19.03.11

Una recensión doble.

Mañana me tomaré vacaciones de blog y, probablemente, el resto de la semana, hasta el domingo, también.

Ofrezco ahora una recensión, sobre dos recientes publicaciones mías, que puede interesar a los lectores habituales del blog.

GUILLERMO JUAN MORADO, La humanidad de Dios. Meditaciones sobre Jesús, el Señor, Cobel Ediciones, Alicante 2011, 100 páginas, ISBN 9788415024255, 3.5 euros y GUILLERMO JUAN MORADO, El camino del discípulo. Meditaciones sobre Jesús, el Señor, Cobel Ediciones, Alicante 2011, 108 páginas, 3.5 euros.

Dentro de su colección “Enséñanos a orar", la editorial Cobel publica El Camino del discípulo. Meditaciones sobre Jesús, el Señor, de Guillermo Juan Morado, segunda parte del también muy recientemente publicado en esta colección La Humanidad de Dios, de igual subtítulo. Ambos volúmenes forman una unidad; pero si La humanidad de Dios es, sobre todo, un texto centrado en la contemplación de Cristo, este segundo libro mira, sin perder la referencia cristológica, a las características del discipulado cristiano.

Uno y otro se estructuran en torno a las lecturas dominicales. Se trata de una lectura orante en la que el rasgo distintivo aportado por el autor es la oración que, ante todo, brota como actitud de vida, como un modo particular de presentarse ante Jesús, el Señor.

Cada tomo se divide en seis secciones, cuyos títulos ya invitan a la contemplación, la meditación y la incorporación a la vida del orante. Son: “La cercanía de Dios”, “Las palabras y los signos”, “El Siervo doliente”, “Muerte y vida”, “Testigos de su amor” y “Uno de la Trinidad” en el primer volumen; y “La forma del Amor”, “Exigencias del camino”, “Via Crucis”, “Fidelidad y agradecimiento”, “Oración y paciencia” y “La verdadera realeza”, en el segundo.

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La Transfiguración

Homilía para el Domingo II de Cuaresma (Ciclo A)

En el “Mensaje para la Cuaresma” de 2011, Benedicto XVI sintetiza el significado del Evangelio de la Transfiguración: “El Evangelio de la Transfiguración del Señor pone delante de nuestros ojos la gloria de Cristo, que anticipa la resurrección y que anuncia la divinización del hombre. La comunidad cristiana toma conciencia de que es llevada, como los Apóstoles Pedro, Santiago y Juan «aparte, a un monte alto» (Mt 17, 1), para acoger nuevamente en Cristo, como hijos en el Hijo, el don de la gracia de Dios: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle» (v. 5). Es la invitación a alejarse del ruido de la vida diaria para sumergirse en la presencia de Dios: Él quiere transmitirnos, cada día, una palabra que penetra en las profundidades de nuestro espíritu, donde discierne el bien y el mal (cf. Hb 4, 12) y fortalece la voluntad de seguir al Señor”.

Detengámonos en la contemplación de este pasaje evangélico (cf Mt 17, 1-9), considerando tres aspectos: La Transfiguración como manifestación de la gloria de Cristo, como anuncio de la divinización del hombre y como invitación a sumergirse en la presencia de Dios.

1. La Transfiguración muestra a Jesús en su figura celestial: Su rostro “resplandecía como el sol” y sus vestidos “se volvieron blancos como la luz”. Moisés y Elías, precursores del Mesías, conversaban con Jesús.

La voz que procede de la nube confirma la enseñanza de Jesús: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle”. Es preciso escuchar a Jesús y cumplir así la voluntad de Dios. San Juan de la Cruz comenta al respecto que sería agraviar a Dios pedir una nueva revelación en lugar de poner los ojos totalmente en Cristo, “sin querer otra cosa alguna o novedad”: “Pon los ojos sólo en Él, porque en Él te lo tengo todo dicho y revelado, y hallarás en Él aun más de lo que pides y deseas”.

La aparición de la gloria de Cristo está relacionada con su Pasión: “La divinidad de Jesús va unida a la cruz; sólo en esa interrelación reconocemos a Jesús correctamente” (Benedicto XVI).

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18.03.11

El camino del discípulo

Este libro, que ya está disponible, ha sido elaborado a partir de materiales que he ido publicando en el blog. Les resultará familiar, por tanto, a los que frecuentan “La puerta de Damasco".

En la página de la editorial Cobel es posible descargar un archivo que permite leer una muestra del contenido del libro.

Constituye la continuación de “La humanidad de Dios", publicado igualmente por Cobel.

Guillermo Juan Morado.

16.03.11

La Tradición

En la Iglesia, la existencia de la Tradición es una consecuencia de la definitividad y de la universalidad de la revelación divina. Jesucristo es la Palabra de Dios, el Verbo encarnado, y su mensaje – un mensaje que se identifica con su Persona – ha de llegar a todos los hombres de todos los pueblos.

La Tradición está al servicio de esta auto-transmisión de la revelación divina. El Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, universaliza, actualiza e interioriza la revelación. Él es Señor y Dador de vida. Él mantiene vivo el vínculo que une a la Iglesia con su origen, con su fundador y con su fundamento perpetuo: Jesucristo. Él es el verdadero guía y protagonista de la Tradición.

Al servicio de esta auto-transmisión de la revelación está en ministerio de los apóstoles y de sus sucesores. A toda la Iglesia ha sido confiada la Tradición, pero sólo a los sucesores de los apóstoles les ha sido encomendada la tarea de su interpretación auténtica – con autoridad - . Para desempeñar esta función cuentan con el mandato de Cristo y con la asistencia del Espíritu Santo.

Ya desde la Antigüedad se reconoció en la sucesión episcopal de la Iglesia de Roma el signo, el criterio y la garantía de la transmisión ininterrumpida de la fe apostólica. San Ireneo de Lyon escribía al respecto: “Con esta Iglesia, a causa de su origen más excelente, debe necesariamente estar de acuerdo toda la Iglesia, es decir, los fieles de todas partes, pues en ella se ha conservado siempre la tradición que viene de los Apóstoles”.

Existe un nexo entre la sucesión de los obispos – principio personal – y la Tradición apostólica – principio doctrinal - . En realidad, ambos principios coinciden. El Obispo de Roma, Sucesor de Pedro – a quien el Señor constituyó como roca - , no es el dueño de la Palabra de Dios, sino su primer y principal servidor: “Veritas, non auctoritas facit legem”. La verdad no deriva de la autoridad del Papa, sino que la autoridad del Papa deriva de su comunión permanente con la verdad que es Jesucristo – una permanencia que el Señor, con la asistencia de su Espíritu, garantiza - .

Pedro no se va a separar jamás de la Iglesia, ni la Iglesia se va a separar jamás de Cristo. Por esta razón, que brota de la fe, los cristianos podemos tener la certeza de que, unidos a Pedro, prestándole el obsequio religioso de la inteligencia y de la voluntad, permaneceremos en la unidad de la Iglesia de Cristo.

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