17.03.10

Un nuevo libro: Treinta y un días de Mayo

Como la editorial CCS ya lo anuncia, pongo en conocimiento de los lectores del blog la próxima publicación del libro:

TREINTA Y UN DIAS DE MAYO
Para vivir el mes de María
Guillermo Juan Morado
ISBN 978-84-9842-5796 Formato: 12,5x19,5 cm. 136 págs.

El pueblo cristiano ha dedicado a la Virgen el mes de mayo. Es un gesto de cariño. Los treinta y un días de mayo son otras tantas exultaciones de la grandeza de Dios, de las maravillas que obró en favor nuestro. Y por ello es el mes de María, aquella en la que de modo más resplandeciente brilla la belleza de la salvación.

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14.03.10

El deseo y la concupiscencia

Desear no es malo. Gracias al deseo aspiramos a conocer, a poseer o a disfrutar los bienes. Agrandar el deseo es aumentar nuestra capacidad de recepción. Un deseo infinitamente dilatado se convierte así en la mejor manera de abrir el espíritu a Dios, el Bien Supremo.

Si es en exceso vehemente, impetuoso, irreflexivo, si contraría a la razón, entonces el deseo se vuelve peligroso. Se parece, en este caso, a lo que el vocabulario cristiano llama “concupiscencia”, el deseo de los bienes terrenos o el apetito de los placeres deshonestos.

La concupiscencia, como tal, no es pecado, pero inclina al pecado, al desorden. San Juan nos habla de tres tipos de concupiscencia: la de la carne, la de los ojos, la del espíritu. La “carne”, si se resiste al “espíritu”, puede ser motivo de las tentaciones más bajas. Los ojos pueden dejarse deslumbrar más de la cuenta por los bienes materiales. Y el espíritu puede ser seducido por el canto de sirena de la soberbia o de una exagerada independencia.

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13.03.10

Gracias, Miguel Delibes

Le he pedido a Flavia un texto sobre Miguel Delibes. Lo publico en este post a modo de homenaje a un literato excelso que fue, también, un buen hombre y un buen cristiano.

MIGUEL DELIBES (escrito por Flavia)

Nos ha dejado un vallisoletano egregio, humanista cristiano y escritor universalmente conocido, novelista emblemático de Valladolid, donde se ambientaban, en gran parte, sus novelas.

Miguel Delibes ha sido maestro de periodistas, académico de la Lengua y escritor premiado con los máximos galardones de las letras españolas, tales como: premio de la Crítica con “Las ratas“ (1962), premio Príncipe de Asturias (1982, compartido con Gonzalo Torrente Ballester), premio Cervantes (1993), considerado el Nóbel de las letras españolas. Consigue en dos ocasiones el premio Nacional de Literatura: por “ Diario de un cazador “ ( 1955 ), y por “ El hereje “ (1998 ), cuya primera edición se agotó a las pocas horas de aparecer.

Sus excepcionales dotes de narrador, talentos que había recibido de Dios, los puso al servicio de la verdad, en sus novelas. No miró a otro lado ante los problemas diarios; muy al contrario, su seguro dominio del idioma y su facilidad para retratar tipos y ambientes los ofreció al servicio del humanismo cristiano. Porque, en efecto, la crítica considera a Delibes uno de los mejores representantes del humanismo cristiano en toda su exigencia. Citemos algunas obras como ejemplo: preocupación por el mundo de los niños (“ El príncipe destronado"), por la soledad de muchos jubilados ( “La hoja roja“ ), la necesaria promoción de la mujer (“Cinco horas con Mario“ ), las desastrosas consecuencias de la mala educación en el seno de la familia (“Mi idolatrado hijo Sisí “), pero podríamos citar, uno a uno, todos sus títulos y ver cómo en cada obra, Delibes sabe analizar un hondo problema humano.

Y lo hace sin buenismos fáciles, sin ofrecer soluciones etiquetadas, muy al contrario: deja ver su simpatía por los débiles, los que sufren, por el mundo rural (¿cómo no recordar ahora su excepcional novela “ Los santos inocentes”?). Es muy importante para él no perder la esperanza y así lo refleja hasta en el título de una novela: “Aún es de día“. Pocos estudiantes de bachillerato desconocerán “ El camino “, con personajes inolvidables y entrañables, como Daniel El Mochuelo, Roque El Moñigo, y Germán El Tiñoso.

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Bodas de Oro en el Seminario

farodevigo.es » Gran Vigo

Bodas de Oro en el Seminario

Celebra su medio siglo de existencia con una exposición innovadora sobre plástica religiosa




Retrato de los seminaristas - La composición, realizada por Santiago Vega, muestra una proyección de los actuales seminaristas y sobre sus rostros, como un tatuaje, imágenes de los doce apóstoles. Joel Martínez

El Seminario Mayor San José celebra sus Bodas de Oro y, entre otros actos, lo hace con una exposición que tiene como lema el de su escudo: FIERI, que significa “Hacerse” y ofrece una visión renovadora de la plástica de temática religiosa que abarca desde piezas barrocas hasta las últimas tendencias artísticas. El abanico va desde fotografías del edificio en construcción o carteles de los años sesenta, hasta un montaje audiovisual con los actuales seminaristas. La Diócesis celebra los 50 años de la denominación Tui- Vigo, de la Concatedral y el bicentenario de la procesión del Cristo.

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12.03.10

La parábola de la reconciliación

Homilía. IV Domingo de Cuaresma. Ciclo C

El evangelio de San Lucas ofrece, en el capítulo 15, tres parábolas de la misericordia: la oveja perdida, la dracma perdida y el hijo pródigo. San Ambrosio señala, en las tres parábolas, una misma finalidad: “para que estimulados por estos tres remedios curemos las heridas de nuestra alma”. Jesucristo es el pastor que carga con cada uno de nosotros sobre sus hombros; la Iglesia es la mujer que enciende la luz y barre la casa hasta encontrar la dracma perdida; y Dios es el padre siempre dispuesto a que nos reconciliemos con Él. “Dios mismo – escribe San Pablo – estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados” (2 Cor 5,19).

Dios es el padre misericordioso que no teme repartirnos los bienes que nos tocan en herencia: la razón y la libertad. Podemos emplear estos dones como un cauce para adherirnos sin coacciones a nuestro Creador o como un pretexto para ensayar una vía alternativa. De nosotros depende optar por nosotros mismos, despreciando a Dios, o bien elegir nuestro auténtico fin, que consiste en vivir como hijos de Dios. Si preferimos edificar nuestra existencia al margen de Dios, no tenemos derecho a atribuirle a Él nuestros fracasos. Sin Dios, el hombre corre el riesgo de dilapidar su fortuna, de verse reducido a la condición de un mero animal, envidioso de la suerte de los cerdos que tienen algarrobas a su alcance.

La parábola ilustra, en buena medida, la suerte de un mundo edificado sobre el olvido de Dios. Cuando el mundo se olvida de Dios, en la tierra se abre el infierno, y el hombre – o el Estado – usurpa a Dios “el derecho de decidir lo que es bueno y lo que es malo, de dar la vida y la muerte”. En efecto, “hay filosofías e ideologías, pero también cada vez más modos de pensar y de actuar que exaltan la libertad como único principio del hombre, en alternativa a Dios, y de ese modo transforman al hombre en un dios, pero es un dios equivocado, que hace de la arbitrariedad su sistema de conducta”, ha recordado Benedicto XVI.

Conviene cultivar la memoria del amor. Por grande que llegue a ser nuestra lejanía de la casa del padre, si, en algún momento de nuestra vida, hemos experimentado el amor de Dios sentiremos la nostalgia de volver a Él, de sustituir el vacío de la distancia por la riqueza de la proximidad. Es el recuerdo el que hace recapacitar al hijo pródigo de la parábola. La experiencia cristiana nos impulsa a almacenar recuerdos, a incrementar la memoria de los hijos, a desear el mejor vestido, el anillo y el banquete de fiesta.

La casa de Dios es la Iglesia: “El mejor vestido, el anillo y el banquete de fiesta son símbolos de esa vida nueva, pura, digna, llena de alegría que es la vida del hombre que vuelve a Dios y al seno de su familia, que es la Iglesia” (Catecismo, 1439). La fe nos dice que la reconciliación con Dios es inseparable de la reconciliación con la Iglesia:

“Ir al padre quiere decir entrar en la Iglesia por la fe, en donde ya puede hacerse una confesión legítima y provechosa de los pecados”, escribía San Agustín. La memoria del amor de Dios, de su paternidad, debe suscitar en nosotros la añoranza de volver a estar en la Iglesia.

Guillermo Juan Morado.