El débil rebaño
La oración colecta de la Misa del cuarto domingo de Pascua se refiere a la Iglesia con la denominación de “débil rebaño” del Hijo de Dios. Es una expresión que recuerda la empleada por el mismo Jesús, que llama a su Iglesia “pequeño rebaño” (cf Lc 12,32), y que tiene su precedente en el anuncio profético de que Dios mismo pastoreará a su pueblo (cf Is 40,11; Ez 34,11-32).
La Iglesia es, en medio del mundo, un débil y pequeño rebaño - pussilus grex - que Jesús pastorea. Es una realidad humilde, que no se impone ni por su tamaño ni por su fuerza. Después de dos mil años de cristianismo, son muchos los que aún no han conocido a Cristo ni se han incorporado a su Iglesia.
La Iglesia es también una realidad débil: no cuenta con ejércitos; no tiene unos ilimitados recursos económicos; no figura entre las potencias mundiales que pretenden decidir el destino de la historia. Más aun, la Iglesia es débil porque carga con los pecados de sus miembros, los de cada uno de nosotros; los tuyos y los míos.
A este pequeño rebaño, Jesús le pide fortaleza: “No temáis, pequeño rebaño” (Lc 12,32). La fortaleza es una virtud que asegura la firmeza en las dificultades y la constancia en la búsqueda del bien. La fortaleza hace capaz de vencer el temor y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones (cf Catecismo 1808).
No han faltado nunca a la Iglesia las pruebas y las persecuciones. Ni le faltan tampoco hoy. En Europa, en esta vieja Europa que ha crecido vivificada por el cristianismo, “aumenta la dificultad de vivir la propia fe en Jesús en un contexto social y cultural en que el proyecto de vida cristiano se ve continuamente desdeñado y amenazado” (Juan Pablo II, Ecclesia in Europa, 7).
Un desdén y una amenaza que comprobamos cada día: en una legislación civil muchas veces contraria a la ley moral natural; en estilos de vida marcados por el agnosticismo y la indiferencia religiosa; en un ambiente social que desprecia abiertamente la herencia cristiana. Jesús nos dice: “No temáis”.
La confianza del pequeño rebaño que es la Iglesia no se deposita en los poderes de este mundo, sino en Dios nuestro Padre; en Jesucristo, su Hijo; en el Espíritu Santo que nos asiste. La fortaleza del pequeño rebaño reside en su Cabeza, que es Cristo, el Buen Pastor. Él no nos deja desasistidos. Él nos conoce por nuestro nombre y da la vida por nosotros. Jesucristo guía a este pequeño rebaño a la vida eterna a través de su Pascua.
“Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo”, dice el Salmo 22. El Señor es Cordero y Pastor. Él ha caminado delante de nosotros, atravesando las cañadas oscuras del dolor y de la muerte, para abrirnos paso. Él es el Cordero degollado, mudo, inmolado, aparentemente vencido por el mal de este mundo (cf Is 52). Pero es también, por su muerte y Resurrección, el Cordero vivo y glorioso que está en pie en el trono de Dios, tal como lo describe el libro del Apocalipsis (5,6).

El matrimonio no es, en ningún caso, una institución puramente humana, sino que obedece al plan creador de Dios: “El mismo Dios es el autor del matrimonio”, enseña el Concilio Vaticano II, en la Constitución pastoral Gaudium et spes, 48. 
El Evangelio del tercer domingo de Pascua presenta a Jesús apareciéndose a los discípulos en el Cenáculo. El Señor, pedagógicamente, ayuda a entender a los suyos la realidad de su Resurrección. Les muestra que no es un simple espíritu: “Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo” (Lc 24,39). La relación, no sólo visual, sino mediante el tacto y el gesto de compartir la comida, manifiesta claramente que su cuerpo glorificado es un cuerpo auténtico y real.
Ha sido, en realidad, el primer obispo que yo conocí. Claro que, antes que él, habían regido esta diócesis otros obispos. Pero había un hilo común, antes y después: Todos se llamaban “José”: José López Ortiz, José Delicado Baeza, José Cerviño Cerviño Cerviño, José Dieguez Reboredo… La primera sorpresa que nos causó el nombramiento del actual obispo, D. Luis Quinteiro Fiuza, fue que se llamase “Luis”. Nada malo, obviamente, pero sí algo que, en primera instancia, nos sorprendía. Tan apegados estábamos, por aquel entonces, al nombre de “José".












