1.10.11

El viñedo del Reino de Dios

Homilía para el Domingo XXVII del TO (Ciclo A)

El pueblo de Israel es comparado a una viña plantada por Dios, de la que el Señor espera buenos frutos (cf Is 5,1-7). Pero no siempre sucede así; en ocasiones, en lugar de derecho, se encuentra asesinatos y, en lugar de justicia, lamentos.

La imagen del viñedo es empleada por Jesús para referirse al Reino de Dios; un Reino que se nos ha confiado a cada uno de nosotros para que demos a Dios los frutos a su tiempo (cf Mt 21,33-43). Nos comportaríamos como viñadores malvados si, despreciando a los profetas y al propio Hijo de Dios, nos empeñásemos en construir el Reino según nuestras propias convicciones particulares.

En los tiempos de la vida terrena de Jesucristo había otros proyectos alternativos al suyo para edificar el Reino. Los zelotes, por ejemplo, querían imponer lo que ellos entendían por el Reino de Dios mediante la fuerza. Otros, como los que formaban la comunidad de Qumrán, pensaban que ese Reino era solo para los elegidos, para un grupo limitado.

Existe una conexión entre el Reino y la Iglesia, porque la Iglesia es el Reino de Cristo “presente ya en misterio” (Lumen gentium,3). Un Reino que se manifiesta en las palabras, en las obras y en la presencia de Cristo, que es la verdadera “piedra angular” de todo el edificio. Jesús dotó a su Iglesia de una estructura y eligió a los Doce, con Pedro como Cabeza, como cimientos. En la Iglesia encontramos la salvación que nos viene de Cristo.

También en nuestros días puede surgir el deseo de despreciar a los pastores que Dios envía a su Iglesia – al Papa y a los obispos en comunión con él – para construir “otra” Iglesia, más afín a nuestras preferencias y caprichos o a lo que entendemos que es más justo. Benedicto XVI ha alertado sobre esta tentación: “La insatisfacción y el desencanto se difunden si no se realizan las propias ideas superficiales y erróneas acerca de la ‘Iglesia`’ y los ‘ideales sobre la Iglesia’ que cada uno tiene” (Berlín, 22-IX-2011).

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29.09.11

Santos Arcángeles

En el siglo V, en la vía Salaria de Roma, se dedicó un 29 de septiembre una basílica al arcángel San Miguel. En ese hecho tenemos un precedente de la fiesta que celebramos hoy.

Es muy interesante repasar la Misa de los Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. La antífona de entrada está tomada del Salmo 102: “Bendecid al Señor, ángeles suyos, poderosos ejecutores de sus órdenes, prontos a la voz de su palabra”.

En la oración colecta se alaba a Dios, “que con admirable sabiduría” distribuye “los ministerios de los ángeles y los hombres”, y se le pide que “nuestra vida esté siempre protegida en la tierra” por aquellos que le asisten continuamente en el cielo.

Como primera lectura se puede optar por un texto del profeta Daniel que evoca a los “miles y miles de ángeles” que sirven a Dios en su trono (cf Dan 7, 9-14). El Salmo 137 repite: “Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor”.

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28.09.11

Formalismos

Dicen que el “formalismo” es la tendencia a concebir las cosas como formas y no como esencias. Se entiende que la “forma”, en contra de Platón, es la pura configuración externa y no aquello que atañe a lo real.

En gran medida la cultura relativista actual es “formalista”. Lo externo parece más importante y más decisivo que lo interno. “Aparentar” es casi más que “ser”. La democracia corre el riesgo de convertirse en el reino de la forma: Si se observan los procedimientos “todo vale”, o “todo puede llegar a valer”.

En cierto modo es verdad. La democracia es un procedimiento. Se trata de oír a las mayorías. El “pueblo”, se dice, tiene la última palabra. ¿Qué dice el pueblo? Puede decir, casi, cualquier cosa. El “pueblo” es la gente común. ¿Y qué dice la “gente común”? Puede decir varias cosas: lo que piensa, lo que siente o lo que, por medio de la propaganda, puede verse inducida a pensar o sentir.

Apostar por la democracia es, en principio, un acierto. En el gobierno de un Estado parece que el pueblo tiene mucho que decir. Y, sin duda, lo tiene. Pero el acierto no está asegurado. Juan Pablo II decía que “la Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica” (Centesimus annus, 46).

Está muy bien que los ciudadanos elijan a sus gobernantes. Pero no basta con eso: “Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia” (Centesimus annus, 46).

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24.09.11

Ofrecer y hacer

Homilía para el Domingo XXVI del TO (Ciclo A)

¿En qué consiste cumplir la voluntad de Dios? Ante todo en poner en sus manos nuestra voluntad y decidir escoger lo que el Hijo de Dios siempre ha escogido: hacer lo que agrada al Padre (cf Catecismo 2825). Necesitamos, para ello, unirnos a Jesús y dejar que el Espíritu Santo nos haga semejantes a Él plantando en nuestros corazones “los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús” (Flp 2,5).

En la parábola de los dos hijos (cf Mt 21,28-32) contrasta la actitud del primero de ellos con la del segundo. El primero dice que no quiere aceptar la invitación del padre de trabajar en la viña. Pese a esta negativa inicial, se arrepiente y va. El segundo contesta de inmediato: “Voy, señor”, pero no va.

De algún modo se ven reflejadas en esta parábola las distintas respuestas que Jesús obtiene en Jerusalén: los pecadores, ejemplificados por los publicanos y las prostitutas, no cumplían la voluntad de Dios, pero al escuchar a Juan el Bautista y a Jesús, se arrepintieron y creyeron. En cambio, los sumos sacerdotes y los ancianos, que decían obedecer a Dios, al rechazar a Juan y a Jesús, no le obedecen en realidad, sino solo de labios hacia fuera.

Por su arrepentimiento y por su fe son los pecadores quienes “llevan la delantera en el camino del Reino de Dios”, ya que no se puede avanzar en este sendero sin creer y sin convertirse. Van por delante no por ser publicanos y prostitutas, sino por haber sido los primeros en convertirse. También los sumos sacerdotes y los ancianos pueden incorporarse a este camino si están dispuestos a la fe y a la conversión.

La parábola puede ayudarnos a revisar nuestras vidas. Orígenes dice que “el Señor habló en esta parábola a aquellos que ofrecen poco o nada, pero que lo manifiestan con sus acciones, y en contra de aquellos que ofrecen mucho y que nada hacen de lo que ofrecen”. ¿En cuál de los dos grupos nos vemos reflejados? ¿Entre aquellos que, aunque sea tarde, hacen la voluntad de Dios o entre quienes se limitan a decir “Señor, Señor” (Mt 7,21).

¿Cómo es nuestra respuesta a Dios, nuestro cumplimiento de su voluntad? Tal vez, a lo largo de nuestra vida, nuestra obediencia – resumen concreto de la fe y de la conversión – no ha sido perfecta. La historia personal puede estar marcada por sucesivas respuestas negativas; por nuestros pecados. Pero Dios espera pacientemente nuestro arrepentimiento. Si nos volvemos a Él, secundando la acción de la gracia, podemos trabajar en su viña y seguir a Cristo en el camino del Reino.

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22.09.11

La Iglesia es el don más bello de Dios

El papa Benedicto XVI predica admirablemente bien. Todas sus homilías merecen ser leídas una y otra vez. La pronunciada esta tarde en la Misa celebrada en el Estadio Olímpico de Berlín es sencillamente ejemplar: muy clara, muy bíblica, muy teológica, muy realista y, a la vez, muy esperanzada.

Comenta el papa el evangelio proclamado: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos” (Jn 15,5). En la vida de los santos se encuentra la clave para la exégesis de este texto; pensando en ellos “podemos comprender lo que significa vivir como sarmientos de la verdadera vid, que es Cristo, y dar mucho fruto”.

Entre Cristo y la Iglesia se da una unión similar a la de la vid con los sarmientos, una relación de pertenencia: se podría decir que “un pertenecer a Jesucristo en sentido biológico, plenamente vital”.

¿Qué es la Iglesia? “La Iglesia es esa comunidad de vida con Él y de uno para con el otro, que está fundada en el Bautismo y se profundiza cada vez más en la Eucaristía”. Esa comunión vital lleva a la identificación: “Yo soy vosotros y vosotros sois yo”.

De esa comunión deriva un destino común: “En este mundo, Él continúa viviendo en su Iglesia. Él está con nosotros y nosotros con Él”. Él, Jesús, “es quien sufre las persecuciones contra su Iglesia”, tal como se lo hizo ver a Saulo en el camino de Damasco.

¿Cuál es la misión de la Iglesia? Con palabras de la Lumen gentium el papa dice: la Iglesia es el “sacramento universal de salvación” que existe para los pecadores, para abrirles el camino de la vida.

¿Cómo se debe mirar a la Iglesia? Hay una mirada que se queda en su apariencia exterior. Se mira a la Iglesia como si fuese “una organización más en una sociedad democrática, a tenor de cuyas normas y leyes se juzga y se trata”. Si encima “se añade también la experiencia dolorosa de que en la Iglesia hay peces buenos y malos, grano y cizaña, y si la mirada se fija solo en las cosas negativas, entonces ya no se revela el misterio grande y profundo de la Iglesia”.

¿Cuáles son las consecuencias de esa mirada? Son la “insatisfacción y el desencanto” si la Iglesia no es lo que yo, superficialmente, pretendo que sea.

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