3.12.08

Es posible ser monarca y cristiano

El 3 de octubre de 2004 tuve la ocasión de participar, como en muchas otras ocasiones, en la celebración de la Santa Misa presidida por el Papa, entonces Su Santidad Juan Pablo II. En ese domingo, un Papa ya bastante enfermo beatificaba a cinco siervos de Dios; entre ellos, a Carlos de Austria, el último emperador de la Casa de Habsburgo.

En la homilía, el Papa dedicaba las siguientes palabras al nuevo beato: “La tarea fundamental del cristiano consiste en buscar en todo la voluntad de Dios, descubrirla y cumplirla. Carlos de Austria, jefe de Estado y cristiano, afrontó diariamente este desafío. Era amigo de la paz. A sus ojos la guerra era ‘algo horrible’. Asumió el gobierno en medio de la tormenta de la primera guerra mundial, y se esforzó por promover las iniciativas de paz de mi predecesor Benedicto XV. Desde el principio, el emperador Carlos concibió su cargo de soberano como un servicio santo a su pueblo. Su principal aspiración fue seguir la vocación del cristiano a la santidad también en su actividad política. Por eso, para él era importante la asistencia social. Que sea un modelo para todos nosotros, particularmente para aquellos que hoy tienen la responsabilidad política en Europa”.

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Al menos, 112.138 oraciones

Lo triste de los datos del aborto es que suenen, en nuestros oídos y en nuestro corazón, a pura estadística. Los hechos estremecen: Uno de cada cinco embarazos termina en aborto. Y mientras tanto, ¿qué? Por lo que respecta al Gobierno parece que la única preocupación es facilitar aún más el recurso al aborto. El resto de la población, salvo excepciones, parece callar y asentir, como si se tratase de un problema menor.

La gente de buena voluntad, creyentes o no creyentes, no puede quedarse cruzada de brazos. Y, desde luego, los católicos no. Debería elevarse un clamor desde cada Parroquia al cielo para pedir la asistencia divina a fin de convertir los corazones homicidas en corazones misericordiosos y justos.

Hoy es un día triste. Realmente, en lo que atiene al aborto, cada día es un día triste. Propongo, en esta Novena de la Inmaculada, que se rece, al menos, 112.138 veces - ¡mal sea que no queden 112.138 católicos que lo hagan -, la siguiente oración a la Virgen:

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30.11.08

La Virgen María

El tiempo de Adviento es singularmente mariano. A este primer motivo se une la próxima celebración, el día 8 de Diciembre, de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Dos razones poderosas para que, brevemente, nos paremos a reflexionar sobre Santa María.

En la primera mitad del siglo XX conoció un gran apogeo el llamado “movimiento mariano”. En el Congreso Mariológico de Lourdes, celebrado en 1958, se reconocieron dos tendencias en los escritos de los cultivadores de la Mariología: la cristológica y la esclesiotípica, según que los dogmas marianos se considerasen vinculados en primer lugar a Cristo o a la Iglesia.

Eclesiólogos importantes como el Cardenal Journet veían a María como el corazón de la Iglesia. En el Concilio Vaticano II, por una diferencia muy pequeña de votos, se decidió que el documento sobre la Virgen fuese incluido en la Constitución dogmática sobre la Iglesia, en lugar de ser objeto de un texto aparte.

El resultado de los trabajos del Concilio fue el capítulo VIII de la “Lumen gentium”; en el que se aúnan las reflexiones cristológicas y eclesiológicas referidas a Nuestra Señora. Al final del tercer período del Concilio, Pablo VI proclamó a María “Madre de la Iglesia”. El título enlazaba de algún modo con la reflexión de los Santos Padres, que veían a la Virgen como tipo de la Iglesia; como figura excelsa de la Iglesia.

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27.11.08

I Domingo de Adviento: El recuerdo y la esperanza

Textos: Is 63,16b-17.19b,64,2b-7; Sal 79; 1 Cor 1,3-9; Mc 13, 33-37.

En una meditación sobre el Adviento el Card. Ratzinger, hoy Benedicto XVI, escribe que el “Adviento designa justamente la conexión entre memoria y esperanza que el hombre necesita. El Adviento quiere despertar en nosotros el recuerdo propio y el más hondo del corazón: el recuerdo del Dios que se hizo niño. Ese recuerdo sana, ese recuerdo es esperanza” (El resplandor de Dios en nuestro tiempo, 21).

Recordar es traer a la memoria algo. Los profetas, al hacerse portavoces del anhelo del pueblo de Israel por la venida del Mesías, traen a la memoria los beneficios recibidos de Dios: “Jamás oído oyó, ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en él. Sales al encuentro del que practica la justicia y se acuerda de tus caminos. (…) tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero; somos todo obra de tu mano” (cf Is 63-64).

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26.11.08

El Crucificado, patrimonio de la humanidad

Algunos bienes no pertenecen a una sola persona, a una sola familia, a un solo pueblo, a un solo Estado. Algunos bienes, por su relevancia y significación, pertenecen a todos y nadie tiene, en consecuencia, derecho a privar a los seres humanos que vengan en el futuro de su contemplación y disfrute.

Pero no sólo los bienes, también las personas, algunas personas al menos, por la coherencia de su vida, por la pureza de sus ideales, por la capacidad de encarnar lo mejor de los hombres traspasan las fronteras y trascienden los límites de una cultura o de una civilización.

Si nos ceñimos a la época contemporánea, personajes como Mahatma Gandhi, Martin Luther King, Óscar Romero, Dietrich Bonhoeffer o Teresa de Calcuta concitan un consenso casi unánime en el reconocimiento de las gentes. La defensa de la no violencia, de la igualdad de los hombres de diferentes razas, la resistencia frente a los totalitarismos o la compasión por los últimos de los últimos son valores que propician la convergencia, el acuerdo, la alianza entre lo que de más humano subsiste en cada uno de nosotros.

También en otras épocas hay ejemplos de humanidad plena. En este sentido, la UNESCO declaró el 2007 como Año de Mevlana Celaleddin-i Rumi, en recuerdo del célebre poeta y filósofo del sufismo musulmán. Y estoy seguro de que todos los hombres que no hayan perdido la sensibilidad admirarán, aunque no sean cristianos, la obra de San Juan de la Cruz o de Fray Luis de León.

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