La Transfiguración de Jesús: el testimonio de San Marcos
Poco después de profetizar la llegada del reino de Dios en toda su potencia (Mc 9,1), Jesús se transfigura ante tres de sus discípulos - Pedro, Santiago y Juan - “seis días más tarde”, quizá aludiendo a Moisés que ascendió al monte Sinaí después de esperar seis días (Ex 24,16).
También Moisés se “transfiguró” en una montaña y, cuando bajó del Sinaí, su cara brillaba de tal modo que la cubrió con un velo para proteger al pueblo (Ex 34,29-35). No obstante, Marcos no describe como radiante el rostro de Jesús, sino su ropa: “Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo” (Mc 9,3).
Esta vestimenta celestial evoca a Adán[1]. Se pensaba, en ese tiempo, que el mesías recuperaría en el eschaton las vestiduras adámicas. El ropaje de Jesús evoca también la vestidura de los reyes en ocasiones importantes: “Así pues, la deslumbrante vestidura de Jesús es un código pictórico que sugiere su estado como nuevo Adán y rey mesías en camino hacia su entronización”[2].
Jesús conversa con Elías y Moisés; los tres situados en un plano separado de los mortales que miran atónitos. La aparición de estos personajes – de quienes se creía que podían volver a la vida visible justo antes del eschaton - sugiere que la transfiguración es “una anticipación de la ola de gloria divina que estaba a punto de inundar la tierra”[3].
Este acontecimiento anticipa la resurrección; de hecho, en Mc 9,9, así parece darlo a entender Jesús, pues prohibió hablar de lo sucedido “hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos”. Los discípulos experimentan, por tanto, un anticipo de la gloria de la resurrección de Jesús, que apunta hacia la resurrección general de los muertos.
Pedro quiere prolongar la estancia allí y sugiere erigir tres tiendas (Mc 9,5). Las tiendas evocan el tabernáculo, y las tiendas o chozas en las que moraron Moisés y sus seguidores durante su travesía por el desierto. Este modo de vida se rememoraba en la fiesta de los tabernáculos, durante la cual la experiencia de vida en las tiendas se consideraba como un anticipo de la existencia escatológica.
Pero empeñarse en permanecer allí podría ser interpretado como un modo de resistencia a la instrucción de Jesús de tomar la cruz y seguirlo (Mc 8,34), lo que exige bajar del monte de la gloria al valle de la fragilidad, donde Jesús perderá la vida[4].
La sugerencia de Pedro queda sin efecto por dos actos divinos: la aparición de una nube y el eco de una voz. Dios mismo envía su nube gloriosa y protectora que cubre con su sombra y que demuestra que Jesús, como Moisés y Elías, es el Siervo de Dios, cuyo rescate de la muerte está en manos divinas.