13.06.10

"Había estado" (escrito por Norberto)

Había estado, desde el amanecer y ya era mediodía, calafateando su nueva embarcación, una pequeña chalupa de una vela, poco más que un bote, pero el hombre quería que fuera marinera, él, que era un marengo de segunda, pues las calas de Agrigento, bien conocidas en sus años infantiles, merecían el esfuerzo.

Interrumpió la tarea y se recostó a babor, buscando la sombra, apoyando la espalda en su embarcación en ciernes. Sacó de su bolsa de costado, muy parecida, a simple vista, a las que usaban los soldados, una hogaza de pan de centeno que cortó a rebanadas, tres, tomándolas de una en una, las untó, sucesivamente, con garum la primera, que cubrió con la segunda , en cuyo dorso roció, cuidadosamente, aceite de oliva, y por último cubrió a ésta con una tercera rebanada, de tal manera que el pan recuperó su forma original, pero con unos rellenos que despertaron, aun más , el apetito de nuestro calafate; el postre, ese día, fue un trozo de queso de cabra producto del trueque con un vecino. El trago de vino que dio fin al almuerzo, procedía de una vasija, que, enterrada en la arena del rebalaje, proporcionó fresca bebida al comensal, que chascó la lengua contra el paladar dada la satisfacción que le produjo, pues él mismo lo había elaborado.

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12.06.10

Amor y perdón

Homilía para el Domingo XI del Tiempo Ordinario (Ciclo C)

Jesús no es solamente un maestro, ni solamente un profeta. Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre. En Él, en toda su figura, en sus palabras y en sus obras, nos sale al encuentro el amor de Dios; un amor siempre dispuesto a la misericordia y al perdón. San Pablo se dejó atraer por el amor de Cristo hasta el punto de decir: “Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”, “vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí” (Ga 2, 20).

San Pablo describe de este modo la experiencia de la fe y del Bautismo. Por la fe, nos adherimos a Cristo y así Él vive en nosotros y nosotros en Él. En el Bautismo, explicaba Benedicto XVI a propósito de estas palabras de San Pablo, “se me quita el propio yo y es insertado en un nuevo sujeto más grande. Así, pues, está de nuevo mi yo, pero precisamente transformado, bruñido, abierto por la inserción en el otro, en el que adquiere su nuevo espacio de existencia” (15.IV.2006).

La existencia nueva que la adhesión a Cristo hace posible implica una lucha continua contra el pecado, que es lo único que nos puede separar de Él, y que, separándonos de Él, acorta las perspectivas de nuestra vida, nos reduce al horizonte estrecho de un yo egoísta.

El movimiento de conversión tiene como principal motor el amor a Dios. La mujer pecadora que va al encuentro de Jesús se deja mover por el amor. El relato de San Lucas abunda en verbos, que expresan las acciones que el amor suscita en aquella mujer: se entera de donde está Jesús, va a la casa de un fariseo con un frasco de perfume, se coloca junto a los pies del Señor, llora, riega los pies de Jesús con sus lágrimas, los enjuga con sus cabellos, los cubre de besos, los unge con el perfume… (cf Lc 7,36-8,3).

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La homilía del Papa: Un intento de esquematización

Los esquemas son útiles y, a la vez, peligrosos. Resumir un escrito, atendiendo a sus líneas o caracteres más significativos, es, de algún modo, reducir a simplicidad lo que es múltiple y variado. El esquema, como un mapa, no sustituye el paisaje original, no puede dar cuenta de su variedad, de sus matices, de sus contrastes. Como máximo, proporciona una guía, un plan, unas coordenadas básicas.

Esquematizar el pensamiento del Papa, expresado en una homilía tan rica, y de tantos niveles de lectura e interpretación, como la que ha pronunciado en la clausura del Año Sacerdotal, es algo así como reducir la belleza de un cuerpo bello a la radiografía de un esqueleto. No obstante, asumo el riesgo. A mí me ayuda el esquema, quizá a otros también. Con una sola condición: No confundir el original con la copia, la vida con el concepto, la realidad con el argumento.

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11.06.10

El amor desbordado

Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús (Ciclo C).

La solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús nos invita a reconocer la magnitud del amor de Dios a los hombres; un amor manifestado en Cristo. De todas las “definiciones” que nos proporciona la Escritura sobre Dios, la más profunda es, seguramente, la del apóstol San Juan: “Dios es amor” (1 Jn 4,8.16). Dios es, a la vez, plena autoposesión y plena donación; su perfección se identifica con su amor.

Dios es el amor, la donación, la entrega recíproca del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. En Dios, el amor une y distingue. La esencia divina es el amor, pero ese amor, siendo único, es amor paternal en el Padre, amor filial en el Hijo, amor de comunión en el Espíritu Santo.

El amor de Dios no ha permanecido oculto ni ha querido contenerse en la esfera intra-divina, sino que se ha desbordado en la creación y en la historia. Dios, movido por su celo, nos busca a cada uno como el pastor sigue el rastro de sus ovejas. Nos busca para librarnos de la dispersión y de la oscuridad, para apacentarnos como es debido (cf Ez 34, 11-16).

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La oración del Papa Benedicto

En la bellísima homilía pronunciada en la Santa Misa de la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, en la clausura del Año Sacerdotal, el Papa no solamente ha explicado la doctrina católica sobre el sacerdocio - relacionándolo con el Corazón de Cristo - , sino que, por momentos, se ha dirigido, no a los fieles que lo escuchaban, sino a Dios mismo. Es, por consiguiente, una homilía que contiene pasajes de oración directa. He querido seleccionarlos para este post, invitando a todos a una lectura pausada del texto en su totalidad.

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