La Tradición
En la Iglesia, la existencia de la Tradición es una consecuencia de la definitividad y de la universalidad de la revelación divina. Jesucristo es la Palabra de Dios, el Verbo encarnado, y su mensaje – un mensaje que se identifica con su Persona – ha de llegar a todos los hombres de todos los pueblos.
La Tradición está al servicio de esta auto-transmisión de la revelación divina. El Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, universaliza, actualiza e interioriza la revelación. Él es Señor y Dador de vida. Él mantiene vivo el vínculo que une a la Iglesia con su origen, con su fundador y con su fundamento perpetuo: Jesucristo. Él es el verdadero guía y protagonista de la Tradición.
Al servicio de esta auto-transmisión de la revelación está en ministerio de los apóstoles y de sus sucesores. A toda la Iglesia ha sido confiada la Tradición, pero sólo a los sucesores de los apóstoles les ha sido encomendada la tarea de su interpretación auténtica – con autoridad - . Para desempeñar esta función cuentan con el mandato de Cristo y con la asistencia del Espíritu Santo.
Ya desde la Antigüedad se reconoció en la sucesión episcopal de la Iglesia de Roma el signo, el criterio y la garantía de la transmisión ininterrumpida de la fe apostólica. San Ireneo de Lyon escribía al respecto: “Con esta Iglesia, a causa de su origen más excelente, debe necesariamente estar de acuerdo toda la Iglesia, es decir, los fieles de todas partes, pues en ella se ha conservado siempre la tradición que viene de los Apóstoles”.
Existe un nexo entre la sucesión de los obispos – principio personal – y la Tradición apostólica – principio doctrinal - . En realidad, ambos principios coinciden. El Obispo de Roma, Sucesor de Pedro – a quien el Señor constituyó como roca - , no es el dueño de la Palabra de Dios, sino su primer y principal servidor: “Veritas, non auctoritas facit legem”. La verdad no deriva de la autoridad del Papa, sino que la autoridad del Papa deriva de su comunión permanente con la verdad que es Jesucristo – una permanencia que el Señor, con la asistencia de su Espíritu, garantiza - .
Pedro no se va a separar jamás de la Iglesia, ni la Iglesia se va a separar jamás de Cristo. Por esta razón, que brota de la fe, los cristianos podemos tener la certeza de que, unidos a Pedro, prestándole el obsequio religioso de la inteligencia y de la voluntad, permaneceremos en la unidad de la Iglesia de Cristo.