Mayo virtual: Nazaret
Nazaret, la adoración en silencio
“Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba” (Lucas 2,9-40).
Nazaret, un pueblo más bien pequeño, situado en la falda de una montaña, fue el lugar donde María recibió con fe el anuncio del ángel y donde transcurrieron los años de vida oculta de Nuestro Señor. Allí, Jesús, “sometido a sus padres” (Lucas 2,51), “progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres” (Lucas 2,51-52).
Nazaret es el hogar de la Sagrada Familia, en el que el anonadamiento del Hijo de Dios se traduce en vida cotidiana; vida de trabajo, de práctica religiosa judía; de convivencia diaria. En ese hogar contemplamos a María hecha discípula de su Hijo, conservando en su corazón y meditando en su mente las primicias del Evangelio. La contemplamos como esposa virginal de José, el hombre justo. La contemplamos adorando en silencio a Dios, alabándolo con la vida, glorificándolo con su trabajo, celebrándolo con cánticos.
El Papa Pablo VI, en la iglesia de la Anunciación en Nazaret, hizo un elogio encendido de esta vida de adoración y silencio: “Silencio de Nazaret, enséñanos el recogimiento y la interioridad, enséñanos a estar siempre dispuestos a escuchar las buenas inspiraciones y la doctrina de los verdaderos maestros. Enséñanos la necesidad y el valor de una conveniente formación, del estudio, de la meditación, de una vida interior intensa, de la oración personal que sólo Dios ve” (5 de enero de 1964).
Silencio, vida familiar, trabajo… Los caminos ordinarios del Reino de Dios que se va edificando en la tierra. No consiste, habitualmente, la vida cristiana en grandes gestas, sino en pequeñas gestas diarias, vividas en unión y en amistad con Jesucristo.
Oración
Señor, Padre santo, que, por una disposición admirable, quisiste que tu Hijo naciera de una mujer y le estuviera sometido, concédenos conocer más profundamente el misterio de la Palabra hecha carne, y llevar una vida escondida en la tierra hasta que, acompañados por la Virgen Madre, merezcamos entrar gozosos en tu casa. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Guillermo Juan Morado.
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