Mayo virtual: Stabat Mater
Día 9. Stabat Mater
“En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena” (Juan 19,25).
En la secuencia de Nuestra Señora, la Virgen de los Dolores, se canta a la Madre piadosa que estaba junto a la cruz y lloraba mientras el Hijo pendía, “cuya alma, triste y llorosa, traspasada y dolorosa, fiero cuchillo tenía”. María, a los pies de la Cruz, es la imagen viva de la compasión, del sufrimiento compartido. María se asocia al dolor de Cristo, que recapitula, haciéndolo suyo, la inmensa masa de dolor y de sufrimiento que aflige a la humanidad entera.
El misterio del dolor nos desconcierta. Puede sacar a la luz lo mejor y lo peor de cada uno de nosotros. Puede conducirnos a la desesperación, al pesimismo o a la angustia. Pero puede también, el sufrimiento propio o ajeno, dilatar nuestro corazón, ensancharlo hacia un horizonte de solidaridad viva con todos los que han padecido o padecen; en definitiva, puede hacer que sea un corazón compasivo y misericordioso, como el Corazón de Jesús, como el corazón de su Madre.
San Pablo, en la Carta a los Colosenses, escribe unas palabras que sólo resultan inteligibles desde la lógica de la compasión: “Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo en beneficio de su cuerpo, que es la Iglesia” (1,24). Desde la óptica de la Cruz, el dolor y el sufrimiento, si se hace dolor de Cristo, si se padece en comunión con Él, tiene valor de redención, de salvación.
Este es el dolor de María, la Virgen. Su sufrimiento, unido al de su Hijo, es un sufrimiento que coopera a la redención. La Liturgia la ve como Reina de los mártires: “Dichosa tú, Virgen María, que, sin morir, mereciste la corona del martirio junto a la cruz del Señor”. En Ella se cumple esa paradójica bienaventuranza: “Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados” (Mateo 5,4). El consuelo es, siempre, el amor de Dios. Seremos compasivos en la medida en que nos acerquemos a ese amor y sepamos testimoniarlo con nuestra cercanía a los que sufren.
Oración
Señor, Dios nuestro, por un designio misterioso de tu providencia completas lo que falta a la pasión de Cristo con las infinitas penas de la vida de sus miembros; concédenos que, a imitación de la Virgen Madre dolorosa que estuvo junto a la cruz de su Hijo moribundo, así nosotros permanezcamos junto a los hermanos que sufren para darles consuelo y amor. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
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"...Pero puede también, el sufrimiento propio o ajeno, dilatar nuestro corazón, ensancharlo hacia un horizonte de solidaridad viva con todos los que han padecido o padecen; en definitiva, puede hacer que sea un corazón compasivo y misericordioso, como el Corazón de Jesús, como el corazón de su Madre"
Y aun hay otros milagros que obra el sufrimiento, tanto mayores cuanto más intenso el dolor, milagros que ni se sospechan hasta que se viven. Y los milagros que el Señor obra en el alma anegada de dolor sólo traen beneficios; desde luego hubiéramos preferido librarnos del cálices amargos, pero aceptando lo que Él aceptó, renacemos.
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