Los amores de San Lorenzo
La vida y el martirio de San Lorenzo constituyen un elocuente testimonio de tres “amores” que debe hacer suyos cada cristiano, en cualquier época de la historia: el amor a la Iglesia, el amor a la Eucaristía y el amor a los pobres.
Su ministerio diaconal consistía en entregarse por entero al servicio de la Iglesia de Roma, colaborando con su Obispo, el Papa san Sixto. San Lorenzo fue muy consciente de las palabras que repetía su contemporáneo San Cipriano: “No puede tener a Dios por Padre el que no tiene a la Iglesia por madre”. La Iglesia era vista por San Lorenzo no como una mera institución humana, sino como un misterio de salvación querido por Dios: el sacramento universal de salvación; el Pueblo santo de Dios; el Cuerpo de Cristo; el Templo del Espíritu Santo.
Los creyentes de hoy, como lo de todos los tiempos, hemos de profundizar en nuestra pertenencia a la Iglesia. La Iglesia es una realidad a la vez visible y espiritual portadora de vida divina. Es, en medio del mundo, el signo y el instrumento de la comunión de los hombres con Dios y de los hombres entre sí.
A veces se oye decir: “Cristo sí, la Iglesia no”. Pero sin la Iglesia, nunca habríamos oído hablar de Cristo. Sin la Iglesia no habríamos sido recreados como miembros suyos por medio del bautismo. Sin la Iglesia no seríamos piedras vivas del templo de Dios habitado por el Espíritu.
La Iglesia perseguida del siglo III, en la época que vivió San Lorenzo, era una Iglesia pobre, pero consciente de ser en el mundo la presencia del Reino de Cristo. Las dificultades que vive la Iglesia en nuestros días no deben asustarnos, si sus enemigos son los que están fuera. El mayor enemigo sería el que estuviese dentro: el que se dijese cristiano y no colaborase con la Iglesia; el que se dijese cristiano, y de su boca sólo saliesen críticas amargas hacia la Iglesia; el que se dijese cristiano, y no se sintiese miembro vivo de esta familia de Dios que es la Iglesia.
A los diáconos les competía y les compete asistir al Obispo en la celebración de la Eucaristía, y distribuir junto a él la sagrada comunión. La Eucaristía, el sacramento del sacrificio y de la presencia del Señor, “es el corazón y la cumbre de la vida de la Iglesia”. Sin la Eucaristía, sin la participación en la Misa dominical, un cristiano no puede vivir como tal: “Sin el Domingo no podemos vivir”, decían los mártires de los primeros siglos.
También hoy sucumbiríamos a las dificultades de la vida, a la presión de un ambiente social y cultural marcado por el secularismo, por la indiferencia religiosa y por el consumismo desenfrenado, sin la fuerza que nos viene de la Eucaristía dominical. Necesitamos la Eucaristía porque necesitamos a Jesucristo. Necesitamos beneficiarnos de la actualización sacramental de su entrega en el Calvario; necesitamos alimentarnos con su Cuerpo y con su Sangre; necesitamos acudir al Sagrario, cuando estamos cansados y agobiados para encontrar alivio en su Corazón manso y humilde.
En el año dedicado a la Eucaristía, el Papa Juan Pablo II pedía a todos los cristianos “fomentar, tanto en la celebración de la Misa como en el culto eucarístico fuera de ella, la conciencia viva de la presencia real de Cristo, tratando de testimoniarla con el tono de la voz, con los gestos, los movimientos y todo el modo de comportarse”. La conciencia viva de la presencia real de Cristo nos llevará a adorarle, dentro y fuera de la celebración de la Misa. “Hemos venido a adorarle”, repetirán los jóvenes del mundo con el Papa Benedicto en Colonia, haciendo suyas las palabras de los Magos cuando se acercaron a Belén para postrarse ante Jesús. Belén es hoy para nosotros los altares y los sagrarios de la Tierra. Allí está Cristo, y hacia allí, guiados por la estrella de la fe, queremos venir también nosotros a adorarle.
Él ejemplificó las palabras de la Escritura: “Reparte limosna a los pobres, su justicia es constante, sin falta”. Cuentan que cuando el tribuno de Roma le pidió a San Lorenzo que le mostrase los tesoros de la Iglesia, él le mostró a los pobres. Sí, los pobres son los preferidos de Cristo, y por eso son también los preferidos de la Iglesia.
A pesar de nuestros pecados, de los pecados de los miembros de la Iglesia, recorrer la geografía de la pobreza, en el primer mundo y en el tercer mundo, es recorrer la geografía de la fe. No hay realidad humana de abandono, de exclusión, de marginación, de pobreza donde no se haga presente, también hoy, la Iglesia de Cristo. Los medios de comunicación no siempre lo dirán, porque parece más rentable propagar los escándalos, pero allí donde están los pobres allí está la Iglesia. Es bueno que seamos humildemente conscientes de esta realidad y que seamos miembros activos en este compromiso discreto pero constante en favor de los más pobres de la Tierra.
El amor a la Iglesia, el amor a la Eucaristía, el amor a los pobres. Los tres amores de San Lorenzo se unifican en el amor a Cristo, nuestro Señor. Él es el Señor y el Esposo de la Iglesia, que es su Cuerpo. Él es el Sacerdote y la Víctima que se inmola en el altar de la Cruz, para convertirse en nuestro alimento. Él en persona nos sale al encuentro en el que pasa hambre o sed, en el que está enfermo o en la cárcel: “Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”.
Pedimos a Dios, nuestro Señor, por intercesión del santo, “amar lo que él amó y practicar sinceramente lo que nos enseñó”, y que de la celebración de la Santa Misa saquemos fuerzas para testimoniar en el mundo la alegría de la salvación.
Guillermo Juan Morado.
16 comentarios
Esto lo cuento para que al ver, al menos, el amor humano, que tienen estos emigrantes hacia sus familiares, surja en nosotros un sentimiento de amor fraternal hacia ellos, y si puede ser de caridad, amor de Dios, mejor que mejor.
Dios mío, bendice a todos los pobres, guárdanos de todo mal y llévanos a la vida eterna.
Lo que ciertamente es, cómo en mayoría los cristianos vemos a la Iglesia de Cristo -a cada cual su resposabilidad- como un ente de humana función susceptible de ser interpretada acorde a las modas de los tiempos en curso. Y no como una verdera institución divina capaz de juzgar y premiar. O de castigar..
Yo creo que el Papa, los cardenales y obispos darían un buen ejemplo de humildad; y fe a los descarriados por las malas modas del tiempo: Aunque sólo sea por unavez, cambiando sus tiaras y mitras frigias por un tanto de visible ceniza de penitencia.
¿Se imagina uno que impacto mundial sería; Qué primeros planos de televisión serían: Viendo a todo el colegio cardenalicio; Así, ellos tan bien vestidos y uniformados, por razón de fe humillados: Que de gope y sopetón en un evento público, un simple pecador vaya: Uno a uno cubriéndoles de ceniza, de cabeza a los pies?
No puedo estar más de acuerdo. Son mis argumentos para permanecer en la Iglesia y seguir considerándola mi madre, cuando arrecian malos vientos de fariseos legalistas que la quieren monopolizar. Por la Iglesia tengo a Jesucristo.
"El amor a la Iglesia, el amor a la Eucaristía, el amor a los pobres. Los tres amores de San Lorenzo se unifican en el amor a Cristo, nuestro Señor. Él es el Señor y el Esposo de la Iglesia, que es su Cuerpo. Él es el Sacerdote y la Víctima que se inmola en el altar de la Cruz, para convertirse en nuestro alimento. Él en persona nos sale al encuentro en el que pasa hambre o sed, en el que está enfermo o en la cárcel: “Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”.
Pedimos a Dios, nuestro Señor, por intercesión del santo, “amar lo que él amó y practicar sinceramente lo que nos enseñó”, y que de la celebración de la Santa Misa saquemos fuerzas para testimoniar en el mundo la alegría de la salvación"
Paz y bien
Aunque no seamos muchos los comentaristas, aunque parezca que usted siembra y no crece nada, no se deasanime, P. Guillermo. Su semilla es, como dicen las cooperativas agrícolas, "semilla certificada". Doctrina sana, fiel y pedagógicamente expuesta.
GRACIAS (así, con mayúsculas, gritando)
Saludos.
El tesoro de la Iglesia son los pobres.
Por aquí hay más de uno que si no supiera que lo ha dicho un santo, condenarían esa frase por ser de la teología de la liberación.
La Iglesia está formada por pecadores, empezando por nosotros mismos, y tenemos que reconocerlo, pero con todo eso, es nuestra madre y es santa, porque es allí donde Cristo nos sale al encuentro, en la comunidad de creyentes, en el pan y la palabra de la Eucaristía, en los pobres.
Pero por ahí andan dando lecciones los perfectos, los que colocan etiquetas a sus hermanos y les invitan a llamar a la Iglesia la Gran Ramera, en vez de madre porque nos consideran unos malos hijos si no vemos las cosas exactamente como ellos dicen que es ortodoxo verlas; pero digo yo que los malos hijos serán ellos, y malos hermanos también, los que sugieren que su lógica está por encima de la fe de los demás. Ellos, los que raras veces defienden a la Iglesia donde se la ataca, sino que atacan a los que defienden a la Iglesia, simplemente por no ver las cosas como ellos: Los apologetas de la excomunión.
De ser por ellos, no quedaría un alma en la Iglesia, aparte de su selecto club.
Pero sabemos lo que hoy nos recuerda el Padre Guillermo. Que Jesucristo se encuentra en la Iglesia, en la Comunidad de creyentes, en el pan y la palabra, en los sacramentos, en los hermanos, en los pobres, su tesoro. Así sin más, sin necesidad de latinajos ni de falsas superioridades, se puede decirle a uno que la Iglesia es su Madre, digan lo que digan los de siempre. Y que la Iglesia somos todos.
La Iglesia es nuestra madre
y
La Iglesia somos todos.
Discípulos de Jesucristo, sí, toda la vida.
Discípulos de unos maestrillos farsantes perdonavidas que se creen que han llegado a la cima de la vida espiritual y te invitan a llamar a tu madre la Gran Ramera, jamás.
Son ellos los que hacen que otros se lo llamen, y luego tenga una que pasarse la vida dando la cara por su madre ante los demás, por culpa de esos fariseos.
Pero esos que llaman a la Iglesia la Gran Ramera tienen todo su respeto, los que osan considerarla su madre sin haber hecho antes un juramento antimodernista son los despreciables.
Por eso, mil veces gracias, por no andar por ahí diciendo estupideces sobre la Iglesia, por hablar desde la ortodoxia con el cerebro y con el corazón, por no ir por ahí invitando a la gente a abandonar a su madre ni a insultarla.
Y perdone mi discurso, pero siempre que alguien dice que la Iglesia es la gran Ramera me indigno, esas palabras tienen la cualidad de sacarme de quicio, por eso que me inviten a decirlo los que previamente me adjudicaron una etiqueta hace no mucho, sólo indica que son ellos los que en vez de ser hijos de la Iglesia son unos grandísimos HP.
Quizás no tenía que haberlo dicho en ninguna parte.
O sí, no lo sé, pero aunque es la verdad creo que es mejor que no vaya a decirlo al chiringuito de los perfectos.
Que se sigan echando flores unos a otros.
Releeré su artículo y recordaré que eso es lo que dice la Iglesia, y no lo que se dice en otros sitios.
Por tanto, es mi Madre. Y procuraré no devolver a los falsos hermanos la misma moneda que ellos se gastan.
La verdad sobre la Iglesia es aquí en donde se encuentra. Gracias a Dios.
"Pedimos a Dios, nuestro Señor, por intercesión del santo, “amar lo que él amó y practicar sinceramente lo que nos enseñó”, y que de la celebración de la Santa Misa saquemos fuerzas para testimoniar en el mundo la alegría de la salvación"
Paz y bien
Yo recordé las bodas de Caná. Somos hijos de nuestra Madre, la que consigue el milagro cuando aún no es el tiempo: haced lo que él os diga.
Y porque somos discípulos de Cristo, le hacemos caso en todo lo que dice, y sabemos que tenemos que vivir la vida de fe en comunidad, sabemos que la autoridad es para servir. Sabemos que debemos fiarnos de quien más ame a Jesús, no de quien se sepa mejor el código de derecho canónico. Por eso es razonable en el seguimiento del único Maestro acompañarnos de los que le consideran el único Maestro, de los que como nuestra Madre la Virgen María nos dicen: "haced lo que él diga", no de los que nos dicen "haz lo que yo digo, que llevo muchos años estudiando documentos y ya soy un entendido de mucho cuidado y debes aprender de mí" De los que le aman más que el resto, de los que tienen su espíritu y actúan como actuaba él, de los que no apagan la llama vacilante.
Pedro mantuvo la unidad entre Pablo y Santiago, a pesar de los falsos hermanos. Y lo seguirá haciendo hoy. Porque Jesús prometió que el Espíritu nos iría guiando a toda la Iglesia hasta la verdad completa.
Me convence San Lorenzo. Con él y los que son como él en la Iglesia, que se vayan los falsos hermanos con los de Lefebvre si les apetece, que yo no pienso echar de la Iglesia a nadie, pero menos aún irme.
Pida por mí para que perdone a esas personas porque tanto fariseísmo me da verdadero asco.
Dices verdades como templos. Pero -si me permites una opinión- creo que te pierde tu afán polémico en ocasiones. Quien no haya leído el blog de Bruno no entenderá algunas de tus observaciones de aquí.
No te empeñes en convencer a los demás. Muchas veces es imposible. Y ganar en una discusión tampoco es lo importante. Busquemos entre todos la verdad, eso sí es fundamental.
Saludos.
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