Primero una cosa y luego otra
Es muy mala receta que uno se deje agobiar. A veces será inevitable sentir agobio y cansancio, pero no siempre será, ni de lejos, la única ni la mejor receta. Aunque es normal que uno desconfíe de las “recetas”, ya que las situaciones que nos toca vivir son, casi siempre, muy peculiares.
“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11,28), nos dice Jesús. Tomando literalmente estas palabras, el Señor promete solo “alivio”, que no es poco. “Aliviar” es quitar parte del peso que pesa sobre uno. Si uno ha tenido la experiencia de cargar con un peso excesivo y alguien se ha ofrecido a hacerse cargo de una parte de ese peso, uno se tiende agradecidamente aliviado.
Muchas veces la carga excesiva está en la realidad, sí, pero también en la anticipación que nuestra mente hace de esa carga, de ese peso. Podemos hacer que muchas cosas nos afecten antes de tiempo. Incluso quizá no nos lleguen a afectar, pero si las anticipamos, nos afectarán.
Dios no nos va a obligar a cargar con un peso que exceda nuestras fuerzas. Haremos, en lo posible, lo que nos toque hacer. No somos el centro del universo ni la clave de bóveda de la que dependa las grandes causas de la justicia en el mundo o de la equidad universal.
A cada cual le toca lo suyo. Haremos, quizá, muy poco, si nos centramos en un plazo muy corto. Haremos mucho si, “primero una cosa y luego otra”, tratamos de dar lo que podamos dar de nuestra parte.
Dios es misericordioso y omnipotente. También es paciente. Dios sabe esperar. Lo mismo debe hacer cada uno de nosotros. Esperar. La siembra no es la cosecha. El éxito y el fracaso no son inmediatos. Y si uno hace lo que puede, “primero una cosa y luego otra”, no puede fracasar más que aparentemente.
Pero la apariencia no es la verdad. La apariencia y la verdad solo coinciden, al cien por cien, en Cristo, al menos si se ve esa coincidencia desde la perspectiva de Dios. Desde la óptica humana, ni en ese caso.