Navidad: La humildad de Dios
La solemnidad de la Natividad del Señor nos permite contemplar la humildad de nuestro Dios. El esperado de Israel, el esperado de las naciones, el esperado de toda la humanidad no irrumpe en nuestra historia con la pompa y el boato de un emperador. Aparece, se manifiesta, en la conmovedora simplicidad de un Niño recién nacido.
Nace en un establo, porque no había sitio en la posada. Podemos imaginar que la posada estaría ocupada por aquellos que, en Belén, resolvían sus negocios. Las compras y las ventas, las gestiones administrativas, el quehacer cotidiano que no deja espacio a lo nuevo, a la sorprendente entrada de Dios en lo prosaico de nuestras vidas.
La aceptación y el rechazo caracterizan el Nacimiento de Jesús. Y esta polaridad acompaña, a lo largo de los siglos, el anuncio del Evangelio. No siempre Jesús es excluido por maldad, sino, tantas veces, por inconsciencia. Lo inmediato nos absorbe; lo segundo pasa a ser primero en nuestra escala de valores; nuestras pequeñas cosas nos ocupan de tal modo que nos volvemos insensibles hacia las grandes cosas.
¿Quién recibe a Jesús? Lo recibe, en primer lugar, su Madre, la Virgen María. Ella lo envuelve en pañales, para significar así la acogida de la humanidad a su Dios. Este gesto materno se repite cada vez que un niño, que una vida nueva, es recibida. En Navidad, los padres que han sido bendecidos con el don de un hijo no necesitan llenar de pequeñas esculturas un belén. Tienen en su hijo una imagen viva de Jesús. Cada recién nacido es icono y sacramento de Jesús. Cada recién nacido encuentra espacio donde el egoísmo no reina, donde queda abierta una puerta a la fecundidad que viene de Dios.
Lo recibe José, el Custodio de la Sagrada Familia, el Esposo de María, el padre legal de Jesús. José simboliza la protección, el amparo, la protesta frente a la intemperie. María no está sola cuando llega el parto. Ni Jesús tampoco. Con ellos está José. El padre no es sólo aquel que engendra una nueva vida; es también aquel que la protege. Aquel que, admirado, colabora con Dios en el gran misterio del alumbramiento de un niño. Casi no importa que no haya sitio en la posada. La posada es María. Y la posada es José.
Lo reciben los pastores, vigilantes y atentos a descubrir la gran noticia. Lo reciben los Magos, que vienen de lejos a postrarse ante la grandeza humilde del Salvador. Aquellos que lo reciben obtienen el poder de llegar a ser hijos de Dios.
Celebrar la Navidad equivale a imitar el éxodo de Dios. Dios sale al encuentro y nosotros debemos salir de nosotros mismos para encontrarnos con Dios. La monotonía de lo que somos se torna en cántico de alabanza, en entonación del “Gloria”, cuando nuestra pobreza se ve enriquecida por la pobreza de Dios.
El misterio de la Navidad, nos dice la Iglesia, se realiza en nosotros cuando en nosotros “toma forma” Cristo, nacido en Belén; la Luz de Dios que ilumina la penumbra del mundo.
Guillermo Juan Morado.
5 comentarios
Dejar un comentario