”. No se puede negar que tiene razón.

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7.05.20

La responsabilidad social de la fe

“La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y este «estar con él» nos lleva a comprender las razones por las que se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree”, dice Benedicto XVI en Porta fidei, 10.

Confiar, comprender, ejercer la libertad, ser socialmente responsables… Todo ello está, de algún modo, sintetizado en la “unidad compleja” de la fe. No se puede aislar el plano de la reflexión, como si existiese una reflexión “pura” – una “pura” reflexión que fuese solo reflexión y nada más -, del plano concreto de lo real.

La fe “sintetiza” en una nueva unidad, si cabe decirlo así, diversos elementos implicados: la gracia, la razón, la libertad, el contenido de lo que se cree, la confianza en aquel a quien se cree…

Blondel hablaba de “la unidad compleja del problema de la fe” y pensaba que, al tratar sobre la fe, no era adecuado separar la fórmula del contenido, ni la dimensión especulativa de la práctica.

Estoy completamente de acuerdo. ¿De qué vale, machaconamente, prescindiendo de las circunstancias concretas, aislar un elemento de la síntesis, de la unidad compleja, para reivindicarlo de modo unilateral y al margen de todo?

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