El camino es superior a tus fuerzas
En el libro primero de los Reyes se cuenta como un enviado de Dios, “el ángel del Señor”, despierta al profeta Elías y le dice: “Levántate, come, que el camino es superior a tus fuerzas” (1 Reyes 19, 7). Con el alimento que Dios le había proporcionado – un pan cocido en las brasas y una jarra de agua - , Elías pudo caminar y llegar hasta el Horeb, el monte de Dios.
La experiencia de Elías, el agotamiento al descubrir que el camino es superior a las propias fuerzas, y la tentación de “sentarse bajo una retama” y desear la muerte, puede ejemplificar nuestra personal experiencia y la de cada hombre que tiene que recorrer el camino de la vida. ¿Quién se siente siempre a la altura de los propios retos, de las propias responsabilidades, de las propias tareas? Sí, verdaderamente, el camino es a veces superior a las fuerzas.
Si esta desproporción entre fuerzas y tareas se verifica en la existencia humana, se constata también en la vida de fe. La fe no es un camino paralelo o yuxtapuesto al de la vida. Es el mismo camino, pero iluminado por la luz serena de saberlo recorrido en Dios, con Dios y para Dios.
¿Quién podría, contando sólo consigo mismo, cumplir todos los mandamientos? ¿Quién podría, apoyado en su esfuerzo, vivir esa ética del amor que San Pablo perfila en la Carta a los Efesios: “Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo” (Efesios 4, 31-32)?
Como a Elías, Dios no nos deja solos en el camino de la vida ni en el camino de la fe. Dios provee el alimento. Pero este alimento ya no va a ser, simplemente, un poco de pan cocido en las brasas, sino el mismo Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre: “Yo soy el pan de la vida. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre” (Juan 6, 48.51).
La Palabra que es Cristo es el auténtico viático, el alimento para el camino. Creer en Él es alimentarse y fortalecerse para poder andar y llegar a la meta, que ya no es el Horeb, sino la vida eterna. La fe establece la comunión íntima con Cristo, posibilita nuestra asimilación a Él, introduciéndonos en su vida, capacitándonos con su fuerza.
Cristo es el Pan que ha bajado del cielo para que podamos conocer a Dios; no desde fuera de Dios, sino desde dentro, porque, como escribía Blondel: “Conocer es ser y ser lo que se conoce; es algo tan verdadero que, para que el mundo sea conocido por Dios, Dios se hace criatura, mundo, carne. Para conocer a Dios, es necesario llegar a serlo” (Carnets Intimes I, 134).
La comunión de la fe nos permite, por pura gracia, llegar a ser Dios. Dios viene a nosotros en Cristo para que nosotros seamos en Él. Verdaderamente, “gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él” (Salmo 33).
Guillermo Juan Morado.
15 comentarios
Nadie puede, con sus solas fuerzas, acometer las empresas más dignas que se proponga en su vida (matrimonio, hijos, vocación, etc). Menos aún esa ética de Efesios 4, 31-32: desterrar hasta la amargura y los enfados y perdonar a quien nos ha herido... qué difícil. ¡Cuánto menos, acomenter otras tareas que uno no deseaba vivir pero le caen del Cielo! Entonces el camino parece, en efecto, muy superior a las propias fuerzas y sólo a través de algo de índole sobrenatural podemos afrontarlo.
No obstante: Me gusta que menciones al profeta Elías. Éste, quien hasta los días de sus días fue el mayor de todos los profetas de su tiempo. Él vino a este mundo a dar testimnio de un Dios, su Dios, Creador. Y se tumbó debajo del árbol -árbol como símbolo de su propia genealogía; de la que él era responsable- impaciente, esperando la muerte porque Dios tardaba en darle misión.
Lo mismo le pasó a Juan el bautista -el segundo Elías-Éste, quien por continuada legítima herencia genética trasmitida y recibida recibe testigo de su naterior Elías. Y fue mayor que el primer Elías, como así está escrito. Porque a su propia personalidad reponsable, acumuló la carga de la herencia recibida. A éste que vino al mundo en espiritu y poder de Elías también, más que le persiguió: le mató el capricho de la mujer tirana.
Juan el bautista vino al mundo en espíritu y poder de Elías. Dando testimnio del Dios de Elías, el Dios Padre Creador, Y del Dios, su Dios el Redentor. Éste, también, impaciente igual que su anterior envió a sus discípulos para que preguntarán a Jesús: si era él quien debía de venir. O había que esperar a otro.
Y Jesús, sin negarle que había que esperar al tercer Elías, le dijo a su modo y manera lo que le dijo: Que Él , Jesús, era el verdadero Mesías. Pues por él los ciegos veían y los sordos oían. Y Jesús no negó a Juan el bautista que no hubiera que esperar a otro para que toda esperanza se cumpliera.
Y el tercer Elías que igual que los anteriores, -primero y segundo Elías- por acumulada legítima herencia genética trasitida y recibida. Viene al mundo a dar testimonio del Dios Padre, del Dios Hijo; Y del Dios su Dios Espíritu Santo.
Y como está escrito sin gritar, sin vocear: con todo el traumatismo que es y será. El Tercer Elías, como uno en trinidad de Elías viene a preparar la segunda venida de Jesús.
¿Y quién es éste el Tercer Elías; el que por acumulada legítima herencia genética es mayor que el primero y el segundo Elías? Todo está escrito para quien sabe leer las Escrituras.
Bueno, a lo que iba es a que si udted no ha cursado Homilética, mejor será entonces, viendo los resultados, que se deje a los curas "a su talento natural" y no los maleen hasta conseguir que sean maestros en hacer homilías insustanciales y sin chicha. No digo yo que haya que hacer siempre catequesis instensísimas o teología profunda en las homilías ¡pero que digan ALGO!, que nos muevan, que nos interpelen, que nos recuerden, que nos expliquen y que formalmente sean, por qué no, bonitas.
Este post no tiene por qué ser una homilía, pero bien podría serlo y yo saldría de una misa con esta homilía encantada... encantada pero con esa cierta dosis de zozobra que debería sembrarnos un sacerdote que nos haya explicado y comentado la Palabra.
Cuando preparaba a unos alumnos míos para un concurso de oratoria (algo muy necesario para los bachilleres pero infrecuentísimo, completamente dejado de lado por causa de la LOGSE, a cuyos autores Dios confunda) hacíamos los texto siempre escritos y los trabajábamos mucho previamente por escrito. Pero ¡eso sí! la puesta en escena debía ser un texto oral, neta y claramente oral, pero planificado. Al final, improvisaban incluso sobre la base del texto previo, no "recitaban" en absoluto un texto escrito, salía verdaeramente oral; pero un texto formal necesita previamente la fase escrita. Y regodearse en el texto, disfrutar de la oratoria, para que el texto, además de decir elocuentemente lo que tiene que decir, sea bello.
Es raro que yo admire la manera de escribir de un blogger, pero me ocurre con sus posts, padre. Y eso que, para mí, es notorio que desciende un par del peldaños -sólo dos, no más ;)- en sus facultades retóricas, supongo que por mor de lo inespecífico de la "audiencia".
Y luego, lo importante de verdad, y más raro aún: que suelan gustarme tanto los posts de un cura "conservador" (disculpe la etiqueta, pero es para entenderse). No me atrevía a poner este último párrafo porque me consta que hay lectores que considerarán que mi opinión favorable le resta puntos. Mientras no sea usted quien lo considere un desdoro, me reafirmo. Y me callo.
concurso de lo sobrenatural, como cooperador necesario con nuestras pobres fuerzas, es lo que se necesita para seguir esa conducta de Efesios. Si no, imposible.
A mi me gustan muchísimo los sermones parroquiales y sencillos del beato, proximamente, cardenal Newman, ediciones Encuentro está sacando los ocho o nueve volúmenes. De él se decía, que sabía hacer las pausas en los momentos adecuados y las inflexiones de voz para dar mayor relevancia a los pasajes que deseaba.
El yugo se lleva entre dos.
Yo recuerdo que cuando niño teníamos un toro fenomenal y una vaca ya ancianita que había sido madre de ese toro.
En el centro del yugo se pone la vara del carro, la vara del arado, etc. Pero al toro se le uncía al lado mismo del centro y a la vaca se le uncía a un extremo.
Naturalmente, al quedar así, el que llevaba todo el peso era el toro y la que llevaba la carga al extremo, la vaca, no hacía más que mantener el yugo derecho, para que no cayera. Pero el toro llevaba todo el peso.
Pues si "mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt.11,30). El yugo se lleva entre dos. Lo lleva Jesús conmigo. Y lleva El todo el peso. Por eso se hace suave, suave, suave.
Lo que nos es insoportable es cuando yo me olvido de que Jesús lo lleva conmigo.
Por favor, recordad: El está conmigo; El lo lleva conmigo. Y góceme, entonces, y lléneme de alegría, porque notaré como se hace suave toda la cruz que El me da.
Fragmento del cuaderno 1006a del Padre Antonio Pacios López, MSC
Y la necesidad de alimentarnos del pan y la palabra para poder llevar a cabo eso y todo lo que haga falta.
Lo que echo de menos es una referencia al Evangelio de hoy. Es un Evangelio muy rico, y no me han convencido algunos comentarios que he leido por estos mundos del blog. Venía a ver lo que había puesto el Padre Guillermo.
¿Cómo comentaría estas frases: "Nadie puede venir a mí si no lo trae el Padre, que me ha enviado" y "todos los que escuchan al Padre y aprenden de él vienen a mí"?
Otros han escrito kilómetros de exégesis para venir a decir prácticamente lo contrario, más o menos disimuladamente.
Pero en menos de dos renglones ha resumido lo que de verdad quiere decir el texto de Juan. Es evidente para el que lo lea sencillamente, prescindiendo de exégesis extrañas.
Muchas gracias.
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