La homilía
De entre las tareas que tenemos los sacerdotes pocas son más arduas, más difíciles, que la homilía. Cada domingo, como parte de la liturgia y como alimento de la vida cristiana, hay que predicar. Y hay que intentar hacerlo bien. Este ministerio nos obliga a una revisión constante, a un continuo ejercicio de “ensayo y error”, a un sostenido esfuerzo por acertar y por avanzar. Quizá más que nunca el que predica está sometido a la crítica, pocas veces indulgente, de los oyentes. Apenas se oye elogiar una buena homilía. Es más frecuente lo contrario, la queja, más o menos fundada o infundada.
Al predicar se anuncia y se explica el misterio cristiano, el misterio de la Pascua de Cristo, para que los fieles lo acojan en su corazón y lo testimonien en su vida. Predicar no es hablar por hablar. El tema – o los temas – viene dado. Ante todo, por la palabra divina que se proclama y, también, por los textos eucológicos de la liturgia. El anuncio del mensaje, la exposición de la doctrina, la exhortación moral, la defensa de la fe son motivos que se entrelazan en una predicación; con mayor o menos acento, según ocasiones, en uno o en otro de estos elementos.
Predicar, más que una ciencia, es un arte; una virtud, una disposición, una habilidad. No hay una correlación estricta entre conocimientos y predicación. Un sabio puede predicar mal, aunque es difícil, o imposible, que un ignorante lo haga bien. El saber como condición necesaria no es, sin más, una condición suficiente. La homilía es un puente, una mediación, entre la Palabra de Dios y la asamblea que la escucha. Y vale en la medida en que sea puente. Si no lo logra, entonces estorba y, en lugar de ser un canal para la comunicación, se convierte en mero ruido, en interferencia desagradable.
Dicen los que saben del tema que la homilía ha de cumplir cuatro funciones: apostólica, catequética, profética y mistagógica. Apostólica; es decir, de anuncio que despierta la fe. Catequética, como profundización en la fe. Profética, provocadora de una respuesta. Mistagógica, con capacidad de introducir en la celebración del misterio. El ministro ha de comunicar lo que cree – que ha de ser lo que cree la Iglesia - e intenta vivir; lo que ha contemplado en la oración y meditado en el estudio, siempre desde la caridad pastoral que lo vincula con el pueblo al cual dirige un anuncio que no es suyo, sino que él ha recibido como un bien que ha de transmitir para que quienes lo escuchan tengan vida y la tengan en abundancia.
En general, los oyentes suelen medir, me parece a mí, más la duración que la calidad. Hoy todo se mide, todo se somete al cálculo, al implacable juicio del reloj. Cada domingo, un sacerdote debe pesar no sólo qué ha de decir y cómo ha de decirlo sino en cuánto tiempo ha de hacerlo. A veces da la sensación de que algunos acuden a las iglesias como quien va a un comercio; en busca de los bueno, de lo bonito, de lo barato. Sobre todo de esto último. Y, por encima de otra cosa, de lo breve. Ni demasiado breve, ni demasiado larga. Siempre, preparada, sustanciosa, adecuada. En definitiva, ¡qué Dios nos asista!
Guillermo Juan Morado.
9 comentarios
Soy partidaria de homilías breves y no voy a la iglesia como quién va a un comercio. ¿BARATO? , ¿ como se come esto en relación a las homilías? ¿Si es breve es barato y malo; y si es larga... es buenísima?
En la teoría de la comunicación, tenemos claro que para que exista...debe haber un emisor, un receptor...y una serie de filtros.
Es verdad que muchos van a la misa a ver si dura 25 minutos...pero aquí es donde realmente está la labor del sacerdote.
Del estudio de oratoria, del conocimiento de la comunidad.
las homilias...señores sacerdotes...no pueden resumirse a leer una hoja previamente escrita en muchos casos por el obispado....o en leer un texto que previamente...y si hay suerte...se han escrito antes.
El sacerdote debe PROVOCAR INTERES...atacar los puntos que realmente interesan a una comunidad. Cuando una homilía es realmente buena...la gente se queda ensimismado.
Otras veces...conocen al pueblo, hablan su idioma...pero NO SABEN EXPRESARSE...y reiteran una y otra vez la misma idea.
Una homilía debe prepararse intensamente...saber provocar al que realmente quiera asistir a la celebración..y a ser posible a alguno que no.
Muchas veces incluso son "politicamente correctos".
No es un tema de brevedad...es de SABER EXPRESARSE...SABER ORATORIA...CONOCER A LA COMUNIDAD...
¡Cómo me faltan en las homilias hechos concretos! las que escucho están llenas de vaguedades buenistas... me hablan de los pobres, de los enfermos, de los negritos de África... para cuando me van a hablar del matrimonio aquel que no se soporta, de la adolescente que ha venido a confesar que ha abortado, de la necesidad real de unos miembros de la parroquia que no pueden operar a un hijo, del alcalde o el concejal tal o cual que están en público y flagrante pecado... homilias aterrizadas en hechos concretos, no pido nombres, claro que no, pero si realidad y no vaguedades.
¿Quien va a sentir amor por los pobres, los enfermos y los negritos de África... si no empieza a conocer la realidad y como actúa Jesucristo en sus vecinos y parroquianos?
(pero, hombre, ¿pretendes que el cura en la homilía hable de los pecados de los concejales con nombres y apellidos? A ver si van a hablar de los míos, o de los tuyos, por muy públicos que sean y no nos va a gustar tanto esa manera de predicar)
Los pobres, negritos y enfermos existen concretamente pero son colectivos que por desgracia, según como se citen, aparecen muy desdibujados en el imaginario de nuestra adormecida conciencia del siglo XXI...
Me voy corriendo que tenemos que ir a correas... una semana después de salir de cuentas Manuel sigue sin querer salir y a mi ya se me van los nervios de paseo...
un abrazo!
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