Galileo y el Papa
La solemnidad de la Epifanía ha dado ocasión, desde antiguo, para reflexionar sobre la relación entre la astronomía y la teología. Santo Tomás de Aquino, en la cuestión 36 de la tercera parte de la Summa, se pregunta, por ejemplo, si la estrella que se apareció a los Magos fue uno de los astros del cielo: “Parece más probable – responde el Doctor Angélico - que fuese una estrella creada de nuevo, no en el cielo, sino en la atmósfera próxima a la tierra, y que se desplazaba a voluntad de Dios”.
Benedicto XVI, en su homilía de este 6 de Enero, vuelve sobre el tema. Alude a una efeméride, el cuarto centenario de las primeras observaciones de Galileo a través del telescopio. Para los Padres de la Iglesia, nos dice el Papa, la aparición de la estrella a los Magos fue interpretada como una “revolución” cosmológica, causada por el ingreso en el mundo del Hijo de Dios.
La ley de lo creado no es una fuerza ciega; es el amor de Dios. Esta certeza que brota de la fe libera al hombre, que deja de ser esclavo de los elementos del cosmos para convertirse en interlocutor de Dios. El universo es como un libro, cuyo Autor se expresa en la sinfonía de lo creado. Y dentro de esta sinfonía hay un “solo”, Jesucristo, centro del cosmos y de la historia y Cabeza de la Iglesia.
La estrella de los Magos deviene un símbolo para la Iglesia y para cada fiel. Su misión, como la de la estrella, es guiar a los hombres hacia Jesús. Pero esta tarea sólo se puede cumplir si la Iglesia en su conjunto, y cada fiel dentro de ella, se nutre de la Palabra de Dios.
El Papa cita no sólo a Galileo, sino también a Dante, quien, en la “Divina Comedia” define a Dios como “el amor que mueve el sol y las otras estrellas”.
No nos deja privados, Dios, de sus noticias. Como a los pastores, como a los Magos, como a todos los que de verdad lo buscan.
Guillermo Juan Morado.
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