Día 23. Salud de los enfermos
“Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes” (Isaías 53,4-5).
En latín salus significa tanto salud como salvación. Dios quiere el bien integral del hombre; de su cuerpo y de su alma; su bienestar aquí en la tierra y su salvación eterna. La Salud y la Salvación se identifican con Jesucristo, el Hijo de Dios, el Verbo encarnado “propter nos homines et propter nostram salutem”, por nosotros los hombres y por nuestra salvación, como profesamos en el Credo.
Jesús cura a los enfermos. A algunos les devuelve la salud física, como signo de una liberación más profunda, la sanación del pecado: “los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio” (Mateo 11,5). Y, en todo caso, el Señor abre a quienes padecen una perspectiva nueva, dándoles, con la gracia, la posibilidad de transformar el sentido de la enfermedad; de unirse más íntimamente a su Pasión y a su Cruz a favor de la redención del mundo.
La Virgen, que colaboró con su “sí” a la salvación de los hombres, es invocada por el pueblo cristiano como “Salus Infirmorum”, “Salud de los enfermos”. Ella, visitando a Santa Isabel, nos estimula a atender con solicitud a quien pueda necesitar nuestra ayuda. Contemplando a María, Asunta al cielo, nuestro corazón se llena de esperanza, aguardando el momento final en el que la muerte, el último enemigo, y sus secuelas, sean definitivamente aniquiladas (cf 1 Corintios 15,26).
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