5.11.21

Ayudar a la Iglesia en sus necesidades. Un artículo de mons. Cuevas

Leo en “Atlántico Diario” un interesante artículo de monseñor Cuevas sobre el Día de la Iglesia Diocesana titulado “Ayudar a la Iglesia en sus necesidades”.

Dice, mons. Cuevas, que los cinco mandamientos de la Iglesia “se proponen como los marcadores personales del mínimo vital cristiano”. Tiene razón, objetivamente. Pero tal como están las cosas, uno tiende a pensar que esos “marcadores” son, en el presente, casi indicios de santidad. Es muy probable que los que ya tenemos una edad avanzada estemos mal acostumbrados. Lo que ayer era un mínimo, hoy es casi un mérito digno de mención.

Realmente, la fe ha sido casi siempre una excepción. Lo habitual, de un modo o de otro, ha sido – quizá - no creer, o creer aparentemente, o creer como si no se creyese. No debemos olvidar que la fe era, es y será una virtud “sobrenatural”, algo que viene de Dios y que no brota espontáneamente de uno mismo, aunque esa virtud sea plenamente conforme a nuestra condición de seres racionales y libres.

Añade mons. Cuevas: “esa familia de la que forman parte todos los bautizados, aunque sus fines sean espirituales, tiene como toda asociación humana, necesidad de medios materiales”. Es evidente que es así. Los católicos deberíamos repasar muy a menudo los concilios cristológicos de la Iglesia antigua, en los que poco a poco se fue explicitando la fe testimoniada en la Escritura.

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21.10.21

Manso y humilde de corazón

Jesús agradece a Dios su revelación a los pequeños e invita a todos los oprimidos a seguirlo.

Lo que es ocultado a los sabios y entendidos, es dado a conocer a los pequeños, quienes, de este modo, participan del mutuo conocimiento del Padre y del Hijo: “nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo de lo quiera revelar”.

Algo similar leemos en el libro del Eclesiástico: “grande es el poder del Señor y es glorificado por los humildes” (Eclo 3,30). Necesitamos situarnos en la senda de la humildad y del discipulado para poder aprender de Jesús, el Hijo de Dios. Frente a los sabios e inteligentes, a los escribas y a los maestros de la Ley, el Señor prefiere, como destinatarios de su revelación, a los simples creyentes, humildes y piadosos; a los excluidos y despreciados.

En cualquier campo del saber se requiere la humildad para poder aprender. Un simple virus ha detenido la marcha del mundo y los grandes sabios han reconocido que apenas sabían nada de él, o muy poco. Un fenómeno de la naturaleza, como un volcán, desafía con su imprevisibilidad los conocimientos de los expertos.

¡Cuánto más acontece en los misterios que rodean al hombre! ¿Qué sabemos nosotros del enigma del dolor y de la muerte? Fuera del Evangelio, lejos de la enseñanza de Cristo, ese enigma nos abruma: “¿cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte?, ¿qué seguirá después de esta vida terrena?”.

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15.10.21

José Fernández Lago, “El apóstol Santiago”

José Fernández Lago es el deán de la catedral de Santiago de Compostela. Licenciado en Sagrada Escritura y doctor en Teología por la PUG de Roma, es un prolífico autor, tanto de obras de investigación bíblico-teológica como de libros de divulgación y de piedad popular.

En el texto que reseñamos, “El apóstol Santiago: amigo, discípulo y testigo de Jesús” (Santiago 2021, ISBN: 978-84-09-31049-4, 185 páginas), constituye una muestra de la combinación de rigor de fondo y de claridad expositiva y divulgativa a la hora de ofrecer “al público general, y de un modo realmente cercano, prácticamente un compendio de los temas que podemos calificar como jacobeos en el Año Santo Jubilar Compostelano; y haberlo conseguido de modo tan oportuno, cuidado, riguroso y accesible”, tal como escribe en el “prólogo” el canónigo compostelano Daniel C. Lorenzo Santos.

El libro está articulado en once capítulos, todos ellos breves: I. Santiago: amigo, discípulo y testigo de Jesús. II. Santiago de Zebedeo, llamado por Cristo, III. Santiago, Apóstol en tierra de gentiles. IV. Muerte y sepultura de Santiago. V. El Jubileo Compostelano y sus precedentes. VI. La Peregrinación a Santiago. VII. La acogida en Santiago. VIII. Peregrinación en tiempos de pandemia. IX. El edificio de la Catedral de Santiago de Compostela. X. El Pórtico de la Gloria, joya terrena de la Catedral. XI. El Museo de la Catedral.

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12.10.21

Fe, subjetividad, sensibilidad

Hace ya mucho tiempo que reflexiono sobre la fe. A mi modo de ver, es el tema fundamental: “Creer o no creer”. No me refiero a creer en cualquier cosa, sino, específicamente, a creer en Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre.

Lo debates centrados en el binomio fe-razón siguen siendo procedentes, pero se han quedado un poco anticuados. El hombre no es solo razón. El hombre, el sujeto creyente, en este mundo terreno, es un espíritu encarnado. Es razón y voluntad, razón y pasión, cuerpo y alma. Es todo eso en la unidad de lo humano.

La apologética, la argumentación en favor de la fe, falla si olvida al sujeto; al destinatario de la revelación cristiana. Lo supo expresar muy bien el filósofo Maurice Blondel: “No nos cansamos de repetir argumentos conocidos, de ofrecer un objeto, mientras que es el sujeto quien no está dispuesto. No es nunca del lado de la verdad divina, sino del lado de la preparación humana, donde se halla la diferencia y donde el esfuerzo de la demostración debe realizarse”.

El que está llamado a creer, en este mundo, es el ser humano. Un sujeto que sintetiza los datos objetivos. El problema del hombre, la cuestión del sentido de la vida, es el camino que Dios ha elegido para revelarse, para darse a conocer; es el camino de la Encarnación: “el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (GS 22).

La fe es, desde la perspectiva humana, la principal opción de la libertad. Vivir humanamente es optar. Y creer es ejercitar hasta el fondo esta posibilidad, escogiendo el amor a Cristo y a los hermanos como la finalidad verdadera y última de la propia vida. Creer es optar; creer es ser libre; creer es llevar a plenitud la propia humanidad.

El sujeto ha de estar dispuesto. Y el sujeto es cuerpo y alma. Es lo visible y lo invisible. Joseph Ratzinger dice que “el hombre debe poner el pie en la ‘escala’ del cuerpo, para encontrar en ella el camino al que la fe lo invita”. Y hablar del cuerpo es hablar de la sensibilidad, del corazón. Decía Saint Exupéry: “Solo se ve bien con el corazón”.

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10.10.21

Bachata y puritanismo

Parece que ha habido un cierto revuelo motivado por el hecho de haber grabado unas secuencias de un vídeo promocional de una canción en algunas estancias de la más destacada catedral de España.

La canción, y el baile correspondiente, entran dentro del género de lo que se denomina “bachata”, un canto popular dominicano de origen africano. Un canto, y un baile, que festejan lo sensual y lo erótico, que no dejan de ser, con sus luces y sombras, dimensiones de lo humano y del amor.

El catolicismo no tiene nada de puritano. El puritanismo se caracterizó por ser un movimiento anticatólico y por defender una rigidez moral extrema en la conducta y en las costumbres.

El puritanismo moderno añade a su significado originario la nota grave de la hipocresía. Grandes puritanos pueden ser, en su vida privada, en sus sueños ocultos, grandes depravados. No importa, si no trasciende, si no se sabe.

El catolicismo no es puritano porque cree en la Encarnación: El Hijo de Dios se hizo hombre. Lo que vincula a Dios con el hombre no es una palabra etérea, sino una Palabra encarnada, capaz de hacerse semejante a nosotros en todo, menos en el pecado. Pero tampoco el abismo del pecado pudo disuadir a Dios en su voluntad salvífica: el que no conocía el pecado asumió en carne propia la distancia que acarrea el pecado. La asumió para vencerla.

No es católica la rigidez moral extrema en nada. Ni en la conducta, ni en las costumbres, ni en los juicios. Uno puede equivocarse, sobre todo en un juicio práctico, ordenado a una decisión práctica. Quizá las premisas teóricas sean correctas, pero la concreción práctica puede resultar errónea.

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