Los difuntos y el espiritismo
¿Pueden comunicarse los difuntos con los vivos? ¿Son eficaces las diversas técnicas que se suelen considerar al respecto: la psicofonía, la escritura automática, los trances de los médiums…? ¿Se puede evocar a los espíritus de los muertos para conocer el futuro o alguna otra cosa desconocida?
Los espíritus de los difuntos existen, ya que el alma humana es inmortal. Otra cosa es que puedan “comunicarse” con nosotros; que puedan “volver” al orden de la existencia histórico-temporal. Entre mediados del siglo XIX y comienzos del XX se despertó un gran interés por el espiritismo.
El Santo Oficio, consultado al respecto, pronunció una condena el 24 de abril de 1917. Se le había consultado al Santo Oficio si “es lícito por el que llaman médium, o sin el médium, empleado o no el hipnotismo, asistir a cualesquiera alocuciones o manifestaciones espiritistas, siquiera a las que presentan apariencia de honestidad o de piedad, ora interrogando a las almas o espíritus, ora oyendo sus respuestas, ora sólo mirando, aun con protesta tácita o expresa de no querer tener parte alguna con los espíritus malignos”. La respuesta fue: Negativamente en todas sus partes.
El Evangelio, al menos indirectamente, nos proporciona una respuesta a estos interrogantes: “Tienen a Moisés y a los profetas; que los oigan” (Lc 16,29). Lo esencial del más allá lo sabemos por la revelación; y ese saber ha de ser suficiente para alimentar nuestra esperanza. Lo demás, parece curiosidad malsana.
El Deuteronomio prescribe alejarse de estas prácticas espiritistas: “No debe hallarse entre ti […] quien practique la adivinación, ni los presagios, ni los augurios, ni los encantamientos; ni quien pronuncia fórmulas mágicas, ni el que interroga a un espíritu, ni el ocultista, ni el que consulta a los muertos”.
Saúl, invocando el espíritu de Samuel (1 S 28,3-25), comete un grave pecado; un pecado que le ocasiona la muerte. Los apóstoles tampoco se muestran comprensivos con las prácticas mágicas, y no es infrecuente que atribuyan la labor de las pitonisas, o similares, a la posesión diabólica (cf Hch 16,16-18).
La huella del demonio es reconocida por muchos escritores de la Antigüedad cristiana en las diversas formas de magia. Para Taciano, los demonios “apenas ven que los hombres aceptan su servicio usando esos medios, seducen a los hombres y los hacen esclavos suyos”. San Agustín escribió un completo tratado “De divinatione daemonum”.
No debemos negar tampoco que, pese a sus valores, en la religiosidad popular pueden infiltrarse aspectos supersticiosos; aspectos que deben ser corregidos. Hablando de la realidad de la vida eterna, el Papa Benedicto XVI ha alertado de que “la realidad de la muerte está sujeta hoy al sincretismo y las diversas mitologías”. Una advertencia que no debemos olvidar.
Guillermo Juan Morado.
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