25.01.11

La conversión de San Pablo

Recupero un texto mío, de hace unos años, y lo modifico un poco. Me ha servido como guión para la homilía de la fiesta de hoy:

La liturgia de esta festividad nos invita a la conversión y al apostolado. Convertirse significa encontrarse con Cristo en el camino de la propia vida, dejarse envolver por su resplandor, escuchar su palabra, conocer su voluntad. La consecuencia de este encuentro, para cada uno de nosotros como para San Pablo, es el testimonio, dejándonos transformar por la gracia para cumplir el mandato misionero de Cristo: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”.

¿En qué consistió la conversión de San Pablo? Esencialmente en el encuentro con Cristo Resucitado. Un acontecimiento que cambió radicalmente su vida, haciendo que de perseguidor de Cristo, de la Iglesia de Cristo, pasase a ser apóstol: “el Resucitado habló a san Pablo, lo llamó al apostolado, hizo de él un verdadero apóstol, testigo de la Resurrección, con el encargo específico de anunciar el Evangelio a los paganos, al mundo grecorromano” (Benedicto XVI, “Audiencia”, 3-9-2008). Podemos decir que San Pablo experimentó una auténtica muerte y una auténtica resurrección: muere a todo lo que era hasta entonces para renacer como una criatura nueva en Cristo: “Todo lo que para mí era ganancia lo consideré pérdida comparado con Cristo; más aún, todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él” (Flp 3,7-8).

Esta fiesta nos llama a realizar una experiencia similar; a volver a encontrarnos realmente con el Señor. Él sale a nuestro encuentro - como salió al encuentro de Saulo en el camino de Damasco - en la lectura de la Sagrada Escritura, en la oración, en la vida litúrgica de la Iglesia. Como decía el Papa Benedicto XVI, “podemos tocar el corazón de Cristo y sentir que él toca el nuestro. Sólo en esta relación personal con Cristo, sólo en este encuentro con el Resucitado nos convertimos realmente en cristianos”. A San Pablo, el encuentro con el Señor lo llevó a la Iglesia: “Levántate, sigue hasta Damasco, y allí te dirán lo que tienes que hacer”. También para cada uno de nosotros la inmediatez del encuentro con Cristo es siempre una “inmediatez mediata”, que pasa por la mediación de la Iglesia, sacramento universal de salvación. Ella “es el proyecto visible del amor de Dios hacia la humanidad” (Pablo VI, Discurso 22 junio 1973). ¿Queremos encontrarnos con Cristo? Acudamos a su Iglesia, mediante la cual el Señor comunica de modo eficaz su gracia salvadora.

El encuentro con Cristo se traduce existencialmente en testimonio y en apostolado. San Pablo fue escogido “para anunciar el Evangelio de Dios” (Rm 1,1) y respondió con una entrega total a esta misión, sin ahorrarse peligros, dificultades o persecuciones: “Ni la muerte ni la vida —escribió a los Romanos— ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rm 8, 38-39).

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22.01.11

Los comienzos de la Iglesia

Homilía para el Domingo III del Tiempo Ordinario (Ciclo A)

La Iglesia es la reunión de los hombres en torno a Jesucristo, el Hijo de Dios (cf Catecismo 541). Él es la “luz grande” que brilla en medio de las sombras de muerte (cf Is 8,23-9,3; Mt 4,12-17). Las tinieblas simbolizan el error y la impiedad, la ignorancia y la confusión; en definitiva, el desconocimiento de Dios. En medio de esa oscuridad, resplandece Cristo, que quiere dar comienzo a su Iglesia mediante su predicación y la llamada a los primeros apóstoles.

Galilea, una tierra devastada y maltratada en tiempos del profeta Isaías, colonizada por poblaciones extranjeras, va a ser el escenario escogido por Dios para el inicio del ministerio de Jesús. Interpretando alegóricamente la Sagrada Escritura, algunos comentaristas medievales, como Rábano Mauro, ven en Galilea una figura de la Iglesia, “donde se verifica el tránsito de los vicios a las virtudes”, de la falsedad a la rectitud.

Allí el Señor empezó a predicar: “Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos”. La exhortación a la penitencia va unida al anuncio de un gran bien, la felicidad del Reino de Dios. La palabra de Cristo convoca a los hombres. En realidad, Él en persona es la Palabra “que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Benedicto XVI). En sus palabras humanas se expresa Aquel que es la Palabra divina.

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15.01.11

El Cordero de Dios

Homilía para el II Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo A)

San Juan designa a Jesús como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (cf Jn 1,29). Alude así al sacrificio redentor de Cristo. Jesús es el verdadero “Siervo de Yahvé” (cf Is 49,3-6), que viene al mundo para hacer la voluntad del Padre. El servicio y el sacrificio - dos palabras poco gratas a los oídos contemporáneos - están incluidos en el simbolismo del Cordero.

¿Qué significa “servicio”? En la Biblia, el “servicio” puede ser algo bueno o algo malo. Puede tratarse de la sumisión del hombre a Dios o bien de la sujeción del hombre por el hombre; es decir, de una forma de esclavitud. Se trata de acepciones antagónicas de un mismo término.

En el mundo pagano el esclavo, el servidor, no era considerado ni siquiera como una persona; era visto como una propiedad, una cosa, algo semejante a un animal. En la Ley de Israel, no obstante, el esclavo no deja de ser hombre y hasta puede llegar a ser alguien de confianza e incluso heredero (cf Gn 24,2).

Servir a Dios no es ser esclavo. Es todo lo contrario: se trata de un título de nobleza. Pero este servicio se ha de concretar en el culto y en la conducta, en el sacrificio ritual y en la obediencia.

Muchas veces, pretendiendo ser completamente autónomos, plenamente independientes de Dios, nos convertimos en esclavos: De los demás, de la moda, de los intereses dominantes o incluso de nuestras pasiones.

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14.01.11

El Purgatorio: El amor que purifica

nullResulta un fenómeno muy curioso que unas palabras del papa sobre el purgatorio despierten el interés de los medios de comunicación social. ¿Creemos o no creemos? Quizá creemos, o necesitamos creer, más de lo que estamos dispuestos a admitir pacíficamente. ¿Existe otra vida? ¿Hay vida más allá de lo que lo que habitualmente llamamos “vida”? Son preguntas que no podemos dejar de formular.

Los católicos creemos que los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, aunque imperfectamente purificados, sufren después de su muerte un proceso de acrisolamiento. Esta purificación final es llamada “purgatorio”. No se trata de un infierno provisional, sino de algo completamente distinto.

La Iglesia, basándose en algunos textos bíblicos (2 M 12,40-45; Mt 5,26; 1 Co 3,15 y 1 P 1,7), ha formulado la doctrina de la fe relativa al purgatorio, sobre todo en los concilios de Florencia y de Trento.

Al mismo tiempo, no ha dejado de orar por los difuntos, ofreciendo sufragios en su favor para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios.

Una cosa es el dato esencial de la fe y otra su elaboración teológica a lo largo de la historia. La teología contemporánea, sin negar nada de lo que la ha precedido, comprende el purgatorio en una perspectiva cristológica, antropológica y eclesial.

Desde el punto de vista cristológico, se subraya la importancia de “estar con Cristo”. Antropológicamente, se incide en la dimensión subjetiva del arrepentimiento. Eclesiológicamente, el acento recae sobre la dimensión penitencial de la Iglesia.

La doctrina del purgatorio incide, por encima de cualquier otra consideración, en la “solidaridad vital” que nos une a los que aún peregrinamos en el mundo con los que, casi, han llegado a la meta. Con los que se encuentran en “la antesala”, en un estadio preliminar a la visión de Dios.

Santa Catalina de Génova, ha recordado el papa Benedicto XVI, ha expresado la realidad del purgatorio con ayuda de categorías nuevas. No ha incidido en representaciones “espaciales”, si no, más bien, ha hablado del purgatorio como de un fuego “interior”; es decir, de un camino “de purificación del alma hacia la comunión plena con Dios”.

La fe en la existencia del purgatorio nos debe llenar de esperanza. Ante el encuentro con Cristo , toda falsedad se deshace: “Es el encuentro con Él lo que, quemándonos, nos transforma y nos libera para llegar a ser verdaderamente nosotros mismos. En ese momento, todo lo que se ha construido durante la vida puede manifestarse como paja seca, vacua fanfarronería, y derrumbarse.

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8.01.11

El Bautismo (una síntesis mínima)

Por si les vale a los lectores. Aunque me he propuesto limitarme a las homilías, no tengo tribunal superior que me impida incluir algún que otro post no estrictamente homilético. Como este. Un saludo a todos. GJM.

El Bautismo

Creo que un libro de cabecera, de referencia básica, para los católicos ha de ser el “Catecismo”. Ahí está casi todo: los fundamentos bíblicos, los testimonios de la tradición y la síntesis de la doctrina. Habría que ser muy ingenuos para pensar que el “Catecismo” es algo simple, impropio de cristianos “ilustrados”.

Al sacramento del Bautismo se le dedica el artículo 1 de la segunda sección de la segunda parte del “Catecismo”. Esta segunda parte trata sobre la celebración del misterio cristiano, parte que sigue a la primera, sobre la profesión de fe. En la segunda sección de la segunda parte se trata de “los siete sacramentos de la Iglesia”.

En el contexto de los sacramentos de la iniciación cristiana, se habla sobre el Bautismo, dando respuesta a siete cuestiones: I. El nombre de este sacramento. II. El Bautismo en la economía de la salvación. III. La celebración del sacramento del Bautismo. IV. Quién puede recibir el Bautismo. V. Quién puede bautizar. VI. Necesidad del Bautismo. VII. La gracia del Bautismo.

I. El nombre del “Bautismo” remite al hecho de “introducir dentro del agua”. El Bautismo es un “baño” que ilumina el espíritu.

II. En la economía de la salvación, el Bautismo es prefigurado en la Antigua Alianza: en el misterio del agua como fuente de la vida; en el arca de Noé como ámbito de salvación; en el paso del mar Rojo, como signo de liberación; en el paso del Jordán, como acceso a la tierra prometida.

En Cristo culminan todas estas prefiguraciones. En el misterio de su Pascua, Cristo abrió a todos los hombres las fuentes del Bautismo. En la Iglesia, el Bautismo nos permite participar en la muerte, en la sepultura y en la Resurrección del Señor.

III. ¿Cómo se celebra este sacramento? Se inserta, como primera etapa, en el camino de la iniciación cristiana. La mistagogía de la celebración, los ritos que la conforman, manifiestan su significado: Cristo nos ha adquirido por su Cruz; Dios nos ilumina con su Palabra para suscitar en nosotros la fe; se renuncia a Satanás para poder confesar la fe de la Iglesia; el agua es consagrada por el poder del Espíritu Santo; se derrama tres veces el agua sobre la cabeza del candidato; se nos unge con el santo crisma y se nos reviste con la vestidura blanca.

IV. ¿Quién puede recibir el Bautismo? No cabe una respuesta más universal: “Todo ser humano, aún no bautizado, y sólo él”. Bien sean adultos o niños.

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