Una Inmaculada de Zurbarán
Cuando uno escribe un libro, sea grande o pequeño, no tiene apenas posibilidad de elegir su portada. Las editoriales se ocupan de eso. También del tipo de letra, de la maquetación, del diseño y de los complejos campos que afectan a la edición de un texto. Un libro no sólo debe ser interesante. Debe ser – o ha de procurar serlo – bello.
Hoy estoy muy contento. La editorial CCS, en su colección “Mesa y Palabra”, nº 19, anuncia la próxima publicación de un texto que he escrito con devoción; es decir, con amor, con fervor y con veneración. Se trata de una “Novena a la Inmaculada”. Ya sé que algunos al leer “Novena” se reirán. Pero yo no comparto esa risa, si lo que mueve a reír es un sentimiento de burla. Hay muchas cosas que escribir: textos académicos, artículos periodísticos, colaboraciones en revistas y también - ¿por qué no? – opúsculos que estimulen la piedad, sin olvidar por ello la necesidad de la formación.
He de confesar que, en esta ocasión, se me ocurrió una pequeña trampa. Al enviar el texto a los editores puse una portada. Se trataba de una Inmaculada de Zurbarán. En ese cuadro, la Virgen aparece con una túnica rosada y con un manto azul, coronada con las doce estrellas. No pensé que la “sugerencia” llegase a más. Me imaginaba otro diseño - bello, cuidado – pero “otro” al fin y al cabo. Y, en efecto, se trata de otro diseño. Pero no muy alejado de mi propuesta encubierta. Han optado por una Inmaculada del mismo artista.
En el precioso cuadro, que sirve finalmente de portada, María aparece con una túnica blanca – elemento no muy frecuente en esa época - . También porta un manto azul. La Virgen joven, con cabellos sueltos sobre sus hombros y coronada por las doce estrellas, apoya sus pies sobre un cuarto de luna. Me parece un icono de gran belleza. Los atributos de la Letanía se mezclan con escenas de un paisaje sevillano: un barco que fondea, y además – ya no estrictamente Sevilla - una fuente, un pozo, un cedro… Entre las nubes del cielo, diversos símbolos que tienen su base en la Escritura y en la Tradición.
No olvido lo que Pablo VI decía en la “Marialis cultus”: En María todo es relativo a Cristo. No se puede entender a María sin Cristo. Pero tampoco a Cristo sin María. La piedad tiene que ver con la justicia. Y la piedad mariana es inseparable del reconocimiento de la gloria de Dios, de su compasión, de su ternura materna.
Espero que este pequeño libro – de 80 páginas – ayude a reflexionar sobre la cercanía de nuestro Dios. Sobre ese artículo del Credo “stantis aut cadentis Ecclesiae” que nos dice que Jesucristo, el Hijo Único de Dios, se hizo hombre y nació de Santa María Virgen. Me alegro de que la belleza de un cuadro de Zurbarán ennoblezca un texto que siempre se quedará corto a la hora de honrar a la Madre de Jesús, a la Madre de Dios.
Guillermo Juan Morado.
Añado la presentación del libro:
INTRODUCCIÓN
En la solemnidad del 8 de Diciembre “se celebran conjuntamente la Inmaculada Concepción de María, la preparación radical (cf Isaías 11,1.10) a la venida del Salvador y el feliz exordio de la Iglesia sin mancha ni arruga”, escribía el Papa Pablo VI en la exhortación apostólica Marialis cultus. Todo el tiempo de Adviento se caracteriza por la impronta mariana. La Iglesia, con María, espera a Cristo; aguarda la celebración de su Nacimiento en la Navidad y se prepara para su segunda venida en gloria al fin de los tiempos.
El Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica nos ofrece una síntesis precisa del significado de la “Inmaculada Concepción”: “Dios eligió gratuitamente a María desde toda la eternidad para que fuese la Madre de su Hijo; para cumplir esta misión fue concebida inmaculada. Esto significa que, por la gracia de Dios y en previsión de los méritos de Jesucristo, María fue preservada del pecado original desde el primer instante de su concepción”.
En el plan divino de la salvación, la Virgen ocupa un papel singular: es la Madre de Cristo. Asociada a su Hijo, María es la “Toda Santa”, la Mujer en la que se manifiesta de modo más nítido el triunfo del Redentor. La Iglesia, leyendo la Sagrada Escritura a la luz de la fe, ha visto en María a la nueva Eva, cuyo Hijo aplastará la cabeza de la serpiente (cf Génesis 3,15). El ángel Gabriel la saludó como “llena de gracia” (Lucas 1,28) y Santa Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: “Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre” (Lucas 1,42).
Pero todo el Antiguo Testamento prefigura, de algún modo, el misterio de la Virgen al referirse a la renovación de Sión, o a la nueva creación, o a la morada de Dios en el templo, o al sí de Israel en el Sinaí, que anticipa a la esposa inmaculada que habría de dar el sí definitivo a la eterna alianza. “Dios, que no derrocha sus prodigios, en la Inmaculada abre la puerta a la esperanza. En efecto, la ‘Toda Santa’ aparece al término de una larga historia de gracia y de pecado, cuyo director es Dios […]. La Inmaculada es el comienzo que tiene en sí el anticipo del fin” (A. Serra).
El sentido sobrenatural de la fe del pueblo cristiano supo reconocer en este privilegio de María una verdad revelada por Dios. El Papa Pío IX proclamó solemnemente esta verdad, definiendo el dogma de la Inmaculada Concepción el día 8 de Diciembre de 1854, mediante la bula Ineffabilis Deus.
En esta misma colección he publicado una Novena a la Virgen María. Alivio de los que sufren. Decía, en la introducción a esa Novena, que era necesario seleccionar sólo algunos motivos de entre los muchos que los cristianos tenemos para honrar a la Madre de Dios. Lo mismo puedo decir a la hora de meditar sobre la Inmaculada Concepción. Se impone también elegir algunas razones, ante la imposibilidad de considerarlas todas.
María, en su total relatividad a Cristo, personifica de modo único la expectación del Adviento. La Madre del Señor es, en el orden de la gracia, la “Hija de su Hijo”. La Estrella que precede a Cristo se convierte, por su maternidad virginal, en Causa de nuestra alegría. Ella es el Arca de la Alianza donde se encuentran el cielo y la tierra; la Esposa “toda bella”, en la que se refleja la Gloria de Dios. Para nosotros, los cristianos, la Virgen es Madre y Maestra de vida espiritual, que inspira nuestra piedad de hijos. Ella es, en definitiva, la Puerta del Cielo “que dio paso a nuestra luz”.
Para todos los hombres de nuestra época, como para los hombres de todas las épocas, María ofrece la visión serena de la victoria de la esperanza. A su intercesión materna nos encomendamos; especialmente en los momentos de prueba y de turbación.
Agradezco a mi hermano, el reverendo David Juan Morado, las sugerencias y ayudas para confeccionar esta Novena, en particular en lo referente a la selección de cantos.
Guillermo Juan Morado.
Parroquia de San Pablo.
Vigo, 13 de Mayo de 2008.
Conmemoración de Nuestra Señora de Fátima.
4 comentarios
He leido la carta apostólica de JPII szobre el Santo Rosario. Me ha llegado su forma de rezar.
Salud
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