La Madre del Hijo
La Liturgia vincula la humildad de María con su elevación a la dignidad de Madre de Cristo: “Porque te has complacido, Señor, en la humildad de tu sierva, la Virgen María, has querido elevarla a la dignidad de Madre de tu Hijo”. La Asunción de Nuestra Señora se inscribe dentro de esta lógica divina de elevación: Dios no humilla nunca, sino que ensalza a los humildes.
La maternidad de la Virgen es verdadera, pues el Hijo asumió la carne verdaderamente de María. Es una maternidad virginal, porque Cristo fue engendrado por obra del Espíritu Santo. Es, asimismo, una maternidad divina, pues María es la Madre del Verbo encarnado. Por su maternidad, María se sitúa por encima de todas las criaturas; las “aventaja con mucho a todas”, dice el Concilio Vaticano II.
Entre María y Jesús se da esa peculiar relación que une a la Madre con su Hijo. La Virgen recibió en su seno al Hijo de Dios para que, sin dejar de ser Dios, se hiciese hombre. De Ella recibió Jesús la carne y la sangre, el alimento y el aire para respirar. De Ella escuchó las palabras humanas que le permitieron a Él, como hombre, dirigirse al Padre. De algún modo, el divino misterio de la Encarnación, sin perder su singularidad absoluta, tiene un eco, un reflejo, en el humano misterio de la maternidad. Cada madre que acoge a su hijo es un icono de la Virgen, una imagen de la infinita ternura de Dios que busca, para llamar a la existencia a los hombres, un refugio seguro, un arca protectora de la vida.
La Virgen nos recuerda de modo permanente la perfecta humanidad de Jesús. Contemplándola a Ella sabemos que el Hijo de Dios se ha hecho nuestro hermano, que ha querido ser débil como nosotros somos débiles, que ha querido necesitar, como necesitan todos los niños, los pañales y la cuna, el arrullo y el regazo.
La Iglesia, llamando a María la Theotókos, ha defendido la verdad de la Encarnación. Ella es la Madre del Autor de la vida. Con análogo empeño, la Iglesia defiende también el valor de la maternidad pues sabe que “cada niño que nace nos trae la sonrisa de Dios y nos invita a reconocer que la vida es un don suyo. Don que debemos acoger con amor y custodiar con cuidado siempre y en todo momento” (Benedicto XVI).
3 comentarios
La madre es tierra, el hombre es semilla.
La madre nunca será más que el hijo porque así como la semilla nunca será más que la tierra que la fecunda; Así la madre nunca será más que el hijo como semilla que ella recibe.
Y no obstante: Ciertamente: María - la Virgen María- en los días de sus días: fue la madre de Jesús, el Cristo. El Hijo Dios, que en los días de sus dias, siendo parte del infinito Dios; Es el unigénito Hijo del infinito Dios Padre. Y no pudo ser de otra forma.
Papá nuestro, te pido nos hagas algún día también, si no somos, fruto bendito de la Virgen María.
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