17.05.20

Una ridícula campaña contra las mitras

Se ve que, con el confinamiento, mucha gente se aburre. Y surgen campañas, “campañitas” diría yo, más que barrocas, rococó, pero de un rococó del malo, de una vulgarización extrema y de una simplificación no menos excesiva.

Tomo como un divertimento que algunas personas – muy poquitas – hayan emprendido una especie de cruzada contra las mitras de los obispos. Es pintoresco. Entre las preocupaciones existenciales que pueden asediarnos a los seres humanos, la urgencia de abolir el uso de la mitra debe de ser de las últimas.

Todo depende, “de según como se mire todo depende”, que cantaba “Jarabe de Palo”. ¿Que la mitra es esencial al episcopado? ¿Que si no se usa es ya el fin del mundo, con virus o sin él? Tampoco.

Pero un mundo ceñido a lo de primerísima necesidad material sería un mundo muy plano, muy aburrido. Por desgracia, lo estamos comprobando en cierto modo. Un mundo reducido a un espacio aséptico, a un quirófano y, si pasamos de fase, a un hospital.

Yo no conozco a nadie normal que desee vivir eternamente en una sala de operaciones o en un sanatorio. Si es necesario, mientras lo sea, se soporta. Pero de ahí a erigirlo como ideal va un trecho.

Con lo de las mitras sucede algo análogo. Eliminar toda la riqueza de lo simbólico y crear un universo unidimensional, meramente funcional, aburre. Suena a campo de concentración, a hospicio de posguerra, a edificios de viviendas soviéticos o fascistas donde no había nada de belleza, sino mera funcionalidad no funcional.

Conviene leer, aunque solo sea por curiosidad, lo que el Ritual de la Ordenación de Obispos dice cuando se unge la cabeza del ordenado: “Dios, que te ha hecho partícipe del sumo sacerdocio de Cristo, derrame sobre ti el bálsamo de la unción, y con sus bendiciones te haga abundar en frutos”.

Leer más... »

16.05.20

La comunión con Cristo, conocer y amar

La fe es la adhesión personal de cada uno de nosotros a Jesucristo, el Señor. Creer supone conocer y amar, sin que podamos establecer una separación tajante entre ambas dimensiones. En la medida en que amemos más a Jesucristo, mejor lo conoceremos y, a su vez, cuanto más lo conozcamos más lo amaremos.

En este proceso de identificación con el Señor se hace concreta la vocación fundamental de todo hombre, que no es otra que participar en la plenitud de la vida divina: “Dios, infinitamente Perfecto y Bienaventurado en sí mismo, en un designio de pura bondad ha creado libremente al hombre para que tenga parte en su vida bienaventurada” (Catecismo 1).

La adhesión a Jesucristo comporta querer lo que Él quiere y hacer lo que Él hace. Como ha explicado Benedicto XVI: “Idem velleidem nolle, querer lo mismo y rechazar lo mismo, es lo que los antiguos han reconocido como el auténtico contenido del amor: hacerse uno semejante al otro, que lleva a un pensar y desear común” (Deus caritas est 17). Este pensar y desear común se expresa, para el seguidor de Cristo, en el cumplimiento de los mandamientos: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos”, dice el Señor (Jn 14,15).

Esta observancia de los mandatos de Jesús no es una imposición externa, una carga pesada, sino que se trata de una exigencia que brota del amor. San Agustín decía que “el amor debe demostrarse con obras, para que su nombre no sea infructuoso”: “Quien los tiene presentes [los mandamientos] en la memoria y los guarda en la vida; quien los tiene en sus palabras, y los practica en sus obras; quien los tiene en sus oídos, y los practica haciendo; quien los tiene obrando y perseverando, ‘Ese es el que me ama’ ”.

Leer más... »

15.05.20

El papa magno y el doctor de la Iglesia

El 18 de mayo se cumplirán 100 años del nacimiento del papa Juan Pablo II en Wadowice (Polonia). Para mí ha sido, sin ninguna duda, el papa que más me ha impactado; la personalidad, en general, que más me ha cautivado. Sobre Juan Pablo II escribí un pequeño librito “Juan Pablo II, el papa universal” (CPL, Barcelona 2012).

Poco después de ser ordenado sacerdote, pude concelebrar la Santa Misa con Juan Pablo II y con muchos obispos y presbíteros en Ceztokowa, el santuario mariano más querido de los polacos. Pero ya había visto al Papa antes, en Portugal (Sameiro), en Roma, en Santiago de Compostela. Y después, muchas veces, en Roma, durante mi etapa de estudios en la Universidad Gregoriana. Hasta tres veces pude concelebrar la Santa Misa con él en su oratorio privado. No ha habido un papa más accesible nunca, que se sepa.

Creo recordar – y la memoria no es lo más riguroso históricamente hablando – que al cardenal Newman, san Juan Enrique Newman, le preguntaron en su día, cuando él fue creado cardenal, qué era lo más importante, si ser cardenal o ser santo. Y él respondió, eso creo, que ser santo. Ser cardenal, decía, es algo del mundo. Ser santo, es algo de Dios.

Obviamente no se oponen, necesariamente, Dios y el mundo, pero sí existe una jerarquía. Primero, Dios. Luego, el mundo. Un mundo que ha sido creado por Dios y para Dios, aunque a veces nos empeñemos en que el mundo – que podría ser un jardín – se convierta, por nuestro egoísmo, en una selva.

El papa emérito Benedicto XVI ha escrito un precioso texto con este motivo, el centenario del nacimiento de su predecesor, Juan Pablo II. Es un texto breve, pero espléndido. Benedicto XVI tiene el don de saber combinar profundidad y claridad. No creo que muchos, en la época reciente, superen esta virtud. Tantas veces se disfraza de sublime lo que, simplemente, es confuso.

¿Dios y/o el mundo? Benedicto XVI, evocando a san Juan Pablo II, reflexiona sobre lo que significa ser “santo” y sobre lo que quiere decir ser “magno”: “La palabra «santo» indica la esfera de Dios y la palabra «magno» la dimensión humana”. Ambas son importantes para un cristiano, que es la religión de la Encarnación, del Hijo de Dios hecho hombre.

Leer más... »

14.05.20

Un artículo en la "Revista Española de Teología": La significatividad de la Transfiguración

La “Revista Española de Teología"  LXXX (2020) 33-60 publica un artículo mío titulado “La significatividad de la transfiguración de Jesús".

Creo que puede resultar de interés compartir con los lectores de este blog la conclusión de este ensayo, “La signfificatividad de la transfiguración para nuestra época":

Nos preguntábamos, al comienzo de este trabajo, en qué medida la transfiguración, considerada desde la perspectiva de la Teología fundamental, puede ser especialmente significativa e iluminadora para nuestra época. Creemos que, tras haber considerado las dimensiones histórica, teológica y antropológica de la credibilidad de la transfiguración, este acontecimiento se muestra como enormemente significativo en nuestro contexto vital.

En el cuerpo concreto, histórico, del Señor se refleja la gloria de Dios que le corresponde como Hijo e Imagen del Padre. Esta gloria ha impresionado los sentidos de sus discípulos –de Pedro, Santiago y Juan– y ha supuesto, para ellos y para los demás seguidores de Jesús, un estímulo y un consuelo para que, escuchando y obedeciendo al Maestro, no perdiesen la esperanza ante la aparente desfiguración del Calvario mientras aguardaban, en medio de la zozobra, la claridad nueva de la pascua.

La revelación expresa con singular evidencia en este acontecimiento su carácter sacramental, en el que se unen los gestos y las palabras. La referencia al cuerpo de Jesús como medio de revelación y signo que la confirma, así como el papel de la imagen de Jesús como reflejo de la gloria divina, constituyen elementos que merecen ser considerados en orden a ahondar en la estructura sacramental, concreta, de la fe.

El acontecimiento de la transfiguración de Jesús nos ayuda, pues, a comprender mejor la estructura sacramental de la fe y la sacramentalidad misma como elemento fundamental de todo lo cristiano. En el cuerpo terreno de Jesús se hace visible la gloria de lo eterno para revelar que su muerte es el paso que conduce a la resurrección.

Él es el Hijo, el Verbo encarnado, tanto en el Tabor como en el Calvario. Solo escuchándolo a él la obediencia de la fe será capaz de seguirle en ese peculiar éxodo, sin ceder al desaliento de la desconfianza, sin sucumbir a la tentación de la incredulidad.

Los evangelistas, y también Pedro, han dado fiel testimonio de este acontecimiento. Los apóstoles y discípulos han visto y oído, han palpado con sus manos, al Verbo de la vida. Ellos han creído, a pesar de la desfiguración de la cruz, y han podido reconocer al Resucitado, portador de una luz que fugazmente habían experimentado Pedro, Santiago y Juan en la cumbre de la montaña.

En el cuerpo de Jesús, en su carne, habían visto estos tres apóstoles, alumbrados por un fulgor como de un relámpago, al nuevo Adán, al rey mesías, a aquel que puede quedarse solo, pero que nunca los dejará solos. A aquel cuya luz se hace camino, éxodo. A aquel que es el lugar de la gloria, el auténtico tabernáculo.

En la transfiguración lo divino se revela en lo visible. En la visibilidad de un cuerpo, en la evidencia de la carne de Jesús. Esa carne concreta y ese cuerpo histórico, vulnerable, es la Imagen de Dios y es, asimismo, por ello, la imagen del hombre. Ni Dios está tan lejos ni el hombre está tan perdido en un laberinto del pasado o en las quimeras de un futuro imposible.

Su cuerpo es el espacio perfecto para la manifestación de Dios; es el ámbito de la comunión y de la apertura, de la cercanía que respeta la trascendencia.

Leer más... »

El consuelo de Nuestra Señora de Fátima

La vida resurge paulatinamente. Si de algo tenemos certeza acerca del famoso virus es la convicción de que se sabe muy poco sobre él. Un virus que nos convierte, querámoslo o no, en socráticos, en humildes. No sabemos nada. Los que saben, no saben. Los que no sabemos, lo ignoramos casi todo. Mucho más de lo que nuestra soberbia nos hace creer.

Si no podemos “aprehender”, comprender plenamente, un virus, un simple virus, ¿cómo vamos a aprehender el misterio de Dios? San Anselmo de Aosta – los ingleses dicen de Canterbury – lo supo formular de un modo genial en su “Proslogion”. Dios es “aquel mayor del cual nada puede ser pensado”. Pero no todo era teología negativa, también había teología positiva: “Dios es lo mayor que puede ser pensado”.

Dios nos sitúa ante la nada y el todo. Nos da la medida existencial de las cosas. Nos pone en nuestro sitio. A todos. A la humanidad y a la Iglesia – que es, también,  parte de la humanidad, aunque sea una porción muy singular de la misma - . El misterio de Dios no es solo lo inaccesible para nuestras pretensiones de dominio. No, es también lo que sobrepasa nuestra capacidad de comprensión.

Leer más... »