Dar testimonio de la Luz (D. III Adv.)
Tercer Domingo de Adviento ( B )
Is 61,1-2a.10-11; 1 Tes 5,16-24; Jn 1,6-8.19-28.
Dar testimonio de la Luz
“Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz” (Jn 1,6-7). Juan el Bautista no aparece para hablar de sí mismo, para referirse a sí mismo, sino únicamente para anunciar a Cristo, el Mesías, el Hijo de Dios, Aquel que es “Luz de Luz”. Cuando le preguntan sobre su identidad, Juan contesta negativamente tres veces: “Yo no soy el Cristo”; ni Elías; ni el Profeta semejante a Moisés que Dios había prometido en el Deuteronomio (Dt 34,10).
La actitud de Juan el Bautista resulta paradigmática para la Iglesia y, en la Iglesia, para cada uno de los cristianos. La salvación no es obra nuestra, no depende de nuestras capacidades para dar una última respuesta a los problemas o preocupaciones que nos acucian. La salvación es un don de Dios o, mejor dicho, la salvación es el mismo Dios que viene a nuestra vida para hacernos partícipes de la suya. La Iglesia, que es sacramento universal de salvación, se sabe continuamente referida a Cristo, su Señor. No existe “para buscar la gloria de este mundo, sino para predicar, también con su ejemplo, la humildad y la renuncia”, “anunciando la cruz y la muerte del Señor hasta que vuelva” (Lumen gentium, 8).
Si en la Iglesia nos presentásemos a nosotros mismos como salvadores no estaríamos siendo testigos de la Luz. Nuestro testimonio sería ineficaz y hasta contraproducente, pues impediría a quienes buscan encontrar la Luz que es Cristo. La abnegación, la entrega de lo que somos, la disposición a no brillar con nuestra pequeña luz propia, repercutirá en la coherencia y en la veracidad de nuestro testimonio. La grandeza del Bautista radica en su pequeñez. “Yo soy la voz que grita en el desierto: ‘Allanad el camino del Señor’”.
El Adviento nos invita, pues, a una cura de humildad; a conocer nuestras propias limitaciones y debilidades y a obrar de acuerdo con este conocimiento. Pero esta humildad, que es sumisión y rendimiento ante la majestad de Dios, no es fuente de apocamiento o de postración sino, por el contrario, es fuente de alegría, de oración y de acción de gracias: “Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. En toda ocasión tened la Acción de Gracias” (1 Te 5,16-18).
El motivo de la alegría es la cercanía de nuestro Dios. Poder vislumbrar su Luz llena nuestro corazón de gozo y de agradecimiento. Y nos impulsa a orar constantemente, para que esa Luz pueda ser contemplada por todos.
Guillermo Juan Morado.
7 comentarios
Saludos
Igualito que nosotros con las cenas de empresa,que hay que ver, los atracones que se da la gente y no digamos de alcohol,hasta a alguno de los jefes hubo que meterlo en un taxi.
La preparación está siendo penosa y hasta gente que es cristiana que va a Misa casi todos los domingos, no entiende que no esté bien esto, ya que es gratis a morir.Creo que al no pegarse esos atracones se llama templanza, no estoy muy segura .
Nosotros tenemos que preparar el camino al Señor y dejar que su luz nos ilumine.
Paz y bien
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