Nuestra Señora del Rosario
“En octubre diré quién soy y lo que quiero”, había anunciado la Virgen María a los videntes de Fátima. Y este anuncio se cumple en la aparición del día 13 de octubre de 1917: “Soy Nuestra Señora del Rosario”; quiero “que continúen siempre rezando el Rosario todos los días”. Las revelaciones privadas, entre las cuales debemos contar las apariciones de Fátima, nos ayudan a vivir más plenamente la revelación definitiva de Cristo en una época de la historia (cf Catecismo 67). ¿En qué medida puede ayudarnos a vivir la fe en nuestro tiempo saber que María se llama a sí misma “Nuestra Señora del Rosario” y saber que Ella nos pide que recemos el Rosario todos los días?
El Papa San Pío V instituyó la fiesta de Nuestra Señora la Virgen del Rosario el 7 de Octubre de 1571, con el nombre de Nuestra Señora de la Victoria, en acción de gracias por la victoria de Lepanto. En 1716, el Papa Clemente XI extendió esta fiesta a toda la Iglesia. El nombre de María está, pues, íntimamente asociado al nombre del “Rosario”. Y esta asociación no es extraña, si tenemos en cuenta que el Rosario es un piadoso ejercicio que ha sido llamado “compendio de todo el Evangelio”. Es decir, María nos lleva al Evangelio, nos ayuda a descubrirlo, a entrar en su misterio, que no es otro que el Misterio de Cristo.