La banalización del aborto
“Banalizar” una cosa es convertirla en trivial, en común, en insustancial. El Ministerio de Igualdad, secundando las prioridades del Gobierno, se ha empeñado, buscando el asesoramiento conveniente a sus propósitos, en banalizar el aborto. Abortar es fácil. Abortar es seguro. Abortar es sensato.
Tal perversión del lenguaje constituye un síntoma más de la corrupción no sólo de la política, sino de la misma sociedad. Un país donde un grupo de “especialistas” aconsejan permitir el aborto libre hasta la decimocuarta semana de gestación, o hasta la vigésimo segunda cuando la salud de la madre peligre o el feto presente anomalías, es un país enfermo. Y lo peor es querer revestir la dolencia con la máscara de la normalidad. Tan “normal” resulta interrumpir, de forma provocada, el desarrollo del feto durante el embarazo que el Gobierno se apresura a asegurar que, en ningún caso, habrá penas de prisión para quien aborte. O sea, aun practicado fuera de los supuestos que contemple la ley, el aborto será considerado como una infracción leve, en absoluto merecedor de una reprobación tan grave como la privación de libertad.

El poeta español Pedro Calderón de la Barca saluda a la Virgen Santísima como a la Mujer vestida de sol, de estrellas coronada, de rayos guarnecida, en torno a la cual compiten la tierra y el cielo para tener en Ella “la flor del Sol plantada en el Carmelo”.
El Catecismo nos dice muchas cosas. El Catolicismo tiene vocación de universalidad, de unidad, de coherencia. No se les puede pedir a las personas lo que no sea bueno también para las sociedades y para los Estados.






