Sacerdocio y castidad
En mi vida había oído hablar del Padre Alberto Cutié. Hoy protagoniza muchas portadas, parece que por unas fotografías comprometidas con una mujer, de las que han sido testigos – implacables, pero profesionales – los paparazzi. Sí extraña que, siendo famoso – como dicen que es – , el P. Cutié se arriesgase a ser fotografiado por periodistas en una playa de Miami. ¿Imprudencia? ¿Improvisación? ¿Cálculo? El tiempo lo dirá.
La Literatura es pródiga a la hora de imaginar, de novelar, de narrar, aventuras amorosas de sacerdotes. Pensemos en dos ejemplos. El primero, La Regenta, de Leopoldo Alas Clarín, con un personaje tan intrigante como el magistral de Vetusta, D. Fermín de Pas. No es sólo el amor erótico lo que mueve al magistral, sino más bien un afán de posesión, de destacar, de superar sus humildes orígenes, intentado “ser alguien”. De ahí su satisfacción al verse reconocido y respetado: “Era una especie de placer natural, pensaba de Pas, el que sentía comparando sus ilusiones de la infancia con la realidad presente. Si el joven había soñado cosas mucho más altas, su dominio presente parecía la tierra prometida a las cavilaciones de la niñez”.
El otro ejemplo proviene de la novelística en lengua portuguesa, El crimen del padre Amaro, de Eça de Queirós. También en este caso, el sacerdote cede a la voluntad de dominio. Su crimen no es tanto la infidelidad a una promesa, sino, sobre todo, el haber puesto los medios para deshacerse del fruto de su relación con Amélia, la joven de la que se enamora. Ni Clarín ni Eça de Queirós son padres de la Iglesia. Pero la Literatura suele testimoniar algo de la vida. De ahí le viene su fuerza.