27.02.21

La Transfiguración de Jesús: el testimonio de San Marcos

Poco después de profetizar la llegada del reino de Dios en toda su potencia (Mc 9,1), Jesús se transfigura ante tres de sus discípulos - Pedro, Santiago y Juan - “seis días más tarde”, quizá aludiendo a Moisés que ascendió al monte Sinaí después de esperar seis días (Ex 24,16).

También Moisés se “transfiguró” en una montaña y, cuando bajó del Sinaí, su cara brillaba de tal modo que la cubrió con un velo para proteger al pueblo (Ex 34,29-35). No obstante, Marcos no describe como radiante el rostro de Jesús, sino su ropa: “Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo” (Mc 9,3).

Esta vestimenta celestial evoca a Adán[1]. Se pensaba, en ese tiempo, que el mesías recuperaría en el eschaton las vestiduras adámicas. El ropaje de Jesús evoca también la vestidura de los reyes en ocasiones importantes: “Así pues, la deslumbrante vestidura de Jesús es un código pictórico que sugiere su estado como nuevo Adán y rey mesías en camino hacia su entronización”[2].

Jesús conversa con Elías y Moisés; los tres situados en un plano separado de los mortales que miran atónitos. La aparición de estos personajes – de quienes se creía que podían volver a la vida visible justo antes del eschaton - sugiere que la transfiguración es “una anticipación de la ola de gloria divina que estaba a punto de inundar la tierra”[3].

Este acontecimiento anticipa la resurrección; de hecho, en Mc 9,9, así parece darlo a entender Jesús, pues prohibió hablar de lo sucedido “hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos”. Los discípulos experimentan, por tanto, un anticipo de la gloria de la resurrección de Jesús, que apunta hacia la resurrección general de los muertos.

Pedro quiere prolongar la estancia allí y sugiere erigir tres tiendas (Mc 9,5). Las tiendas evocan el tabernáculo, y las tiendas o chozas en las que moraron Moisés y sus seguidores durante su travesía por el desierto. Este modo de vida se rememoraba en la fiesta de los tabernáculos, durante la cual la experiencia de vida en las tiendas se consideraba como un anticipo de la existencia escatológica.

Pero empeñarse en permanecer allí podría ser interpretado como un modo de resistencia a la instrucción de Jesús de tomar la cruz y seguirlo (Mc 8,34), lo que exige bajar del monte de la gloria al valle de la fragilidad, donde Jesús perderá la vida[4].

La sugerencia de Pedro queda sin efecto por dos actos divinos: la aparición de una nube y el eco de una voz. Dios mismo envía su nube gloriosa y protectora que cubre con su sombra y que demuestra que Jesús, como Moisés y Elías, es el Siervo de Dios, cuyo rescate de la muerte está en manos divinas.

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26.02.21

Vacunas

La pandemia que soportamos suscita múltiples interrogantes: ¿Qué pasará con las relaciones humanas? ¿Serán, estas relaciones, el ámbito de la enfermedad o de la sanación? ¿Qué nos une a los otros? ¿Somos individuos aislados o estamos llamados a la comunión? ¿Hasta dónde llega nuestra confianza en la técnica?

Giorgio Agamben ha llegado a escribir sobre “La medicina como religión”. La ciencia se ha convertido en la religión de nuestro tiempo. En la medicina, nos dice, la ciencia es menos “dogmática” y más “pragmática”. En una especie de nuevo dualismo, se contrapone el mal – el virus – al bien – los médicos y la terapia - .

La novedad es que esta lucha entre virus y terapia no se circunscribe ya a los momentos precisos en los que uno se sentía mal y, por ello, acudía al médico. No. Toda nuestra vida, en todas sus manifestaciones y en cada uno de sus minutos, se ve sometida a este combate entre virus y medicina. Un combate supervisado por el poder político, que vigila y sanciona.

No dejan de ser relevantes las preguntas arriba mencionadas y la sospecha que desliza el conocido filósofo italiano. Desde una perspectiva filosófica y teológica merece la pena leer el ensayo coral, multidisciplinar, titulado “Covid-19: Lo humano en cuestión”, editado por José Noriega y Carlos Granados (Didaskalos, Madrid 2020).

Sartre decía que “el infierno son los otros”. Hace un par de días experimenté esa sensación, de ser el infierno, cuando, a la puerta de un quiosco, me apartaba para que el cliente que salía pudiese hacerlo con comodidad. No pensaba yo tanto en la pandemia como en la cortesía cuando de mi ensoñación me despertaron los aspavientos y quejas del cliente ofendido porque mi presencia le resultaba amenazante: “No hay espacio”, “no hay distancia”, profería en una mezcla de grito y de lamento.

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21.02.21

Historia abierta: Las puertas de la catedral de Burgos

“Historia abierta” es un proyecto que tiene como finalidad crear unas nuevas puertas de la catedral de Burgos, una catedral que está a punto de cumplir 800 años. Con buen sentido los impulsores de este proyecto desean “crear una nueva página” para la historia.

Las catedrales son edificios vivos; una suerte de plasmación en piedra, en arte, en belleza, de lo que es la Iglesia en su concreción próxima, en cada diócesis. Cuando casi todo es pasajero y efímero es emocionante comprobar que un edificio, al cabo de ochocientos años, conserva el mismo e idéntico fin: dar culto a Dios.

Hace poco leía una entrevista realizada al nuevo deán de la catedral de Santiago de Compostela, don José Fernández Lago, un excelente canónigo y un buen amigo. Decía a propósito del robo del “Códice Calixtino”: “Se aprendió mucho de aquello”. Y es verdad. De un suceso tan lamentable surgió una serie de iniciativas que han dado nuevo brillo a la catedral compostelana.

Los medios se hicieron eco del robo del códice. A mí no dejó de llamarme la atención el hecho de que desde el siglo XII la catedral compostelana custodió ese códice y, gracias a Dios, lo sigue custodiando.

La catedral de Santiago es una muestra evidente de que los diferentes estilos – románico, renacentista, barroco – pueden confluir para incrementar la belleza de un edificio. No parece sensato excluir el arte contemporáneo de esta contribución. No cualquier manifestación artística, no. Es tan alta la responsabilidad y el honor de aportar algo a un edificio insigne que solo cabe contar con los mejores.

Burgos lo ha hecho. Ha contado –cuenta – con uno de los mejores. Nada menos que con el pintor Antonio López, autor de las puertas para la fachada de Santa María de la catedral, que serán fundidas en bronce.

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20.02.21

Rapsodas de la nada

No salgo de mi asombro al comprobar cómo tantos jóvenes se convierten en soldados y guerrilleros de no se sabe qué causa. Quizá quienes con sus palabras y sus silencios los apoyan y manipulan saben de sobra por qué y para qué. Yo no. Solo siento por estos jóvenes en caída libre hacia el abismo una sincera piedad.

La palabra “cultura”, como todas las palabras, está sometida al juego – rico y variado, como rico y variado es el mundo – de la analogía. Las palabras no suelen ser unívocas – no es frecuente que un solo término tenga un solo significado - , ni equívocas – tampoco es lo más común que una misma palabra signifique cosas completamente distintas -, sino análogas – las palabras significan cosas distintas, pero con cierto parecido entre sí-.

La cultura es, al mismo tiempo, el conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico y el conjunto de modos de vida y costumbres de una época o grupo social. La primera acepción apunta a la cultura como formación, la segunda acepción es más sociológica, la cultura como modo de vida. Pero hay una relación entre ambas acepciones. En cierto modo, mediante la cultura uno se perfecciona a sí mismo y se inserta en la sociedad.

No todo es “cultura”, no todo perfecciona ni todo ayuda a vivir socialmente; es decir, como seres humanos. Tampoco la palabra “arte” es unívoca. Es de lo más análoga, rozando casi con lo equívoco. Se habla de “bellas artes” y de “malas artes” y apenas, entre unas y otras, hay nada en común, más allá de la destreza para ejecutar algo.

En nuestra sociedad se sobrevalora la expresión “mundo de la cultura”, así como la expresión “mundo del arte”. Son conjuntos en los que cabe casi todo; aunque normalmente están poblados por el amplio muestrario de los “famosos”. Uno puede ser famoso por haber hecho una contribución a la ciencia, por cantar bien, por ser un asesino en serie o una estrella de cine. Casi por cualquier cosa.

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15.02.21

La firma de Cristóbal Colón

Luis Pose Regueiro, historiador y sacerdote de la diócesis de Tui-Vigo, ha publicado hace poco un interesante libro titulado “Cristóbal Colón: primer evangelizador de América (Estudio histórico)”. Se trata de un texto que corresponde sustancialmente al elaborado para su tesis de licenciatura defendida en la Facultad de Historia de la Iglesia de la prestigiosa Universidad Gregoriana de Roma. Un buen trabajo.

Un libro novedoso y actual. Actual, porque siempre se habla de Colón – últimamente, al menos en EEUU, para mal, sin real base histórica – y novedoso, porque apenas se había profundizado, hasta ahora, sobre su responsabilidad como evangelizador. Para Pose, “Cristóbal Colón era un hombre profundamente cristiano” cuya fe “fue central en la planificación y ejecución de su expedición”.

Las raíces tudenses de los sacerdotes de esta diócesis son profundas. Inolvidable es el arzobispo Manuel Lago González. Si uno sube hasta la catedral de Tui se encuentra, en la calle Ordóñez, la serena escultura del arzobispo Lago. Sedente, a la sombra de un cruceiro, vestido de obispo y portando un libro en sus manos.

Manuel Lago González (Tui, 1865- Santiago de Compostela, 1925) fue un erudito, un galleguista y un poeta. Periodista y cultivador de la Historia, organizó en Tui los primeros Juegos Florales íntegramente en gallego. Fue canónigo de la catedral de Lugo y uno de los primeros numerarios de la Real Academia Gallega. Obispo de Osma, obispo de Tui y, finalmente, arzobispo de Santiago de Compostela.

Curiosamente, como miembro de la Real Academia de la Historia, Lago González, siendo obispo de Tui, escribió en 1923 una contribución titulada “La firma de Cristóbal Colón”: “Paréceme haber descubierto la verdadera lectura de las siglas que Colón usaba en su firma, y quiero ofrecer las primicias de mi descubrimiento a la Real Academia de la Historia, que hace ya no pocos años se dignó honrarme con el título de Académico Correspondiente”.

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