Cumpleaños
No estoy de cumpleaños, pero sí lo está una persona muy cercana a mí: mi madre. Ahora mismo ya tengo una edad que recuerdo perfectamente haber visto en ella y, desde entonces hasta ahora, no ha pasado, subjetivamente hablando, tanto tiempo. El tiempo, nos dicen, es la duración de las cosas sujetas a mudanza, a cambio, a variación. Nada tan mudable como la vida humana, como ese breve y caprichoso intervalo que se extiende desde el nacimiento a la sepultura.
El cumpleaños es el aniversario del nacimiento de una persona. La misma palabra, “aniversario”, se emplea para conmemorar la muerte; al menos, el primer año del fallecimiento.
¿Cómo resumir una vida? ¿Qué cuenta de verdad al final de ella? ¿Cuál es el criterio adecuado para hacer el balance de las cosas? Los años son una especie de mojones artificiales; signos que se colocan en el despoblado de nuestra existencia. Pasan los años, pero nosotros somos, aún somos, hasta que llegue el momento, aquí en la tierra, en el que ya no seremos. Cumpliremos el éxodo obligatorio que nos convierte en recuerdo; ese último preludio del olvido, que llegará tan pronto.
Cuando yo era muy joven pensaba que me quedaba mucho por delante. Hoy me queda menos, mucho menos. Y algunos objetivos marcados, y logrados, son ya anécdotas. Recuerdo la ilusión de aprobar un examen, de obtener una buena nota, de culminar una carrera. La ilusión, como el deseo, encuentra su medio propicio en el anhelo y la esperanza. Apenas alcanzados, los objetos de nuestras ilusiones se desvanecen, pierden su cualidad de motores de la acción. Son ya, sólo, memoria. No es comparable el disfrute actual de lo deseado con el impulso del deseo. La diferencia que separa a uno y otro es la distancia que media entre la quietud y la movilidad, entre la muerte y la vida, entre lo querido y el querer, con todo su empuje.
El cristianismo es sabio. Habla de un deseo que no se aquieta. De un logro nunca logrado. De un futuro que siempre es futuro. De un vivir que siempre es vida.
Hoy es, también, el día del Santo Cura de Ars. Algo sospechaba el Santo de este enigma de la condición humana. Y supo apuntar hacia la dirección correcta: La permanente y desconcertante grandeza de Dios. La única meta que es, a la vez, punto de partida.
Guillermo Juan Morado.
9 comentarios
Con un poco de melancolía por el tiempo que pasa y de preocupación por que no pase en balde.
Mirándola se ve toda una vida y el reflejo de la suya.
La vida también es muy sabia, la gente empieza a tener achaques y se da cuenta que debe prepararse para partir al encuentro con el Padre. Ayúdela cuando llegue el momento.
Mi oración para los dos.
Es un don de Dios tener una madre viva junto a un hijo sacerdote y más en este día del cura de Ars.
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