21.06.10

Hijos

He vivido dos experiencias que tienen que ver con el sentimiento de los padres hacia sus hijos. Una de ellas, alegre; la otra, a la vez triste y esperanzada.

La primera es la noticia del nacimiento de un niño. Sus padres son muy jóvenes, un matrimonio al que, en parte en broma, le dije alguna vez que, con su sola presencia en Misa, hacían bajar la media de edad de los 90 años a los 89.

La noticia me la ha dado el abuelo: “Mi hijo ya es padre”. Luego, he podido felicitar al hijo convertido en padre. Estaba radiante y venía ya, a los dos o tres días del nacimiento de su bebé, a concertar el día y la hora del Bautismo. Algo que me alegra, porque últimamente tienden, no sé por qué, a dilatar indebidamente la recepción de este sacramento. Ya han escogido el nombre, quiénes serán los padrinos… Todo. A la reciente madre no la he visto, pero sé que está bien.

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20.06.10

Una Primera Comunión

En mi parroquia, hemos celebrado hoy la primera comunión de un niño que, por razones que no vienen al caso, no había podido hacerla, junto con sus compañeros, en la fecha prevista.

Es una gran responsabilidad para la parroquia “gestionar” todo lo que tiene que ver con la iniciación cristiana. Pero es una responsabilidad subsidiaria, de suplencia, de ayuda a una responsabilidad principal.

Ante todo, de los padres, que son los “procreadores” de sus hijos y sus primeros educadores, también en el ámbito religioso. Y, de algún modo, subsidiaria con relación a la totalidad de la Iglesia.

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19.06.10

El Primogénito traspasado

Homilía para el XII Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo C)

“Me mirarán a mí, a quien traspasaron”, dice el profeta Zacarías. Jesús, en la Cruz, es la fuente de la gracia y de la clemencia (cf Za 12,10-11;13,1). Esta imagen del Mesías, traspasado por la lanza que abrió su costado, nos habla de la misericordia de Dios, de su clemencia con Israel, con todos los hombres y, particularmente, con los pecadores.

La misión y la identidad de Jesús no pueden ser comprendidas prescindiendo de su pasión y de su muerte. Él no es sólo un profeta, alguien que habla de parte de Dios: “El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día” (Lc 9,22). Su misión pasa por la cruz. Quien quiera seguirle no puede esperar algo muy diferente a la cruz: “la Cruz solitaria está pidiendo unas espaldas que carguen con ella” (Camino 277).

El Señor consuma en la cruz su sacrificio, el amor hasta el extremo (cf Jn 13, 1). Sólo Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, podía cargar sobre sí los pecados de todos y ofrecerse en sacrificio por todos. Pero nosotros no quedamos al margen de esta ofrenda. Él se ha unido, por su Encarnación, a cada uno de nosotros. Y, en consecuencia, también nosotros podemos, tomando nuestras propias cruces, “seguirle”, uniendo nuestros pequeños sacrificios al suyo, ofreciendo nuestras espaldas para cargar con el peso infinito del desamor y de la rebeldía y, de este modo, transformarlo, porque Él lo transforma, en entrega y obediencia.

“Jesús reemplaza nuestra desobediencia con su obediencia”, dice el Catecismo (n. 615). El Siervo doliente se dio a sí mismo en expiación, satisfaciendo al Padre por nuestros pecados. No es el Padre quien se “complace” con nuestra sangre. Al Padre le basta – porque en eso consiste nuestro bien - la obediencia, el reconocimiento justo de su paternidad y de nuestra filiación. Somos nosotros, en la medida en que edificamos nuestra vida sobre la desobediencia a Dios, los responsables de que la obediencia cueste sangre.

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13.06.10

"La última cima" (escrito por César)

Salgo de la sala y hay hasta un par de curas hablando con unas señoras -no recuerdo nunca haber asisitido al cine con curas de espectadores, vestidos de cura, se entiende-, pero me marcho, esquivando a muchas más personas que salían de la proyección y a otros que entraban a ver cualquiera de las películas que proyectan en los cines Palafox de Madrid.

De camino a casa, me acuerdo de mis pecados recientes y me dan ganas de confesarme; parece que el gozo que sentí durante la proyección se ha esfumado. Demasiado tarde, son casi las diez de la noche, está visto que nunca seré santo. Menos mal que vivo cerca. Rezaré esta noche y pediré perdón, antes y durante el rezo…………………, voy pidiéndolo mientras camino. Una cerveza y a casa, la breve y siempre risueña charla con mis camareras favoritas………..y a casa.

La centralidad de la comunión con el Cuerpo de Cristo…………. eso me ha calmado y dado esperanzas. Lo que al comienzo se barruntaba como un protagonismo excesivo del director de la película -parecía Umbral,jajajajaja- y un repelús ante una posible hagiografía, una vez caído el telón del despiste juguetón y malicioso, se entra en una biografía de un ser querido. Ahí estan todos, los que le querían, le respetaban y hasta transeúntes entrevistados que despotrican de curas y la Iglesia -también de los que bien hablan de ambas, sin apenas conocerlas-, y sobre todo a los que D. Pablo Domínguez cambió sustancialmente la vida.

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El sabio silencio

Abstenerse de hablar puede merecer la pena. No todo se puede decir y no siempre lo que se dice es importante.

Hace falta el silencio para percibir, al menos sea por contraste, las palabras. Si hay ruido, nada se escucha.

Yo me despido hasta el próximo sábado o domingo. Acudiré, fielmente, a la cita que me propone la realidad: predicar cada domingo.

Siempre agradecido a los lectores y comentaristas. Parar es necesario.

Si César me envía su colaboración antes, la publicaré. Una cosa no quita la otra.

Recen por una intención mía.

Guillermo Juan Morado.