HABÍA ESTADO XVI (por Norberto)
Habían salido al menos tres estrellas y los candelabros encendidos – para cumplir la tradición de las velas de Shabbat encendidas por Ana - proporcionaban el resplandor necesario para ver aunque la cena temprana había concluido.
Saúl había conocido a la esposa e hijo de Ambrósyos, también estaba Eliecer, el primo-hermano - más lo segundo que lo primero - de Ana. Debido al estado de la salud, muy mejorada sin embargo, del invitado principal, y, dadas la cortesía y la hospitalidad orientales el menú se ajustó a lo especificado por Loukás, aunque se permitieron, a excepción de Saúl que tomó fruta del tiempo, ciertas libertades en los postres pues la manos de Ana para la repostería aunaban todo lo mejor de los confites del Mediterráneo oriental – sin manteca de cerdo, por supuesto, aceite de oliva en su lugar – pese a la premura de tiempo para su preparación, no quedó ni una galleta de almendra, ni una rosquilla ni una teja con miel, Saúl miraba complacido mientras daba cuenta de dos manzanas al horno con almíbar ligero de miel.
Antes de la llegada de Loukás, y por iniciativa de Ana se habían roto los protocolos contándose unos a otros las aventuras vividas en Yerushaláyim, sin saber por qué, todos querían saber los unos de los otros, Saúl mostro su – gratísima, por otra parte – sorpresa al saber que Ana, Eliecer y Eulogio se habían bautizado de manos de Shimón bar Ioná (ver Había estado X), pero no habían recibido el bautismo del Ruaj, convinieron en hablar de ello al día siguiente a la vuelta de la sinagoga.
Mientras se recogían bandejas, platos y menaje – Ambrósyos de paso a la cocina se encargaba de vaciar definitivamente los restos, “menos peso” decía socarronamente – médico y paciente se acomodaron en unas sillas de enea, bajo la higuera del patio y huertecillo trasero de la casa, ambos tenían una conversación pendiente.

Decía un filósofo ilustrado, I. Kant, que “de la doctrina de la Trinidad… no se puede simplemente sacar nada para la vida práctica, incluso si se creyera entenderla inmediatamente; pero mucho menos todavía cuando uno se convence de que supera nuestros conceptos”. Desde los presupuestos racionalistas de este pensador, la Trinidad de Dios es vista como algo irrelevante y, en consecuencia, se relega a un papel secundario lo que, en cambio, constituye el centro original de la fe cristiana.
Mientras conduzco suelo escuchar la radio, actividad a la que no dedico ningún tiempo el resto del día. Esta tarde, mientras hacía uno de los trayectos habituales, discutían en una emisora sobre el manido tema de la Iglesia y el IBI.
Uno de los significados de la palabra “espíritu” es ánimo, valor, aliento, brío, esfuerzo. Cuando nos falta el “espíritu” nos sentimos languidecer. No solamente puede debilitarse el cuerpo - por ejemplo, en la enfermedad - , sino que también el “espíritu” puede abatirse.
Me gustaría resaltar algunas líneas maestras del












