29.03.21

Semana Santa

Lunes Santo

“La casa se llenó de la fragancia del perfume”. En Betania, en la casa de los amigos de Jesús, donde el Señor había devuelto a Lázaro a la vida, no le piden a una sierva que lave los pies al huésped. Se ocupa de ello María en persona: “tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera”.

María no se limita a la lavar los pies de Jesús, sino que los perfuma. Con este gesto, María lleva al límite la gratuidad del don, en un exceso de amor que huye de toda cicatería y que cae en el “bendito desperdicio donde se entrevé un corazón agradecido”. La gratitud, como la fragancia, llena toda la casa.

Lo que para unos es “olor de vida”, para otros será “olor de muerte que mata”. En contraste con María, Judas se queja del dispendio, “no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón”.

San Agustín nos anima a ungir los pies de Jesús obrando la justicia, viviendo la fe: “Unge los pies de Jesús viviendo bien; sigue sus huellas; enjúgalas con tus cabellos. Si tienes algo superfluo, dalo a los pobres y habrás enjugado los pies del Señor “. De este modo, el mundo podrá percibir en el testimonio de los cristianos el buen olor de Cristo.

Martes Santo

“Uno de vosotros me va a entregar”. “No cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces”. Jesús “se turbó en su espíritu”, se entristeció por la proximidad de su pasión, por la traición de Judas y por la próxima negación de Pedro.

“Jesús se encuentra con la majestad de la muerte y es tocado por el poder de las tinieblas, un poder que Él tiene la misión de combatir y vencer”. En Jesús se cumple la Escritura; tiene que padecer hasta el final, experimentando incluso la incomprensión y la infidelidad de los suyos, de sus más cercanos amigos.

“En aquella hora, Jesús ha tomado sobre sus hombros la traición de todos los tiempos, el sufrimiento de todas las épocas por el ser traicionado, soportando así hasta el fondo las miserias de la historia”, escribe Benedicto XVI.

Judas sale para entrar en la noche, se marcha de la luz hacia la oscuridad, porque el poder de las tinieblas se había apoderado de él. Pedro, que quiere seguir a Jesús antes de estar preparado, terminará negándolo. Aunque, a diferencia de Judas, se arrepentirá de sus negaciones y seguirá “más tarde” al Señor con su propia muerte martirial.

Con la Iglesia, cada uno de nosotros puede aclamar a Cristo: “Salve, Rey nuestro, obediente al Padre; fuiste llevado a la crucifixión, como manso cordero a la matanza”.

Miércoles Santo

“El Hijo del hombre se va como está escrito; pero ¡ay de aquel por quien es entregado!”.  Judas decide entregar a Jesús, ponerlo en manos de los sumos sacerdotes. Estos aceptan la oferta y le pagan con treinta monedas de plata. Se suele creer que se trata de una cantidad pequeña de dinero. Se cumple así la Escritura, que en el libro del profeta Zacarías dice: “Y contaron mi salario: treinta monedas de plata”.

Comienza la fiesta de la Pascua y la entrega de Jesús. El Señor conoce perfectamente los sucesos de su inminente destino y, en cierto modo, también los dirige, en la conciencia de que su tiempo “está cerca”. Al atardecer, mientras comían, Jesús desvela quién lo va a entregar.

“¿Soy yo acaso, Señor?” pregunta cada uno de los discípulos. Un interrogante que podemos dirigirnos a nosotros mismos: ¿En qué medida, con nuestra actuación o con nuestra pasividad permitimos que Jesús sea entregado?

Todo lo que sucede es conforme a las Escrituras; sin embargo, las personas que intervienen en contra de Jesús optan libremente y son culpables de sus traiciones. También nosotros, siempre que obramos mal, aunque podemos tener la certeza de que el Señor se compadece de nuestros errores y está dispuesto a perdonarnos.

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27.03.21

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor

El Domingo de Ramos en la Pasión del Señor abre la Semana Santa, la celebración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. En la Liturgia de este domingo se unen la memoria de la entrada de Cristo en Jerusalén, donde fue aclamado como Rey y como Mesías, y el anuncio del misterio de su Pasión. Cristo es el “Hijo de David”, saludado como “el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel”, y el siervo doliente, profetizado por Isaías, aquel que no ocultó “el rostro a insultos y salivazos” (cf Isaías 50, 4-7).

La Iglesia nos invita a contemplar el anonadamiento del Salvador, que se hace hombre, y que muere en la cruz: “se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”, escribe San Pablo (cf Filipenses 2, 6-11). Su muerte es ejemplo supremo de humildad y obediencia. Frente a Adán, que siendo hombre ambicionó ser Dios, Jesucristo, siendo Dios, “se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos”.

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23.03.21

Una meditación sobre la Penitencia

Meditación dirigida al clero de la diócesis de Tui-Vigo

Seminario Mayor de Vigo, 23.3.2021

 

  1. La Penitencia, el ámbito de la máxima personalización de lo cristiano

Siempre es oportuno recordar a san Telmo y reparar en el núcleo de su método evangelizador y misionero: La predicación, el anuncio de la palabra de Dios que juzga y salva, y la atención a cada uno en el sacramento de la Penitencia, expresión de la máxima personalización de lo cristiano.

Como fieles cristianos, y como pastores de la Iglesia, queremos escuchar la Palabra de Dios, dejarnos conmover por ella y encaminarnos a la Penitencia, entendida como virtud y como sacramento.

El tiempo cuaresmal es un proceso de “peregrinación interior hacia Aquel que es la fuente de la misericordia”[1]. La Cuaresma es un camino, un itinerario, cuya meta es Dios, de quien brota la misericordia. El profeta Joel llama – lo escuchábamos al comienzo de la Cuaresma - a esta peregrinación; a la conversión: Ahora…. “convertíos al Señor vuestro Dios, un Dios compasivo y misericordioso” (Jl 2,13).

Caminar hacia Dios supone reconocer nuestro pecado. Como decía Pascal: “nosotros no podemos conocer bien a Dios más que conociendo nuestras iniquidades”[2]. Y añadía: “es igualmente peligroso al hombre conocer a Dios sin conocer su miseria y conocer su miseria sin conocer a Dios”[3]. Algo similar encontramos en el maravilloso Salmo 50: “yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado”, “misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa”.

En esta peregrinación, Dios nos acompaña a través del desierto de nuestra pobreza, sosteniéndonos en el camino con la intensa alegría de la Pascua. En la desolación de nuestra miseria, de nuestra soledad; en el desierto de la oscuridad, donde ya no parece haber lugar para la esperanza, Dios se hace presente.

No permite, por su bondad, que triunfe sobre nuestra alma la tentación de la falta de esperanza, la angustia de pensar que la Iglesia de Cristo parezca abocada a su final en la tierra, a un viernes santo sin mañana de gloria. La misericordia de Dios, que pone un límite al mal, pone freno también a nuestra desesperanza.

La Cuaresma es peregrinación y es, asimismo, combate espiritual contra el mayor enemigo, contra Satanás, y contra el pecado. El ayuno y la abstinencia son expresiones, gestos, que simbolizan la verdadera abstinencia, que es la de evitar el pecado, tanto mortal como venial. Se trata de un combate sin pausa, librado con las “armas” de la oración, el ayuno y la limosna, de las que nos habla el Señor.

Es una lucha también contra la desesperación, contra el pobre balance de nuestra vida: ¡Tantas “Cuaresmas” vividas y qué pocos frutos, qué poca conversión, cuánto hay de malo y de peor todavía en nuestra alma! Frente a la desesperación, Pascal pone en labios de Jesús unas palabras consoladoras que nos pueden servir para no cejar en el empeño de la conversión: “Tu conversión es cosa mía; no temas y reza con confianza”[4].

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19.03.21

La eutanasia, un retroceso moral

La aprobación de la ley de la eutanasia no es una buena noticia. No se trata de un avance ético, sino de un retroceso muy significativo en el plano moral. Estamos todavía inmersos en una terrible pandemia que ha llevado a la muerte a muchos ancianos y a otras personas especialmente vulnerables. Tiene algo de siniestro - de obsceno - que, en estas circunstancias, se proponga la eutanasia como respuesta al dolor y al sufrimiento.

El Comité de Bioética de España advirtió en su día que “legalizar la eutanasia y/o el auxilio al suicidio supone iniciar un camino de desvalor de la protección de la vida humana cuyas fronteras son harto difíciles de prever, como la experiencia de nuestro entorno nos muestra”.

No se combate el sufrimiento con la muerte, sino con la universalización de los cuidados paliativos, con el apoyo socio-sanitario, con la ayuda a la discapacidad, con una ética del cuidado, de la responsabilidad, de la reciprocidad y de la solidaridad intergeneracional.

La aprobación de la ley de la eutanasia, según la cual este recurso se ofrecerá como una prestación más del sistema de salud, supone un paso grave hacia la consolidación de una cultura de la muerte y del descarte que, a la larga, terminará deshumanizándonos y creando desconfianza en la relación que vincula a los pacientes con los médicos.

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6.03.21

1.066 milagros

Parece ser que en el curso 2020-2021 se registraron 1.066 seminaristas mayores en España. Muchos me parecen. Creo que se trata de un auténtico milagro. Cada vocación al sacerdocio es, al menos en nuestro entorno, realmente milagrosa.

Maurice Blondel sostenía que la significación última de los milagros era mostrar la presencia de lo divino en todas partes. El verdadero milagro es Cristo que muere en la cruz; un signo “a la vez notorio y misterioso, discreto y apremiante”. Un signo dirigido a las almas bien dispuestas a recibirlo:

“Si no se tratase más que de ver – y de ver los milagros – para creer, los testigos del Calvario serían lógicos reclamando el signo prometido: ‘¡Sálvate a ti mismo, repara tu templo!’. Pero no; Dios no responde a las intimidaciones de la curiosidad, de la lógica, del sentido común, de la vulgaridad moral. Su signo, siempre a la vez notorio y misterioso, discreto y apremiante, se dirige a las almas en búsqueda, a las que se preparan o se abren a la paradoja del camino de la vida a través de la muerte y la cruz, a aquellas que, en el mismo Calvario, en medio de la ruina sensible y el desmoronamiento de las esperanzas carnales, sienten la divina belleza de la paciencia, del sacrificio, del eterno Espíritu”.

El gran signo es notorio y misterioso a la vez. Un signo que pide ser descifrado por las almas bien dispuestas. En definitiva, todas las buenas razones son necesarias para que la fe sea razonable. Pero todas las buenas razones juntas no dispensan al creyente de creer. La fe no es la razón, no se reduce a ella, pero la fe es siempre razonable, conforme a la razón y socialmente responsable.

Pero estábamos hablando de vocaciones al sacerdocio, de seminaristas. Por una gracia inmerecida – y toda gracia lo es – llevo ya muchos años dedicándome a la docencia de materias filosóficas y teológicas dirigidas a los candidatos al sacerdocio, a los seminaristas. Puedo asegurar que es casi imposible, para un profesor, soñar mejores alumnos. Los hay más aplicados y menos. Más estudiosos y menos. Pero todos ellos, creo que sin excepción, están enormemente interesados en formarse y en capacitarse para ejercer con competencia su posible/futuro ministerio.

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