La pureza de Jesús
VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO B
La pureza de Jesús
La impureza es lo contrario a la santidad. Acercarse a lo sagrado, participar en el culto o, simplemente, formar parte de la comunidad santa que es el pueblo de Dios exige la pureza. La triste condición de un leproso, como aquel que se acerca a Jesús (cf Mc 1,40-45), no radica tanto en su enfermedad, considerada en sí misma, cuanto en la condición de impuro que ese mal, la lepra, acarreaba consigo. El contacto con lo impuro, con lo sucio, con lo corrompido, contamina e inhabilita para aproximarse a Dios. El leproso era, por ello, algo más que un enfermo; era un maldito; alguien herido por Dios y separado de todos los hombres. Y aquel hombre, consciente de su segregación, no pide a Jesús ser curado, sino que le pide ser purificado: “Si quieres, puedes limpiarme”.
La actitud de Jesús con relación al leproso revela un cambio de perspectiva. No es el hombre impuro el que puede contaminar a Dios, sino que es Dios el que hace puro al hombre. La pureza que irradia Jesús es la fuerza de la santidad divina; una potencia capaz de limpiar cualquier mancha que ensucie al hombre. Jesús es el Salvador universal y espiritual de todos, que extiende su mano y toca al leproso diciendo: “Quiero: queda limpio”. El gesto físico de tocar al impuro manifiesta que el Señor no emplea sólo el poder de su palabra – que hubiera bastado – sino que también pone en juego su humanidad porque Él quiere salvarnos “no sólo con el poder de su divinidad, sino asimismo mediante el misterio de su encarnación” (STh III 3 ad 2).

Eluana Englaro tenía 38 años y estaba en coma vegetativo desde 1992. Vivía – en coma, pero vivía – en un centro atendido por unas religiosas. A instancias de su padre, y por orden de un Tribunal, la trasladaron a “La Quiete”, una residencia de ancianos de Udine, para “liberarla” del coma y de la vida. La dejaron morir de hambre y de sed, retirándole la sonda nasogástrica mediante la cual recibía el alimento y la hidratación. El caso de Eluana recuerda al de la norteamericana Terry Schiavo. También a esta otra mujer, valiéndose de órdenes judiciales, la destinaron a un fin similar.
Parece que bastantes católicos alemanes se han sublevado contra el Papa por la decisión del Pontífice de readmitir a la plena comunión con la Iglesia a los obispos ordenados por Mons. Lefebvre. Las inoportunas, y disparatadas, declaraciones de uno de esos obispos sobre el holocausto perpetrado por los nazis han herido no sólo a los judíos, sino también a los alemanes, independientemente de su religión.
Nuestra Salud es Jesucristo. San Pedro afirma que “bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos” (Hechos 4, 12).












