Expresar la fe: La procesión del Corpus
“Con el corazón se cree”, dice San Pablo en Rom 10,10. El “corazón” significa el fondo de lo que somos. Como órgano del cuerpo, el corazón impulsa la sangre, la vida. Pero ese papel que juega en el cuerpo es un símbolo del centro de nuestro ser. Y creemos desde ese fondo y desde ese centro. No somos solo espíritu, sino espíritu encarnado. Rahner tituló uno de sus principales libros justamente así: Espíritu en el mundo.
Esta mañana he podido participar en una bella expresión de fe, en la Asamblea Diocesana de Catequistas de Tui-Vigo. Sus organizadores han cuidado todos los detalles: una interesante reflexión a cargo del misionero de la misericordia de nuestra Diócesis; una pequeña peregrinación desde el Seminario a la Catedral; una oración ante la portada de la Catedral, interpretando y actualizando para nosotros, hoy, el mensaje esculpido en piedra sobre la Anunciación y el Nacimiento de Cristo, sobre la Adoración de los Magos y la huida a Egipto, y sobre los fundamentos de la fe, reflejados en personajes significativos del Antiguo y del Nuevo Testamento. Y, tras el paso de la Puerta Santa, la celebración de la Santa Misa, presidida por nuestro Obispo.
Muchos catequistas aprovecharon para recibir el sacramento de la Penitencia. Y eso es muy bueno. Como decía el misionero de la misericordia, si el sacramento de la Reconciliación se viese como lo que es en realidad, un abrazo del Padre, no cabría hablar de crisis de la Confesión.
Y es ya Corpus Christi, solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. Es un día para expresar la fe – que tiene su sede en el corazón pero que no se recluye en el mismo – en la presencia real y sustancial de Cristo en el Santísimo Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre. El beato Pablo VI decía, sobre esta presencia: “Tal presencia se llama real, no por exclusión, como si las otras no fueran reales, sino por antonomasia, porque es también corporal y sustancial, pues por ella ciertamente se hace presente Cristo, Dios y hombre, entero e íntegro” (Mysterium fidei, 5).
¿Cómo expresar nuestra fe en esta presencia “por antonomasia”? Yo diría que, en primer lugar, con las palabras. Ante todo, con las palabras que hemos recibido de Jesús: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo” (Jn 6,51). Estas palabras del Señor tienen su eco en muchas otras de la Iglesia: desde el Pange lingua de Santo Tomás de Aquino hasta las alabanzas que solemos repetir – quizá menos de lo que deberíamos - : “Viva Jesús Sacramento” o “Bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar”.
Podemos expresar nuestra fe en esta presencia con la mirada. Que es una mirada que se convierte en la adoración de un espíritu encarnado – en la “obediencia del ser”, que decía Guardini - . “Mirar” es, en cierto modo, más que “ver”. Mirar, de alguna manera, es contemplar y adorar. Mirar a Cristo en la Eucaristía es contemplar el Sacramento en el que Dios, tan cercano, permanece oculto. La vista, el oído, el olfato… quedan confundidos, pero el oído – por el que viene la fe – no se equivoca. Mirar la Eucaristía es adorar al Dios oculto, al Dios – el único verdadero - que, pese a acercarse a nosotros, – no puede dejar de ser Dios, de ser misterio.
Podemos expresar nuestra fe con los gestos. Arrodillándonos durante la consagración en la Santa Misa. Parece un gesto de esclavitud, pero es el gesto más revolucionario del mundo. El hombre solo es grande si se arrodilla ante Dios, y ante nadie más que Dios. Ningún señuelo, ningún ídolo, podrá jamás reclamar, de modo libre y legítimo, ese homenaje reservado en exclusiva a Dios. Otro gesto, similar, es hacer la genuflexión, si sabemos que el Santísimo Sacramento está reservado en el sagrario. Sería muy triste que perdiésemos el sentido de lo sagrado, que no supiésemos calibrar y reconocer la majestad de Dios, la infinita belleza de su gloria.